(editorial) TIEMPO DE UMBRALES

Hace 27 años surgió la revista “Umbrales”, antes impresa y ahora digital, percibiendo los umbrales de una nueva época  para la Iglesia, detectando los primeros brotes de una primavera eclesial, de una vuelta al Concilio y en definitiva al Evangelio que ahora estamos empezando a disfrutar. La palabra “umbrales” tiene sentido en este caso de cruce, de paso de una Iglesia conservadora crecida a la sombra de la Cristiandad, a una Iglesia renovada, abierta y misionera, con una mirada nueva sobre el mundo. “Umbrales” surgió desde un comienzo como una revista informativa y formativa en la huella de la pastoral latinoamericana, a los 10 años de Puebla. Nos propusimos un lenguaje sencillo y accesible para todos, subrayando en particular la dimensión social de la evangelización en temas como la justicia y los Derechos Humanos, la opción por los pobres, la paz, la promoción de la mujer, el ecumenismo, el diálogo interreligioso, la atención a las culturas indígenas, etc. Nunca nos hemos preocupado por lograr una audiencia masiva, ya que el objetivo era llegar preferentemente a los agentes pastorales de nuestras parroquias. Dificultades tuvimos más bien por parte de algunos pastores, ya sea por diferencias con nuestra línea pastoral, ya sea porque es común en el mundo presbiteral desconocer la importancia de los medios y decidir lo que conviene o no a los fieles. Con múltiples temas de formación, entrevistas, perfiles, testimonios y noticias pastorales seleccionadas entre las más estimulantes, un grupo de voluntarios (laicos y presbíteros) hemos dado y seguimos dando semanalmente nuestro modesto aporte. Nuestro objetivo es dejar los “umbrales” para entrar decididamente en una etapa definitiva de renovación conciliar de la Iglesia y en una sociedad donde “otro mundo sea posible”. Nos propusimos decir siempre la verdad sobre la Iglesia, sin escabullirnos de lo que es negativo y de la necesaria autocrítica. Quisiéramos por eso dar más espacio a los lectores, que no deberían sentirse simples receptores, y a la libre opinión de todos. Lamentablemente en nuestras iglesias se ha perdido, quizás por una crisis de confianza, la costumbre de debatir; de esta manera la Iglesia deja de ser un organismo vivo y se momifica. Ni el silencio ni la polémica exacerbada sirven hoy para presentar un nuevo rostro de Iglesia. Hay miedo a escandalizar a los laicos como si fueran niños y lo que es peor, a dar la cara. La participación de la Iglesia en los debates públicos hace agua y en su interior la comunicación es precaria. Muchos católicos hablan de la “Iglesia” solo para referirse al Papa y a los obispos; no es extraño que los medios laicos hagan lo mismo y desestimen cualquier otro tipo de aporte. Como si la Iglesia fuera una institución uniforme donde todos piensan lo mismo. El Papa Francisco acaba de pedir a los mismos jóvenes, como lo hizo con las familias, su opinión en vista del próximo Sínodo de los Obispos sobre el tema «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». El infantilismo hace que muchos bautizados no se sientan ni preparados ni autorizados para pensar con su propia cabeza, discutir y aportar. Sin embargo, hay también cristianos que van haciendo su camino, a veces lentamente o un poco escondidos, y van siendo fermento en la sociedad.

(editorial) ¿Y la Persona humana?

“El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado —añadió—.
Así que el Hijo del hombre es Señor incluso del sábado”.

Marcos 2:27-28

Esta frase de Jesús expresa mejor que ninguna otra, lo que hoy queremos decir.
Muchos esperaban la venida del siglo XXI apostando a un tiempo mejor. La guerra nuclear ya parecía más lejana con el derrumbe del muro de Berlín y el fin de la guerra fría. Sin embargo, ya al comenzar este siglo, ocurre el atentado y el derrumbe de las Torres Gemelas. Seguir leyendo «(editorial) ¿Y la Persona humana?»

