(NUNCA sin el OTRO): DOMINIQUE LAPIERRE

“TODO LO QUE NO SE DA, SE PIERDE”

lapierre en un bote junto a otras personas por un río de la india
Lapierre: “He recibido mucho de la vida, y he tratado de devolver lo que pude”.

El 5 de diciembre moría en Francia el célebre escritor y amigo de Madre Teresa, Dominique Lapierre. Fue un testigo del siglo XX y uno de los escritores más exitosos. Vendió 50 millones de ejemplares de sus mejores libros, traducidos en 40 idiomas: La ciudad de la alegría, ¿Arde París? (ambos traducidos en películas), Jerusalén Jerusalén, Esta noche la libertad, Mil soles; todos best-seller leídos ávidamente por el público. Pero lo que le cambió la vida a Lapierre fue un viaje a la India en 1981, un encuentro con Madre Teresa y con los pobres más pobres de los suburbios de Calcuta.

La “ciudad de la alegría” (=pilkama en hindú) es el nombre de uno de los barrios más marginales (slum) de Calcuta. Calcuta es una ciudad enorme con 15 millones de habitantes y una densidad poblacional fuera de lo común.  Allí Lapierre pasó dos años conviviendo, investigando y documentando la vida de la gente. Fruto de esa experiencia salió su libro más importante: ”La ciudad de la alegría”.
Allí habla no solo de madre Teresa sino  de tantos pequeños héroes como aquel muchacho que tenía a su cargo la madre y el hermanito y recogía los pedazos de carbón que dejaba el tren entre los rieles para venderlos y así conseguir el arroz para la comida. El editor de Lapierre no quería publicar el libro porque creía que la historia de ese chico o de otro conductor de bici-taxi, de un enfermero suizo, de un cura francés, de un voluntario inglés, no interesarían a nadie. El libro fue traducido en más de treinta idiomas con cientos de ediciones y tuvo un impacto enorme sobre todo en los jóvenes.
Lapierre quería hacer conocer justamente a los que él llama “luces del mundo”, héroes desconocidos y anónimos que luchan en medio de la miseria, el desempleo, las enfermedades crónicas y contagiosas, los aluviones y los monzones contra viento y marea. Esa  estadía en Calcuta, fue su conversión.

El escritor dejó los libros y se transformó en activista y voluntario yendo a la India con su mujer, con la que convivió y compartió la lucha por 56 años. ”No es suficiente con escribir y denunciar, hay que tomar partido; todo lo que no se da, se pierde”, dejó escrito. Lo primero que hizo fue dedicarse a los hijos de los leprosos y a los enfermos de tuberculosis. Destinó la mitad de sus ganancias como escritor a esa obra. En poco más de veinte años ayudó a salvar a nueve mil niños de la lepra y a 4 millones de tuberculosos. Hizo construir cuatro barcos-hospitales para llegar a las islas más remotas del delta del Ganges.
En el norte de Bengala construyó una casa para niños discapacitados físicos y mentales, una aldea para indígenas provenientes del Himalaya, además de centros médicos, escuelas, pozos y canalizaciones.
Para financiar estas obras recurría a su Fundación y con su mujer iba por Europa dando conferencias y recogiendo millones de dólares. Aceptaba todo tipo de donaciones: “un pequeño regalo puede cambiar una vida”, decía.

En 2008 el presidente de la India le entregó la condecoración civil más alta. Todo este fervor solidario Lapierre lo contagió de Madre Teresa, de la cual era amigo desde los comienzos. En una entrevista declaró: “A madre Teresa la conocí caminando con ella por los barrios. Casi no dormía; con un poco de arroz tiraba todo el día. Yo le propuse que para ser más eficaz hiciera una huelga de hambre frente a la sede de las Naciones Unidas.
Ella sonrió y me dijo: ‘Me interesa la gente que no tiene un pedazo de pan hoy para darles de comer a sus hijos; el hambre no puede esperar. Hay otras personas que luchan por los derechos humanos. Aquí nos enfrentamos a la miseria total’.

Madre Teresa tenía una fuerza extraordinaria porque veía a Cristo en cada leproso o niño abandonado. Yo no veo a Cristo en cada hombre; en mi no existe esa santidad pero quiero como ella dar la posibilidad a muchos de trabajar y morir con dignidad. Quise con mi ejemplo dar un mensaje a los jóvenes de hoy que lo tienen todo, pero quieren siempre más. Cuando en París no encuentro un aparcamiento para el coche, ahora ya no me hago ningún problema porque he conocido donde están los verdaderos problemas.
En mi primer encuentro con madre Teresa me presenté con 50 mil dólares para su obra pero ella gentilmente los rechazó y me envió  al inglés James Stevens que dirigía una leprosería, pero había quedado sin dinero. Madre Teresa no trabajaba para sí misma ni tan solo para su obra. Para conseguir un local para enfermos terminales, desvalidos y moribundos amenazó al intendente de que los traería y dejaría en los pasillos del ayuntamiento.
A quien le insistía de tomarse un descanso ella contó un sueño que había tenido: ‘soñé una noche de haber llegado a las puertas del cielo pero san Pedro me dijo: Teresa, vuelve a la tierra, no hay chabolas aquí arriba’. Yo le rezo todos los días, cada mañana, a madre Teresa para pedirle que me inspire, me proteja, me muestre el camino”.

De Madre Teresa Lapierre aprendió también a valorar a los pobres. Escribió: “En los barrios de Calcuta encontré fe, sonrisas, mucha dignidad, fuerza y valor para superar las dificultades, hospitalidad, una gran capacidad de compartir y celebrar que nunca había visto en otras partes. Para sacar a la gente de la pobreza solo hay que  quererla y darle esperanza. Es un regalo de Dios conocer gente en situaciones difíciles y ser un instrumento para ayudarles a mejorar su vida”.

A los 91 años Lapierre murió; llevaba diez años con una pérdida progresiva del habla y de la capacidad de escribir, por un  traumatismo debido a una caída. Había dejado escrito: “He recibido mucho de la vida y he tratado de devolver lo que pude. Mi obra ha sido tan solo una gota en el océano de la miseria, pero como ha dicho madre Teresa: ‘el océano está hecho de gotas’ ”.