(Parte cuatro)

Introducción
Entrando ya a la cuarta parte, es necesario recordar que nos remitimos únicamente a las apariciones de María que son aceptadas por la Iglesia Católica. Empezamos en esta cuarta etapa por apariciones más cercanas a nuestra época, ya en la última mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Presentamos la aparición de Nuestra Señora de Lourdes…
Nuestra Señora de Lourdes (1858)
Es esta una de las apariciones de María más populares entre nosotros. Su vidente, una adolescente semianalfabeta de 13 años, llamada María Bernadette Soubirou es incluso reconocida como santa.
Empecemos por ver quien fue la destinataria de estas apariciones, y su mensaje.
¿Quién era Bernardita?
Marie Bernarda Sobirós, en el dialecto occitano (hablado en la zona, por Bernardette, que no dominaba mucho el francés)
En francés. Bernardette Soubirous, o Santa Bernardita hoy en día.
Nació en la ciudad de Lourdes el 7 de enero de 1844.
Ella fue testigo de dieciocho apariciones de la Virgen María, sucedidas en 1858, en la misma Lourdes, y de varios milagros que la sucedieron.
Bernardita era una chica muy pobre y semianalfabeta cuando fue testigo de estos sucesos. No sabía siquiera, hablar fluidamente francés, hablaba plenamente su dialecto occitano gascón, propio de su localidad.
Ella era la mayor de nueve hermanos, de los cuales sólo algunos sobrevivieron a sus primeros años de vida.
Su familia era de condición muy pobre. Por la condición de extrema pobreza de sus padres, vivían en un viejo sótano en un molino húmedo y miserable, eso explicaría ciertamente la temprana muerte de varios de sus hijos, y la condición enfermiza que en toda su vida tuvo Bernardita, todo esto añadido a la desnutrición que la afligía. Y por si fuera poco, tuvo asma crónica en edad muy temprana. No tuvo por esto una vida muy prolongada, pues moriría más tarde de tuberculosis a los 35 años. Su padre, François, tenía por empleo en el momento de las apariciones, juntar la basura del pueblo y del hospital; su oficio era molinero, pero la escasez de trabajo hacía imposible desempeñarlo. Su madre, Louise Castérot, era una mujer piadosa y preocupada por sus hijos que ocasionalmente trabajaba de costurera. Corrían tiempos difíciles en Francia y la familia de Bernardita vivía en pobreza extrema, particularmente desde que ella cumplió diez años. Primero, su padre Francisco perdería un ojo en un accidente de trabajo. Luego, el panadero de Lourdes lo acusó de haber robado sacos de harina, motivo por el cual pasaría una semana en la cárcel. Toda la región padeció años de graves sequías que provocarían pérdidas de cosechas. Al no haber trigo suficiente, cerraron muchos molinos (entre ellos, el molino de Boly, donde trabajaban y vivían los Soubirous). Además aparecieron los molinos de vapor, que se impusieron a los tradicionales de agua.
Llegó a vivir algunos años en una celda de la que fuera la antigua prisión de Lourdes, por entonces fuera de uso. Estaban allí, pues un primo de su padre llamado Aimé Sajous, que era propietario del inmueble, se los cedió para que vivieran. De todas formas eso fue un motivo para que la gente del pueblo de Lourdes los señalara con desprecio, llamándoles “los que viven en el calabozo”.
Cuando los demás niños de su edad iban a la escuela, ella no podía asistir pues debía cuidar de sus hermanitos más pequeños.
Conoció la miseria y el hambre, pues siempre cedía el alimento a sus hermanos, que muchas veces debían repartirse mendrugos de pan como única comida.
Bernardita tenía que pedir ropa prestada cuando lavaba la propia.
Si no estaba cuidando a sus hermanos realizaba la tarea de pastoreo, cuidando en el monte ovejas ajenas. Hasta los 16 años no aprendió a leer ni a escribir, aun así, estaba empeñada en recibir la primera comunión.
Por las noches, después de largas horas de labor, la niña repetía las fórmulas del catecismo. El catequista parroquial le decía a sus padres: «Le cuesta retener de memoria el catecismo”.
Las Apariciones
El 11 de febrero de 1858, y durante seis meses, Bernardita recibió las revelaciones de la Virgen.