(editorial) Clericalismo

Nos duele lo que pasa hoy en la Iglesia con el mal ejemplo de pastores y maestros en la fe que cuestionan públicamente el magisterio del Papa y demás obispos con acusaciones gravísimas y un lenguaje sobrador e irritante, siempre a espaldas del pueblo cristiano sin voz ni voto. El clericalismo lamentablemente hace parte aún de la cultura tradicional católica y sigue siendo soportado por el pueblo cristiano.
¿Hasta cuándo? Tampoco habrá un laicado maduro mientras subsista el clericalismo. En la famosa carta del papa Francisco al presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, cardenal Marc Ouellet, del 26 de abril del año pasado, el Papa recordaba cómo desde hace 50 años se va diciendo que ha llegado la hora de los laicos y añadía: “pero parece que el reloj se ha parado”. Seguir leyendo «(editorial) Clericalismo»

editorial: DIÁLOGO EN LA IGLESIA

Hay algo nuevo en las redes sociales y medios, con respecto a la Iglesia. Muchas veces en nombre de “lo católico”, entendido como “tradicional”, hay personas que polemizan con dureza extrema y torpe en contra de los pastores y hermanos en la fe, sin exceptuar al mismo Papa. La agresividad verbal se ha instalado también en la Iglesia, polarizándola cada vez más. Se está dando el mismo tipo de rechazo hacia el otro o hacia el otro bando, tal como está dándose en la sociedad. Crece en nuestras sociedades, supuestamente adelantadas, un rechazo violento hacia el que piensa distinto, al que es de otra raza, religión, cultura, ideología y lo que más abunda es la falta de cultura política. En la Iglesia se advierte una profunda resistencia al Papa y a su magisterio que no proviene de los enemigos de la Iglesia, sino de dentro mismo de la Iglesia y muchas veces de personas muy religiosas, como en los tiempos de Jesús. Los nuevos doctores de la ley diariamente enseñan al Papa lo que debe escribir y cuando, sobre qué debe pronunciarse y como. Instrumentalizan a Benedicto (ejemplarmente fiel a su silencio) para criticar a Francisco. Los que eran más papistas que el Papa en otro tiempo, ahora lo reniegan. Como consecuencia de todo esto, el enfrentamiento entre las distintas corrientes en la Iglesia se agudiza. Es verdad que el Papa cuando opina de cualquier cosa en una entrevista sobre temas circunstanciales puede equivocarse, pero cuando enseña como Maestro de la Fe cumple con el rol recibido por Cristo y se le debe obediencia. En un reciente discurso sobre Liturgia, frente a las múltiples resistencias Francisco tuvo que declarar “con autoridad magisterial” que la reforma litúrgica del Concilio era “irreversible”. Se advierte un clima de malestar en la Iglesia por polémicas demasiado ácidas. El Concilio por primera cosa nos ha enseñado el camino del diálogo. El diálogo empieza con respetar a las personas. Dialogar no es simplemente hablar; es dejarse atravesar por la palabra del otro (en griego= dia-logos). No puede haber diálogo si uno se cree poseedor de la verdad, de toda la verdad y maltrata al otro. No es rendición sin condiciones, pero sí saber aceptar renuncias parciales. No es aflojar en los principios, pero sí saber aplicarlos a la realidad histórica. Es saber aceptar lo que hay de verdad en el otro y estar dispuestos a modificar ideas y conductas. La mentalidad dogmática no puede dialogar, no puede trabajar en equipo, no puede adaptarse a los tiempos. Lamentablemente vemos hoy como el mundo islámico no tiene el monopolio del integrismo y de la intolerancia.

editorial: “No te olvides de los pobres”

“No te olvides de los pobres” le habría dicho el Cardenal Claudio Hummes a Bergoglio minutos antes de ser elegido como Papa. Esta anécdota fue revelada cuando él mismo explica las razones por las que opta por el nombre del santo de la pobreza para su pontificado: “Quiero una Iglesia pobre y para los pobres”. Una frase tan particular tiene la virtud de elevarse por sí misma como fiel y sencillo reflejo de la visión que Francisco tiene sobre nuestra Iglesia. Al mismo tiempo es una frase intelectualmente exigente.
¿Qué es lo que realmente significa una Iglesia por un lado pobre y por otro lado para los pobres? Las preguntas se suceden en cataratas: ¿acaso la pobreza no es mala en sí misma? ¿se puede servir a los pobres desde la pobreza? ¿no es acaso excluyente con los no pobres? Para responder a estas preguntas presentamos este número especial de la Revista Umbrales enfocado en el propósito de esta frase. Lo haremos desde dos ángulos
diferentes. El primero es el ángulo de la reflexión y el análisis más académico, donde contamos con dos artículos centrales referidos al tema. El segundo es el ángulo de las experiencias en concreto, esto es, de cómo la Iglesia también va haciendo camino en estas materias por medio de las opciones radicales de vida de algunos de sus miembros.
En este caso, queremos reunir en la figura del Padre Cacho, a tantos miles de laicos y laicas, consagrados y consagradas que dieron testimonio de su fe y de su santidad haciendo una opción por los más pobres y los menos privilegiados.

