
El pasado domingo 27 comenzamos un Nuevo Año Litúrgico, con el Tiempo de Adviento (que del latin Adventus, significa: Venida). Como en el comienzo del Año Nuevo Civil (que se inicia el 1ro. de enero), cuando muchos se preparan y celebran festivamente, como también se ilusionan en poner en marcha sus planes para concretar sueños de una mejor vida, en sus varios ámbitos (personal, familiar, profesional…), nosotros los cristianos somos invitados y exhortados por la Liturgia también a hacer lo mismo, pero desde el horizonte de la Fe. Por eso, el llamado a la oración, a la penitencia y a la conversión, expresado en el color morado, quiere motivarnos y prepararnos para la Venida del Señor, que celebramos festivamente en Navidad.
Leemos en las NORMAS UNIVERSALES SOBRE EL AÑO LITÚRGICO Y EL CALENDARIO del Misal Romano, Nº 39:
“El tiempo de Adviento tiene dos características: es a la vez un tiempo de preparación a las solemnidades de Navidad en que se conmemora la primera Venida del Hijo de Dios entre los hombres, y un tiempo en el cual, mediante esta celebración, la fe se dirige a esperar la segunda Venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estos dos motivos, el Adviento se presenta como un tiempo de piadosa y alegre esperanza”.
El Adviento nos impulsa, por tanto, a contemplar y actuar la triple dimensión del tiempo: el pasado, el presente y el futuro. Recordamos el nacimiento de Jesús en Belén (Mt 2; Lc 2), su encarnación: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14).
Vivimos en vigilancia, cumpliendo la voluntad de Dios: “No son los que me dicen: ‘Señor, Señor’, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21).
Nos Preparamos para la segunda y definitiva venida de Jesús, la Parusía: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44).
Podemos decir que el Adviento es un empezar de nuevo, porque una vez más iniciamos un Año Litúrgico; en los cuatro domingos y en las tres o cuatro semanas, nuevamente escuchamos y meditamos las lecturas propias de este tiempo; nos encontramos con el mismo vocabulario: oración, conversión, penitencia, preparación, espera, vigilancia, alegría, paz… “El año litúrgico, repitiéndose año tras año, nos ayudará a vivir toda la realidad humana en confrontación con la variada riqueza de actitudes y de sentimientos que encontramos en la contemplación del camino de Jesús, y nos ayudará a interiorizar, cada vez más, su presencia salvadora, que abarca y afecta, en toda ocasión, toda nuestra vida” (1).
También el Adviento es un nuevo empezar, pues tenemos una nueva oportunidad de vivir y celebrar este tiempo especial con una nueva disposición. La historia de la salvación se actualiza sacramentalmente, y nosotros somos el Pueblo de Dios, Uno y Trino, llamados a tomar parte en la gran novedad siempre anunciada por la Iglesia al mundo: “que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la Palabra y la Vida, vino al mundo a hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2P 1, 4), a participarnos de su propia vida. Es la vida trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la vida eterna” (2).
¡Ven, Señor Jesús! (cf.Ap 22,20).
Ubirajara Salazar, SCJ
(1) https://pastoralliturgica.cpl.es/como-se-forma-el-ano-liturgico/el-perque-de-la-ano-liturgico/
(2) Documento de Aparecida, n.348
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