Ocurrió que en ese día se había terminado la leña en la casa, y Bernardita acompañada de dos de sus hermanas, Toinette y Juana Abadie, fueron a buscar leña estaban en la puerta de una gruta, en Masse- Vieille. Allí había una gran roca que cubría una gruta alargada que contaba con ocho metros de ancho..
Allí Bernardita sintió un fuerte rumor de viento, pero al volverse vio que todo estaba tranquilo, y que ni siquiera los árboles se habían movido. Pero luego sintió otra vez el mismo rumor.
Pero cuando miró atrás, vio que todo estaba tranquilo, y que los árboles no se habían movido.
Pero al volver su mirada vio en el interior de la gruta a una joven, que no se identificó y a la que Bernardita, no reconoció como la Virgen María, pero dejemos que ella misma lo cuente:
“En la abertura de una roca, llamada cueva de Masse-Vieille, vi a una joven. Creyendo engañarme, me restregué los ojos; pero alzándolos, vi de nuevo a la joven, que me sonreía y me hacía señas de que me acercara. La mujer vestía túnica blanca con un velo que le cubría la cabeza y llegaba hasta los pies, sobre cada uno de los cuales tenía una rosa amarilla, del mismo color que las cuentas de su rosario. El ceñidor de la túnica era azul. Tuve miedo. Después vi que la joven seguía sonriendo. Eché mano al bolsillo para tomar el rosario que siempre llevo conmigo y se me cayó al suelo. Me temblaba la mano. Me arrodillé. Vi que la joven se santiguaba… Hice la señal de la cruz y recé con la joven… Mientras yo rezaba, ella iba pasando las cuentas del rosario,
Terminado el rosario, me sonrió otra vez. Aquella Señora no me habló hasta la tercera vez que se me apareció”.
La «joven», a quien Bernardita comenzó llamando «Aquélla» (más precisamente, «Aquerò», que en occitano quiere decir tanto “Aquella” como «Señora», se le presentaría diecisiete veces más. Durante la tercera aparición -que fue el 18 de febrero- Bernardita le preguntó su nombre. La Virgen no se lo dijo de momento, y le propuso una cita diaria durante 15 días. Del 19 al 24 de febrero, tuvieron lugar las apariciones cuarta a octava. La Señora y Bernardita se hablaron en confidencia. La gente que la acompañaba no podía ver a la Señora, ni escucharla.
Sin embargo, las autoridades del pueblo la acusaban de perturbar el órden público, y la amenazaban con enviarla a la cárcel.
Sin embargo la niña mantuvo una consistente actitud de calma durante los interrogatorios y no cambió nunca su historia, ni pretendió conocer más allá de lo dicho, respecto a lo que había visto y oído.
Las opiniones de los vecinos de Lourdes estaban divididas. Aquellos vecinos que creían que decía la verdad, decían que se le aparecía la Virgen, pero ello nunca dijo, al menos en las primeras apariciones, que era la Virgen María.
Siempre mencionaba a la que se le aparecía como “Aqueró”
La Señora le habló en la aparición del 24 de febrero de la necesidad que todos tenían de hacer penitencia y oración.
El manantial, y la revelación más importante
Sin duda la aparición más polémica fue la del 25 de febrero.
Varias personas se le unieron, y en ese día había 350 testigos.
Luego de rezar el rosario, la Señora le pidió que bebiera del agua del manantial y comiera alguna de las plantas silvestres que crecían allí. Bernardita creyó que la Señora le ordenaba que bebiera agua del cercano río Gave, y hacia allí se dirigía cuando la Señora la corrigió y le indicó que escarbara en el suelo fangoso. Así lo hizo, y cavó en el suelo con sus manos, ensuciándose de barro, tanto en sus manos como en el rostro. Ella veía sólo fango, intentó comer plantas y beber, pero no lo consiguió.
Mientras la gente gritaba: “Esta chica está loca”, “Esto es un fraude”. Su madre, desconcertada, le limpiaba la cara con un pañuelo. Sin embargo, en el cuarto intento vio apenas unas gotas de agua, y pudo beber. Pero poco después empezó a brotar agua, y se formó un manantial, que comenzó a fluir, desde el hoyo fangoso que Santa Bernardita había cavado.