Sabemos que en este propósito de vivir junto a Francisco una Iglesia pobre y para los pobres, contaremos con múltiples obstáculos así como un número no menor de detractores. Algunos de ellos preferirán hacer mención a argumentos conservadores para decirnos que pobres ha habido siempre y que la peor manera de ayudarlos es justamente saliendo a su auxilio. Otros recurrirán a argumentos teológicos primitivos del tipo que la pobreza es obra de Dios para justificar las acciones de reparación caso de las limosnas. Unos terceros preferirán tildar al Papa y sus seguidores de “populistas”
cuando no una suerte de infiltrados marxistas que solo buscan el odio de clases. Pero mientras eso sucede, los signos positivos y esperanzadores no dejan de aparecer. A nivel teológico, podemos mencionar todos aquellos esfuerzos por comprender e interpretar el Evangelio a partir de la realidad poniendo en el centro a aquellos que sufren de tantas injusticias. A nivel eclesial, son signos esperanzadores los llamados a consolidar una
Iglesia sencilla y misionera. O tener un Papa que prefiere vivir en una humilde habitación de un convento antes que en un señorial palacio. O tener hombres y mujeres santos como Cacho, convencidos del encuentro con Jesús mediante el rostro del sufriente. Son signos esperanzadores a nivel social las miles de experiencias en todo el mundo que buscan organizar a los sectores más sumergidos mediante estrategias de asociatividad y economías solidarias. Son signos esperanzadores a nivel político los esfuerzos por reducir la pobreza y marginalidad, por reducir las inequidades en la
distribución de las riquezas, por avanzar en la integración territorial, en logros habitacionales, en el acceso a una alimentación sana y una educación de calidad para todos.

Esperamos entonces que este número especial contribuya a problematizar este llamado tan significativo de Francisco para nuestra Iglesia en un momento histórico donde esta dimensión se vuelve de fundamental importancia para comprender al pobre no como objeto sino como sujeto y a la pobreza no solo como fenómeno socioeconómico.

(editorial) LA BARCA EN ZOZOBRA

A los cuatro años de su pontificado, a diferencia de tiempos pasados en los que se priorizaban la doctrina, la moral y la disciplina eclesiástica, el papa Francisco ha intentado salir de los problemas internos de la Iglesia para lanzarla a la misión hacia afuera. Sus prioridades son la evangelización, la opción por los pobres y la pobreza, la denuncia de un modelo socio-económico inicuo, la paz, la defensa del ambiente, la reconciliación entre cristianos, la cultura del encuentro con religiones y culturas.

Pero en el campo de la reforma de la Iglesia auspiciada por el Concilio ha encontrado mucha resistencia, y no a nivel popular sino de eminentes autoridades de la Iglesia, de movimientos conservadores y medios de comunicación que añoran el pasado y practican persistentes ataques al Papa. Los relevos de los cardenales George Pell y Gerhard Muller demuestran que el Papa sigue con coherencia, si bien con dificultades crecientes y en medio de escándalos, su lucha por la transparencia económica y la reforma de la curia vaticana; por una Iglesia más abierta, dialogante y sensible a los sufrimientos de la gente. Muchas veces la sed de poder y la corrupción se instalan también en la Iglesia. Este Papa no piensa fomentar el poder de Roma sino la unión de los cristianos, ni el poder del Papa sino la sinodalidad de las Iglesias locales, ni el clericalismo sino el protagonismo de los laicos y en especial de las mujeres, ni las condenas, sino el diálogo. Los problemas en la Iglesia se originan sobre todo en quienes, más papistas que el Papa, se niegan a dejar el poder y se creen los defensores de la verdad, de la moral y de Dios. Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad San Egidio de Roma asegura que “el Papa tiene mucha oposición dentro y fuera de la curia vaticana y lo sabe. Esta oposición viene de los que tienen la psicología del hermano mayor de la parábola que dice: yo estoy en casa y no quiero salir al encuentro de ese desgraciado”. Riccardi es historiador y niega que la Iglesia, a pesar de las zozobras, esté en crisis: “Si esta Iglesia ha producido este Papa, significa que el Evangelio sigue vivo en ella”. El Papa además, y sobre todo, sigue siendo Pedro y tiene la misión de confirmarnos en la fe y ser el fundamento visible de la unidad de la Iglesia. Es hora de recordarlo. Sus orientaciones son claras. Si no convencieran sus palabras, sobran los gestos. El Papa, como ha hecho con el nuevo vicario de Roma, acaba de nombrar en Milán, una arquidiócesis de 5 millones de católicos, como arzobispo no a un “príncipe de la Iglesia” sino a un simple cura, Mario Delpini, un hombre sabio y capaz que vive de forma muy pobre en una casa parroquial que comparte con curas ancianos y circula por la ciudad en bicicleta. ¿No es esta la Iglesia pobre para los pobres que desea el Papa?

