SAGRADA FAMILIA: ¿MUJERES SOMETIDAS?

estatua de la sagrada familia en la gruta de lourdes de montevideo
Sagrada Familia, inaugurada en Enero de 2021, Gruta de Lourdes de Montevideo.

En la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia este año se lee en la segunda lectura: ”Mujeres, sean sumisas a sus maridos”. Es un pésimo mensaje para nuestros oídos actuales en una sociedad donde abundan la violencia familiar y el machismo. El texto completo de la carta a los colosenses dice: “mujeres sean sumisas a sus maridos en el Señor; maridos amen a sus esposas”. El autor de la carta habla de una sumisión “en el Señor”. Pero en el Señor Jesús quedan suprimidas todas las diferencias: “ya no hay varones ni mujeres, ni esclavos ni libres, ni judíos ni griegos” (Gal 3,28).

En Él somos una cosa sola; nos pertenecemos los unos a los otros. Por lo tanto la palabra “sumisión” no puede entenderse como esclavitud o dependencia, ni tampoco en un sentido único. Debemos ser sumisos, por amor, los unos a los otros: las mujeres a los maridos y los maridos a las mujeres. Lo que importa en la familia es el amor mutuo, el respeto mutuo, la ayuda mutua. El amor recíproco (“ámense los unos a los otros”) es el verdadero amor cristiano.
Por eso el mismo autor de esta carta en Efesios 5,21-25 invita a todos a “someterse los unos a los otros por consideración a Cristo” y pide a los maridos que “amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella”.
Por eso las primeras comunidades cristianas seguían atrayendo a muchos, que encontraban allí un espíritu fraterno de libertad e igualdad alrededor de la mesa compartida. En la actualidad la palabra “sumisión” es totalmente incompatible con el amor. Pero el autor escribía utilizando el lenguaje de la época, en el marco de una cultura machista y misógina donde las mujeres eran consideradas propiedad del marido.
Finalmente, según los estudiosos, esta carta no figura entre las siete cartas auténticas de Pablo y quizá deba atribuirse a algún discípulo de Pablo en tiempos posteriores. Tampoco figura la carta a Timoteo que se lee a veces en los casamientos (1 Tim 2, 11-15), la que aparece francamente antifeminista.
Por el contrario Pablo recoge fielmente la tradición y el  trato de Jesús para con las mujeres, tal como se ve en 1Cor 7,3-5. Les da a las mujeres un rol activo en el culto, les permite rezar y hablar en la asamblea litúrgica (1Cor 11,4-6), les pide usar el velo como era de costumbre, para evitar el escándalo.
Pablo les dio una gran importancia a las mujeres en la evangelización, en plena igualdad con los varones. Entre las mujeres, según san Pablo, que “trabajaron duro por el Señor” se destacan Lidia, Dámaris, Evodia y Síntique. De ellas dice: “lucharon conmigo en la predicación del evangelio” (Flp 4,2-3).
También nombra y envía saludos a Maria, Trifena y Trifosa. Había mujeres que predicaban, eran diaconisas, reunían la comunidad cristiana en su casa como Febe, Priscila y Ninfa. De una mujer, Junia y de su marido Andrónico dice que fueron “sus compañeros de cárcel y son apóstoles insignes; creyeron en Cristo antes que yo” (Rom 16,7). Las alabanzas que Pablo les dirige a estas mujeres y la actividad apostólica de las mismas, eran cosas muy pocos comunes para la mentalidad de la época. Lamentablemente después de Pablo se volvió lentamente a la tradición judío-rabínica y la mujer fue excluida progresivamente de los ministerios laicales.
Las llamadas “cartas pastorales” a Timoteo y Tito de comienzos del segundo siglo reflejan una época distinta a la de Pablo, en la que la Iglesia se va estructurando de manera jerárquica.
Se nota en estas cartas el cambio de situación de los cristianos al acentuarse y extenderse la persecución romana y la hostilidad hacia su estilo de vida por parte de las autoridades.
La cultura greco-romana y su concepción de que los niños, las mujeres y los esclavos debían practicar la sumisión al padre de familia fue infiltrándose otra vez en las comunidades cristianas, inclusive las de herencia paulina. Sin embargo los fermentos sembrados por Jesús y los apóstoles lentamente han dado y siguen dando fruto en la Iglesia y en la sociedad.