El 2 de marzo, la Señora le pidió dos cosas: Que la gente acuda asiduamente a la gruta, y que allí se construyera una capillita en su honor.
Así, Bernardita concurrió a ver al cura párroco, el Padre Dominique Peyramale, y le habló de lo que la Señora le había pedido.
El cura párroco no creía mucho en las visiones y milagros. Era un hombre inteligente y con sentido común.
Por otra parte Bernardita fue muy humilde, y le mostró en todo momento respeto, y no fue nada soberbia.
El Padre Peyramale, le preguntó: “Bernardita, si debo construir una Capilla, debo saber el nombre de la Señora que te lo pide”.
También le dio agua bendita, y le dijo que él no tenía seguridad que no fuera el demonio que estuviera tras esto, y quisiera engañarla. Le dijo entonces que cuando viera a la Señora, le arrojara el agua bendita.
Lejos de enojarse, Bernardita siguió el consejo del cura, y en la siguiente aparición hizo lo que le pedía.
Así el día 25 de marzo, Bernardita rezó como siempre el rosario con la Señora.
Luego de una hora, se produjo un milagro. Bernardita sostenía un cirio encendido, el cirio se consumió durante la visión, y el fuego durante unos minutos estuvo en contacto con la piel de Bernardita, pero no se quemó ni sintió dolor. El médico de la ciudad, el Dr. Pierre Romaine estaba presente, y vio todo, describió el hecho y lo documentó.
Bernardita le arrojó entonces a la Virgen el agua bendita, y ella le sonrió con mucha ternura y le bendijo en el momento que lo hacía.
Luego le preguntó quién era; la Señora le dijo entonces: “Yo soy la Inmaculada Concepción.”
Bernardita era casi analfabeta, no había tomado aún la comunión y manifestaba problemas de aprendizaje.
El sacerdote quedó sorprendido, y le preguntó: “Bernardita, ¿tú sabes que quiere decir la Señora, con esto de la Inmaculada Concepción?”
Ella respondió que no lo sabía.
Así fue que el Padre Peyramale, sanamente escéptico, se dio cuenta de que la niña no había inventado nada, y que no le había mentido.
En esta entrevista no estaba sólo el cura párroco. Había varios clérigos que luego lo atestiguarían.
Ellos eran: el abate Péne, el abate Serres, y el abate Pomian.
Luego de un intenso interrogatorio, todos se dieron cuenta de que Bernardita era creíble y que ignoraba que tres años antes, el papa Pío Nono, había proclamado como dogma de fe, la Inmaculada Concepción de María, instituyendo el 8 de diciembre, una fiesta para celebrar este misterio de fe.
Pero estaba claro que los campesinos y la propia Bernardita ignoraban esto. Ella tenía dificultades para recitar de memoria el catecismo, y aún no comprendía muchas de las verdades de la fe cristiana… ¿cómo podría haber inventado esto?
El manantial
El manantial de agua, que Bernardette encontró guiada por la Virgen, resultó ser una fuente de numerosos hechos extraordinarios. El agua fue analizada por laboratorios independientes que no hallaron en ella ningún elemento extraño. Es agua natural y normal de manantial, posee, si, un alto contenido en minerales, pero no es nada extraordinaria, no se encuentra en ella ningún elemento especial que pueda explicar los milagros que se registraron en los enfermos que la bebieron, o se lavaron en ella. Se curaron al lavarse en ella paralíticos, ciegos, enfermos terminales o incluso enfermos de cáncer.
El comité médico internacional de Lourdes, formado por médicos creyentes y ateos o agnósticos en partes iguales, fue el encargado de registrar las curaciones que se produjeron en los enfermos.
Los médicos ateos o agnósticos tienen la función de controlar a los creyentes, y estos a ellos.
De esta forma se busca la rigurosidad científica. Se han producido muchas curaciones en el santuario. Pero sólo algunas son reconocidas como curaciones inexplicables por causas naturales. Estas son las que la Iglesia considera milagros y signos de la presencia de Dios, y su acción misericordiosa y sanadora, por intercesión de la Madre de Dios.