(editorial): VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO

 

Hemos visto días pasados al presidente norteamericano Donald Trump visitar al papa Francisco, en un encuentro más bien corto y protocolar, hablando de paz. El Papa le regaló su discurso del primero de enero sobre la no violencia y sorpresivamente Trump le regaló a él los libros de Martin Luther King, el apóstol antirracista de la no violencia. Es difícil entender la contradicción que implica en el caso de Trump hablar de paz y al mismo tiempo recortar en Estados Unidos los gastos sociales, la protección del medio ambiente, la ayuda humanitaria internacional, y aumentar sustancialmente los gastos militares y la venta de armas a países en guerra. El mismo Papa Francisco que ya repetidas veces había condenado la producción, venta y tráfico de armas, en un videomensaje posterior a la visita de Trump dijo: “Es una absurda contradicción hablar de paz y promover y consentir el comercio de armas”. Ya en Egipto había declarado: “Si las armas son producidas y comercializadas, tarde o temprano serán utilizadas”. Pero su voz no es escuchada. Es contradictorio hablar de paz y salir de esos Acuerdos de París sobre medio ambiente, que han sido apoyados por el Papa y firmados por 200 países incluido Estados Unidos; y tan solo para favorecer el lobby petrolero. No es nada nuevo porque en todo el mundo van surgiendo corrientes racistas y antipopulares que predican un rancio patrioterismo, se dejan comprar por las grandes empresas y levantan muros para defender las riquezas, los privilegios y los monopolios; de estos muros ya hay más de setenta en el mundo. Esta ola capitalista, en la que ha crecido el magnate Trump, lleva a la desigualdad creciente y a las guerras. Según OXFAM, hoy 8 personas poseen una riqueza equivalente a la de 3.600 millones de personas. Las reivindicaciones sociales son desautorizadas como populismos. La ayuda humanitaria a África, de la que se siguen sacando y robando sus valiosos recursos naturales, ha quedado entre los buenos propósitos. A estos países se les vende armas. Lamentablemente hay ausencia de normas internacionales sobre el comercio de armas. Se ha dicho que el comercio mundial de la banana está mejor regulado que la venta de armas. Desde hace tiempo el Vaticano pidió a la ONU, como un deber grave e impostergable, reglamentar la producción y el comercio de armas a través de un tratado internacional. Los países más desarrollados (que se titulan civilizados) son los que más exportan armas. Las guerras dejan intactas las verdaderas causas de los conflictos y la paz obtenida por las guerras, prepara nuevas guerras.

(editorial) UN NUEVO LENGUAJE

En una entrevista al diario La República, el obispo auxiliar de Montevideo Milton Tróccoli y el vicario pastoral Daniel Kerber  coincidían en que una de las principales causas del descenso del número de feligreses en los últimos años, fue la falta de una buena comunicación, de un lenguaje actualizado. Es un problema de toda la Iglesia. El papa Francisco manifiesta una capacidad comunicativa sin precedentes en una sociedad mediática como la de hoy. Con el objetivo de una “Iglesia en salida” el Papa se vale del teléfono, de internet, de las entrevistas aún a los medios más alejados de lo religioso, con una palabra sencilla, clara y estimulante. Muchas veces la Iglesia en el pasado se ha presentado no solo como elitista y clerical, sino con un lenguaje intelectual y abstracto, doctrinal y moralista. El magisterio de la Iglesia, por sus textos complicados, llegaba a una minoría selecta o si llegaba al gran público, llegaba muchas veces recortado o deformado por la prensa. En la revista Umbrales nos hemos pasado la vida traduciendo en forma inteligible y popular los difíciles y extensos documentos oficiales de la Iglesia. Hemos tratado de ser voz, no únicamente de los que no tenían voz, sino también de los que la tenían pero no lograban hacerse entender. Por eso los avances de la teología después del Concilio, de la investigación bíblica, de la doctrina social y aún de la pastoral no han llegado muchas veces al católico de a pie. Todavía hay eclesiásticos que hablan en una entrevista o por radio como si hablaran a sus feligreses en la misa del domingo o como dando lecciones académicas con argumentos de autoridad. Y esto dificulta y bloquea la comprensión y el diálogo. Con respecto a las homilías escribe el cardenal biblista Gianfranco Ravasi: “La Palabra de Dios está sufriendo; es traicionada y humillada. Con frecuencia los sermones son tan incoloros, insípidos e inodoros que resultan totalmente irrelevantes. La Palabra de Dios aconseja y consuela, pero también ofende, hiere, inquieta, juzga, deja marcas”. Por otra parte la ausencia de la palabra de pastores y laicos en el ámbito público es prácticamente total. El laicado católico no está llamado a hablar oficialmente en nombre de la Iglesia; tiene competencia y responsabilidad propia, con libertad de opinión, para juzgar sobre cantidad de problemas en el orden social, económico y político.  Cuesta hasta escribir una carta al diario, llamar por teléfono a una radio o a un canal de televisión para que se oiga también, sin ninguna ostentación, el punto de vista cristiano. Hay muchos profesores cristianos en las aulas; quizás en el futuro se precisen muchos más comunicadores. Si se mira a la importancia que se le da a los medios de comunicación en la pastoral, daría la impresión que a muchos no les importan en absoluto; no se sienten a gusto y le tienen miedo a los medios y solo fomentan boletines, folletos y pasquines piadosos. La radio, la televisión, internet son medios que llegan hoy a todas las casas, hasta las más humildes, y son los que enseñan nuevos modos de vivir y enfrentar la realidad, mentalizan, forman opinión, crean cultura. Obviamente en estos medios públicos no se puede hablar como desde el ambón; es preciso despojarse de todo dogmatismo y bajar del pedestal para confrontarse en pie de igualdad con los interlocutores. No hay que pretender saberlo todo: hoy se rechazan las respuestas dogmáticas y prefabricadas. La Iglesia cuando ha de responder a criticas aún injustas, ha de entrar con mansedumbre y respeto en el debate público ofreciendo sus  razones y sin polémica, porque no se trata de vencer sino de convencer.

