
En el primer domingo de adviento, que es la preparación de lo que fue la primera venida de Cristo en la humildad de Belén, el evangelio nos habla de su segunda venida gloriosa en un mundo desprevenido y distraído en sus tareas materiales y preocupaciones diarias. El último día en lo personal coincidirá con la muerte de cada uno (Mt 24, 40-41)) y para todos con la venida definitiva de Cristo. En ambos casos esta será repentina e inesperada como la entrada de un ladrón en casa de noche; como lo fue el diluvio y los más prevenidos se refugiaron de antemano en el Arca.
La gente no supo discernir los signos de los tiempos y fue sorprendida por el diluvio. Esa venida (=parusía, en griego) llegará cuando menos se la espera. Jesús se niega a indagar el cuándo y el cómo. En la Biblia no se habla ni de cómo surgió este mundo ni de cómo terminará; estas son cuestiones científicas, ajenas al mensaje religioso. La fecha tampoco está fijada, también porque depende de cómo nosotros colaboremos en la llegada del Reino y de la proclamación del Evangelio que hayamos hecho a todos los pueblos (Mc 13,10).
Lo importante es estar siempre vigilantes, atentos y despiertos. Pero ser vigilantes y despiertos no significa sentarse a esperar. Si el amo tarda en llegar, no por eso hay que dedicarse a una vida cómoda, sin compromisos (Mt 24,45-52). Hay que trabajar por el Reino de Dios hasta el último momento para que el Señor nos encuentre trabajando.
El Reino de Dios ya ha comenzado con Jesús y está presente en este mundo donde reina Dios; donde hay justicia, amor y paz. Será pleno y definitivo, fruto también de nuestros esfuerzos, más allá de la historia, cuando Cristo vuelva como vencedor del mal y rey del universo. Su venida será visible, como cuando los buitres enseguida detectan un cadáver, como un relámpago que cruza el cielo (Mt 24,27-28). Habrá antes persecuciones y pruebas.
La vuelta visible y definitiva de Cristo estará vinculada al juicio, que será sobre la caridad. Más que un tribunal, será el día glorioso de Cristo y de todos los que lo siguieron; será el encuentro gozoso y tan deseado con Jesús para quedarnos con él siempre.
La Biblia termina con un grito de júbilo: ”maraná tha” (en arameo: “Ven Señor”) que repetimos diariamente en la misa. Ese día será acompañado por la resurrección general de los muertos. Una resurrección en alma y cuerpo, como la de Jesús. Si Dios creó a la persona humana con alma y cuerpo; si Dios se hizo “carne” (= con un cuerpo humano), el cuerpo del hombre no será abandonado a la perdición.
Habrá una transformación no solo de nuestro cuerpo físico sino de todo el universo como una “nueva creación” (Gal 6,15) y habrá “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21, 1.4). Los evangelistas usan un lenguaje simbólico y figurativo, hasta a veces terrorífico para destacar que esta transformación será como un parto difícil y doloroso, pero que terminará en la más exultante alegría.
Primo Corbelli
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