El Santuario de Lourdes y la imagen de María
La talla de María colocada en la gruta fue esculpida por Joseph Hughes Fabish. Entre 1863 y comienzos de 1864. Este era un prestigioso escultor, que además era profesor en la academia de Ciencias, Artes y letras de Lyon. Pero el artista tuvo que hacer varias correcciones a su obra, puesto que Bernardita no estuvo conforme con la representación.
Incluso hubo de agregar el Rosario que ella tenía y en la primera versión no aparecía.
Fue esculpida en mármol de Carrara y colocada en el lugar preciso de la Gruta en la que Bernardita le había visto aparecer.
El último interrogatorio
Bernardita fue por fin interrogada una vez más por una comisión eclesiástica presidida por el obispo de Tarbes: Bertrand Sévère Laurent. Fue el 25 de marzo de 1860. El anciano obispo, terminaría emocionado hasta las lágrimas cuando Bernardita repitió el gesto y las palabras de la Virgen, cuando dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
El 18 de enero de 1862, publicó una Carta Pastoral, en la cual afirmaba: “la Inmaculada Madre de Dios, se ha aparecido verdaderamente a Bernardette.”
La entrada de Bernardita en la vida religiosa
Tras las apariciones, a partir del 15 de julio de 1860, Bernardette dejó su casa paterna, y fue acogida en el Hospicio por las Hermanas de la Caridad de Nevers. Viviría prestando su servicio como enfermera dos años entre ellas.
En agosto de 1864 solicitó ser admitida en la comunidad de las Hermanas, y en julio de 1866, comenzó su noviciado.
En setiembre de 1866, el asma que siempre había padecido se agravó. Tuvo que pronunciar sus votos, in articulo mortis, luego de haber recibido la unción de los enfermos. Sus fuerzas estaban al límite. Tanto que por su asma, casi no podía hablar. Por lo tanto el obispo Forcade tuvo que pronunciar su asentimiento, en su nombre.
En 1867 se recuperó, y así el 30 de octubre de ese año, hizo su profesión religiosa.
Dificultades de su estadía en el convento
La superiora, Madre Josefina Imben, no creía en ella, ni tampoco creía que estuviera tan enferma como estaba realmente.
Todas las profesas recibieron un crucifijo, el libro de las constituciones de la Congregación y la carta de obediencia. Pero Bernardita no recibió nada. La superiora la criticaba mucho, y decía: “No hace nada bien”.
La superiora no creía en Bernardita ni en las apariciones de María que había experimentado. La admitió de mala gana en la comunidad. Ella realmente estaba enferma. Así fue que en diciembre de 1877 tuvo que guardar cama, por los tremendos dolores que sufría en una de sus rodillas que le impedían caminar.
Bernardita tenía en la rodilla un tumor, pues sufría de tuberculosis ósea. Además sufrió una recaída de su asma, y tuvo vómitos de sangre.
A pesar de todo esto, no dejó de cumplir sus tareas como enfermera y sacristana, durante los 9 años que pasaría con las Hermanas. Pero llegó un momento en que no pudo más, y tuvo que guardar cama nuevamente.
Poco tiempo antes de morir, llegó un obispo que iba camino de Roma. Bernardita aprovechó para enviar una carta al Papa, para pedirle su bendición. El obispo cumplió su encargo, y al regresar, le trajo una especial bendición de León XIII, y un crucifijo de plata que le enviaba de regalo. Era el 15 de abril de 1879.
Al día siguiente, 16 de abril, con apenas 35 años Bernardita, murió a las 15,15hs.
Sus últimas palabras fueron “La he visto de nuevo. ¡¡Qué hermosa es!!! Madre, ruega por mí, que soy pecadora”.
Una multitud inmensa, venida de todos los rincones de Francia, asistió a su funeral. Todos decían:
“La Santa ha muerto”.
El papa Pío X comenzó el proceso de beatificación de Bernardita el 25 de agosto de 1913, más éste quedó trunco por la Primera Guerra Mundial. Recién el Papa Pío XI, pudo beatificarla el 14 de junio de 1925.
Posteriormente, con motivo del año santo de 1933, el mismo Pío XI, terminaría canonizándola el 8 de diciembre de ese mismo año.
Actualmente su cuerpo permanece en una urna de cristal, expuesto ante los fieles, y está incorrupto, en la antigua Capilla de San José, en el convento de Nevers.