(editorial) Lo esencial en el cambio

En los últimos años, en la cultura contemporánea, el cambio se ha vuelto un valor. En las campañas electorales todos los candidatos se presentan como los representantes del cambio; la moda impone, y no solo en la forma de vestir, cambios contínuos y quienes no cambian (el celular, el auto…) se sienten como los que no dieron el paso necesario hacia adelante; las redes sociales cambian, la configuración de los correos, del WhatsApp, de los sistemas operativos… cambian constantemente. Y siempre para mejorar, parece decirse.
Hasta en la Iglesia, que hace de la tradición un punto no solo de fuerza sino un fundamento de la fe, desde siempre preocupada que la doctrina no cambie y tenga continuidad con las verdades eternas, el cambio está teniendo un papel inesperado: nadie puede negar que el papa Francisco ha representado un cambio para la Iglesia. Para algunos positivo, para otros problemático: pero un cambio al fin.
Hace casi 60 años, el papa Juan XXIII para evitar que el cambio necesario en la Iglesia católica sonara a Reforma, convocando el Concilio Vaticano II usó la palabra italiana «aggiornamento» que, eclesialmente, fue adoptada en castellano, no encontrando terminos que tuvieran la misma fuerza: significar un cambio por un lado sin necesitar una reforma por el otro. Pero, efectivamente, se dio un cambio.
La revista Umbrales también cambió en sus 27 años de vida: cambió de diseño gráfico, cambió secciones, cambió de director, acompañó la edición impresa con la página web, quedó solo la edición digital…
En este mes de abril habrá otro cambio importante entre los editores: el grupo de Padres Dehonianos presentes en Uruguay deja lugar a otro grupo internacional, siempre de Dehonianos, que llevarán adelante las obras de los Sacerdotes del Sagrado Corazón en Uruguay; y, entre ellas, Umbrales.
Gracias al grupo de laicos y presbíteros que colaboran en la Revista, el trabajo seguirá con los mismos editores: un cambio, entonces, en la continuidad. Lo que debe continuar en los cambios es lo esencial, no siempre fácil en su definición.
El desafío, que en las distintas etapas logramos enfrentar, es siempre el mismo: ofrecer a nuestros lectores una información de calidad sobre la realidad eclesial de América Latina; una información que por sí misma y acompañada por artículos de profundización, sea motivo de formación para los lectores; una formación que pasa por la reflexión y el discernimiento de los signos de los tiempos de nuestra época: el ecumenismo, los pobres y los excluídos, las minorías, la mujer y la mujer en la Iglesia, el diálogo con las culturas, la paz y la no violencia… Y todo esto en comunión, o en red, con quienes en la Iglesia y en el mundo se sientan interpelados por la propuesta de Jesús de Nazaret. 
En un mundo acelerado donde la velocidad, también en el cambio, representa un valor, Umbrales seguirá apostando a la necesidad de parar, pensar y tener instrumentos para ver la presencia del Reino en nuestro tiempo, con la esperanza de ser una invitación a valorar la vida interior. Ojalá también se pueda encontrar la manera de volver a la revista impresa, tan importante para llenar un momento de reflexión.

(editorial) La no violencia: un estilo de política para la paz

Con este título el papa Francisco ha enviado a la Iglesia y a las personas de buena voluntad el mensaje para la Jornada de oración por la paz el pasado 1° de enero. Entre las novedades que el servicio de Francisco presenta a la Iglesia y al mundo, esta, que el mensaje del pasado 1° de enero hace entrever, es seguramente una de las más importantes, sino la fundamental. Y no tanto porque hablar de no violencia en la Iglesia, hace solo pocos años atrás, era sospechoso; tampoco porque el mensaje choca con la doctrina de la guerra justa que, desde san Agustín y llegando al Catecismo de la Iglesia Católica del 1992, siempre se justificó en la Iglesia; y tampoco porque fue una bandera, por así decirlo, llevada adelante por varias confesiones protestantes. Más bien porque el mensaje se fundamenta en el tema fundante del magisterio del Pontificado de Francisco y que aquí se muestra como revolucionario: una revolución que, por supuesto, no es para nada novedosa, ya que se abreva directamente del Evangelio de Jesús; una revolución que deja entrever un nuevo tiempo en nuestra conflictiva historia.

¿Cuál es la novedad que puede realmente dar comienzo a una época nueva, a una historia diversa? La novedad  consiste en el hecho de que una guerra religiosa no es más posible. ¿Qué sería más obvio hoy, cuando el extremismo islámico que se ha vuelto Estado amenaza a Roma y desafía con el terrorismo al Occidente, sino estar de lleno en una guerra religiosa? Si en algún momento una guerra religiosa pudiera ser justificada, la de hoy con el Isis o Daesh lo sería. En cambio, esta guerra no se da. Y tampoco Trump podría provocarla. Tal vez podía lograrlo Bush. Pero Trump no puede hacerlo. Puede hacer la guerra, pero no una guerra religiosa. Y una guerra religiosa hoy no es posible porque en Roma está un papa que se llama Francisco. Y no se puede hacer esta guerra -no porque Francisco sea un pacifista- sino porque Francisco ha cambiado la imagen de Dios en el mundo, quitando legitimidad al Dios de la guerra, declarando – ¿infaliblemente? – que el Dios de la guerra no existe; y ha anunciado con autoridad no a un nuevo Dios, sino a un Dios desconocido, un Dios no violento, un Dios que, como ha repetido durante un Angelus, es el gran amigo, el aliado de la humanidad, el padre misericordioso, la causa de nuestra paz. Si Dios es así, la guerra religiosa no se puede realizar. Se puede hacer guerra por el petróleo, por conquistar algo, por los mercados, pero ya no se puede hacerla en el nombre de Dios y en el nombre de los valores que de Dios proceden.

Alguien puede objetar: “pero no alcanza que así sea el Dios de los cristianos: así debe ser también el Dios de los islámicos”. Y de hecho es así, como han escrito los más altos representantes de la Umma islámica dirigiéndose al autoproclamado Califa Al Baghdadi, recordándole que es un gravísimo error y una ofensa al Islam transformarlo en “una religión de dureza, brutalidad, tortura y asesinato”. Y mientras el papa Francisco habla de un Dios misericordioso, los líderes de la comunidad musulmana dicen que los enviados de Dios, como el profeta Mahoma, han sido enviados como “misericordia para todos los mundos” y no con la espada: porque a pesar que Mahoma la usó, en un determinado momento histórico, es absolutamente falso que la misericordia pueda ser vehiculada por la  espada.

Hay quienes dicen que al fin y al cabo el papa Francisco no hizo nada nuevo: como si las ideas no fueran nada o no influyeran las motivaciones en las decisiones humanas.  Jesús tampoco dejó organizaciones o instituciones nuevas: trató de vivificar las que estaban con la sabia que de Dios procede. La predicación de Francisco y lo que suscita entre los creyentes y los agnósticos genera la esperanza: de un tiempo donde las religiones seguirán siendo muchas, pero todas juntas en camino al mismo Dios; que no podrá jamás ser el Dios idolátrico de la violencia, de las condenas y de la guerra. Y no solo la Iglesia estará en salida de sí misma: más bien todas las religiones estarán en salida de sus estructuras de muerte, de sus armaduras que van de la mano con el poder, de sus propias formas de cristiandad.