El mensaje de Lourdes
Es un llamado a la Penitencia y la conversión
Así lo expresaría Bernardita, reconociéndose a sí misma como pecadora, e invitando a todos a la oración.
El Rosario presidió siempre el encuentro entre Bernardita y la Madre de Dios. Esta es la oración señalada por María al rezarla ella misma junto con Bernardita.
La humildad
A diferencia de otras pretendidas “videntes” Bernardita, nunca se consideró más importante ni más digna que nadie. Ella no comprendía por qué la Madre de Jesús le había elegido, pero llama con su ejemplo a vivir en actitud de conversión y amor al Señor, a su Madre y a todos los hermanos. Tuvo que sufrir la humillación de los que se burlaban de ella, pues no sabía teología y era inculta. Pero ella misma reconocía que sus detractores tenían razón, sin embargo se admiraba de la bondad de María y su misericordia con los pecadores y enfermos.
En Bernardita se realizan las palabras de Jesús, cuando dijo : “Yo te alabo Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las revelaste a los pequeños”. Mt 11,25.
Los enfermos no son los olvidados de Dios, sino sus elegidos y amados. Por eso Nuestra Señora de Lourdes es la patrona de los enfermos.
La realización de varias curaciones, incluso a enfermos terminales, nos invita a descubrir que la enfermedad no es necesariamente, ni debe ser tomada como una maldición o castigo de Dios.
Sino que por el contrario es una ocasión para acercarse a él, y compartir el sufrimiento del Señor en la Cruz.
Muchos peregrinan a Lourdes para lavarse en el agua del manantial, y para beberla esperando la curación de sus dolencias. Varios son sanados, otros no, pero todos vuelven a sus hogares con una actitud de esperanza, alegría y confianza en el amor de Dios.
Las curaciones no son más que signos del amor y la misericordia de Dios, manifestada en María.
Según los registros del propio santuario, se han producido desde su apertura hasta nuestros días, 7.000 curaciones, de las cuales tan sólo 70 han sido reconocidas por la Iglesia, como auténticos milagros que muestran la intervención de Dios, por la intercesión de María.
El criterio que la Iglesia usa para hacer esta distinción, es como ya hemos dicho, que son curaciones que no tienen explicación científica, ni se han producido por causas naturales.
La dimensión ecuménica de las apariciones
Es necesario mencionar que varios hermanos anglicanos, que son muy cercanos a la Iglesia Católica y han iniciado desde el Concilio Vaticano II un diálogo fraterno con todos los católicos, creen en estas apariciones.
En el año 2008, el Arzobispo de Canterbury y primado de la comunión anglicana, Rowan Williams, visitó el Santuario de Lourdes junto con varios fieles anglicanos. Predicando ante 20.000 personas, de ambas confesiones, dijo lo siguiente:
«Cuando María se le apareció a Bernardita, la primera vez lo hizo como una figura anónima, una hermosa mujer, una «cosa» misteriosa, no identificada aún como la Madre Inmaculada del Señor. Y Bernardita –inculta, carente de instrucción doctrinal– saltó de gozo, reconociendo que allí había vida, que allí estaba la cura. Recordad sus narraciones en las que habla de sus movimientos agraciados y ligeros a las órdenes de la Señora; como si ella, al igual que Juan en el vientre de Isabel, comenzara a bailar siguiendo la música del Verbo Encarnado que lleva su Madre. Solo poco a poco encontrará Bernardita las palabras para que el mundo sepa; sólo poco a poco, podríamos decir, descubre cómo escuchar a la Señora y referir lo que tiene que decirnos. Los vecinos, los maestros y el clero de la parroquia de Bernardita sabían lo que pensaban que necesitaban saber sobre la Madre de Dios, pero tuvieron que quedar sorprendidos por esta adolescente incapaz de expresarse, inerme e insignificante que había saltado de gozo reconociendo haber encontrado a María como madre, hermana, portadora de su Señor y Redentor. Hoy aquí, con Isabel y Bernardita, decimos con agradecido estupor: «¿Qué he hecho para merecerme que la madre de mi Señor haya venido hasta mí?» Y reconocemos que el deseo de nuestro corazón ha sido satisfecho y lo más profundo de nuestro ser ha sido llevado a una nueva vida.»
Eduardo Ojeda.
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