(editorial) Cuáles alianzas para la evangelización

La victoria de Donald Trump y el inicio de su presidencia con los primeros actos han levantado discusiones, polémicas, posiciones favorables y contrarias, así como era previsible. También en ámbito católico, y no solo en Estados Unidos, se señalaron varias voces, algunas muy destacadas, sobre todo en contra de la política antimigratoria y proteccionista del neo presidente.

Esperar de un líder de gobierno un cambio positivo es razonable; pero confiar en él para una política cristiana es contradictorio, así como acusarlo de abusar de su poder cuando lo hace en los límites de las leyes. Una renovación cristiana de la sociedad o, ¿más modestamente?, de la iglesia no puede depender de un presidente o un gobernador: en este sentido es bastante desubicado dedicar mucha energía en el análisis de los programas de gobierno y, tal vez, en la formación de los líderes.

Samuel Ruíz, obispo de San Cristóbal de las Casas (México), decía en una entrevista a Juan José Tamayo, que salió después de cinco años de su muerte: «Los pobres no pueden ser evangelizados si nosotros somos propietarios de latifundios. Los débiles y oprimidos se alejan de Jesucristo si nosotros aparecemos como alineados a los poderosos. Los analfabetas no podrán ser evangelizados si nuestras instituciones religiosas siguen buscando el paraíso de las grandes ciudades, y no los suburbios o las aldeas rurales».  El problema no es si tal presidente tiene o no programas cristianos: el problema es que no se puede confiar a él la tarea propia de las sal de la tierra.

Coherentemente seguía Ruiz: «Cuando los pobres descubren que no solo tienen obligaciones sino también derechos y puede haber un nuevo tipo de sociedad que no se base ya en la concentración del poder y del dinero sino en la intercomunicación de los bienes, entonces surge la esperanza». Se trata de pensar la Iglesia de otra forma, sin compromisos o esperanzas en el poderoso de turno, sino al lado de los que sufren ya sea carencias y sea discriminación o enfermedad.

Qué signifique esto, lo dice en la misma entrevista Samuel Ruiz con dos ejemplos. Uno sobre el tema del ecumenismo: «Para nosotros lo más importante no es si estamos o no con la teología de la liberación; lo importante es si estamos con los pobres, si optamos concretamente por su promoción y liberación. También el ecumenismo quizás en Europa se de a través de los diálogos teológicos; aquí se da caminando juntos en la opción por los pobres. En ella coincidimos de manera extraordinaria católicos y evangélicos. A veces nos sentimos más cómodos con ellos, que en nuestras propias conferencias episcopales. La pregunta finalmente es para todos si amamos a Cristo en el prójimo, sobre todo en los más pequeños”. El otro ejemplo es sobre la posibilidad de vivir la fe desde la realidad propia o autóctona, sin necesidad de importar modelos o paradigmas, casi que sea preciso un paso previo (occidentalización, formación teológica, conversión moral…) a la iniciación cristiana: “Los misioneros que salieron de Europa no solo evangelizaron sino que occidentalizaron. Eso fue lo que ocurrió en este continente; hubo la imposición de una cultura que venía de afuera y la eliminación de la autóctona. No había el respaldo en aquel entonces de una reflexión teológica sobre la validez de las culturas. El Concilio nos ha enseñado a respetar lo que Dios ha hecho en las culturas, lo salvífico que hay en ellas para llegar al surgimiento de Iglesias autóctonas, no autónomas, donde el evangelio y la Iglesia se encarnen en ellas, con sus propios agentes pastorales. Por eso hemos apostado aquí a los ministerios indígenas con más de 300 diáconos casados y cerca de 20 mil catequistas indígenas, por ser una diócesis de mayoría indígena. Además debemos poner fin al mito repetido con frecuencia de que América Latina es un continente católico. Si la Iglesia es una comunidad de fe, esperanza y caridad, esto no se ha realizado en América Latina. Hay incontables contra-testimonios en la Iglesia que constituyen obstáculos insuperables para la evangelización».

(editorial): Un año en la web

Hace un año salió la última revista Umbrales impresa; hace un año que venimos publicando nuestros artículos en la página web y en dos redes sociales.

No es este el lugar de una evaluación: para hacerla se podrían involucrar a los lectores, tal vez con preguntas y respuestas rápidas; de otra forma ¿encontraríamos personas disponibles a dedicar una hora para evaluar el trabajo de la revista? Y las respuestas rápidas, con un sí o un no, ¿son garantía de una previa reflexión? O, como en el caso de los cuatro Cardenales que exigen del Papa Francisco un sí o un no a sus preguntas, ¿no es la manera de evitar de reflexionar e ir en profundidad en los problemas?

Nuestro tiempo se caracteriza por la velocidad y la necesidad de encontrar rápidamente respuestas y soluciones: es el tiempo del celular que, adonde uno se encuentre, puede ofrecer informaciones que en otro momento histórico requerían meses de trabajo e investigación para conseguirlas. Cerrando, por el momento temporaneamente, la revista impresa, hemos intentado no abandonar nuestra lìnea que, posicionándose en la información, quiere hacer pensar y reflexionar sobre los signos de los tiempos de nuestra época: el ecumenísmo, los pobres y los excluidos, las minorías, la mujer en la Iglesia, el diálogo con las culturas, la paz y la no violencia… Seguimos apostando en la necesidad de parar, pensar y tener instrumentos de discernimientos, con la esperanza de ser una invitación a la reflexión.

Con los medios a nuestra disposición (número de entradas en el sitio, mail de los lectores, apoyo económico…) podemos afirmar que no son pocos los lectores que siguen apoyándonos y estimulándonos en esta tarea; inútil decir que nuevos lectores se sumaron a los que ya teníamos. A todos nuestro «GRACIAS» porque nos dan un motivo para seguir y buscar nuevos caminos.

Cerramos este 2016, además que con el deseo de una Feliz Navidad, con un tema central sobre la No Violencia, que será el centro, elegido por papa Francisco, de la Jornada de oración por la paz del 1 de enero del 2017. Un tema típico del tiempo navideño; un tema actual y fuerte, que exige una opción decidida y sincera; una opción evangélica que abre a la esperanza que pocas épocas, como la actual, han visto definida con tanta determinación y claridad por verdaderos profetas cercanos a nosotros en el espacio y en el tiempo.

(editorial): Vivir la misericordia….

Parece algo sencillo.

*Predicar sobre la misericordia.

*Fomentar la piedad popular y parroquial, resaltando la devoción a Jesús misericordioso; una especie de actualización del Sagrado Corazón de Jesús.

* Peregrinar a la Catedral o al Cerrito para pasar al menos una vez por la puerta de la misericordia, y así ganar indulgencias, descontando años o al menos algunos meses de Purgatorio.

* Ah, me olvidaba, estar más disponibles para celebrar como penitente y como confesor (si eres cura) el sacramento de la Reconciliación. Seguir leyendo «(editorial): Vivir la misericordia….»

(editorial) ¿En qué coyuntura nos movemos?

Las polémicas intraeclesiales, que oponen unos cristianos a otros, manifiestan una dificultad de entender el tiempo que estamos viviendo. Con mucha facilidad se escucha hablar de crisis de la Cristiandad, sobre la cual casi todos están de acuerdo, pero luego las consecuencias operativas son variadamente diversas. Se observa por un lado que el papa Francisco «no hizo nada», mientras que otros dicen que está cambiando a la Iglesia; la Cristiandad se ha terminado, pero se sigue enseñando al mundo desde la cátedra de los cristianos; se enseña que hay que atender a los pobres, enfermos y necesitados, siempre y cuando esto no perjudique a la Iglesia (parroquia, diócesis o movimiento…) en cualquiera de las instituciones en las cuales se identifica. El listado de contradicciones podría ser largo.

Tal vez sería importante y útil una mayor humildad de parte de todos y evitar categorías (progresistas y conservadores, por ejemplo) que solo definen un estado de la Iglesia o del mundo que, dentro de todo está bien, solo le falta algún arreglo. Humildemente hay que reconocer que la civilización de la cual venimos, la Cristiandad, está en crisis profunda, pero no está terminada, ya que nada nuevo está apareciendo. Y en este tiempo de crisis apostar a lo evangélicamente importante, a empezar por la unidad: la celebración de los 500 años de la Reforma, así como lo que se mueve en el mundo ortodoxo, son una muy buena oportunidad para repensar en la unidad por la cual Jesús ha rezado.

En el tema central de este mes le damos la palabra a un pastor Valdense, Pablo Ricca; el mismo indica unos caminos de discernimiento para apostar a lo esencial, al Reino de Dios en este tiempo de crisis: la atención a los enfermos; la lucha contra el mal de la violencia, la mentira, la propiedad; el compartir el pan de cada día; el cambio de lugar en las jerarquías humanas;  la inclusión; la no violencia; la compasión y el perdón.

Este sería el punto fundamental: en tiempo de crisis o no, el Reino está presente y activo; solo quien lo recibe como un niño puede entrever lo nuevo que este mismo Reino está gestando.