“Con los pobres no hay que hacer retórica”

El pasado 13 de noviembre se celebró a nivel de Iglesia Católica la sexta Jornada Mundial de los Pobres, que Francisco instituyó al finalizar el Jubileo de la Misericordia. Después de una solemne misa en San Pedro, el Papa ofreció un almuerzo en el Aula Pablo VI a 1.300 personas pobres que viven en la calle. El Papa dijo que “con los pobres no hay que hacer retórica, sino arremangarse y trabajar. No basta el asistencialismo o la limosna, como sucede muy a menudo; hay que comprometerse para que a nadie le falte lo necesario para vivir. Para eso hay que practicar la solidaridad que es compartir lo poco que tenemos con los que no tienen nada. No basta una política para los pobres; debe ser hecha con los pobres y desde los pobres, caminando hacia la igualdad” (2Cor 8,13).
El Papa constata que aún en la Iglesia no se ha superado el asistencialismo, siempre necesario cuando se trata de dar respuestas urgentes; el peligro es quedarse en eso porque así se mantiene inalterada la brecha entre ricos y pobres. El Papa critica a “los que hablan de los pobres pero no conocen ni a un solo pobre”. Hay que atacar los mecanismos de concentración de la riqueza en manos de unos pocos avasallando los derechos humanos de las mayorías. Lamentó el daño que hacen las guerras a los pobres y aludiendo a la agresión rusa contra Ucrania se quejó de que “una superpotencia quiera imponer su voluntad sobre el principio de autodeterminación de los pueblos”.
Citando el ejemplo del p.Charles de Foucauld, que siendo rico se hizo pobre y hermano de todos en el desierto del Sahara, el Papa pidió a todos hacer un serio examen de conciencia sobre “nuestro estilo de vida”: si es realmente sobrio y solidario. Finalmente invita a no dejarse llevar por falsos mesías populistas ni por una interpretación “catastrófica” de la actual situación mundial “como si estuviéramos cerca del fin del mundo y fuera inútil luchar por la justicia y la paz. Los momentos de prueba son una oportunidad de crecimiento y mayor solidaridad”, dijo.
CAMBIAR ESTILO DE VIDA
Desde el comienzo de su pontificado Francisco propuso una “iglesia pobre para los pobres” y por eso eligió el nombre de Francisco de Asís. Lo primero, según el Papa, ha de ser el testimonio de una Iglesia pobre. Cuando se habla de pobreza hay que hacer una distinción: una cosa es la pobreza absoluta o indigencia en el caso de carecer de las necesidades mínimas para vivir; contra esta pobreza hay que luchar para eliminarla, porque es absolutamente contraria a los proyectos de Dios.
El evangelista Lucas en sus Bienaventuranzas habla de esta pobreza, no porque la indigencia sea una bienaventuranza, sino porque Dios toma partido en favor de los que viven en la indigencia o miseria.
También hay una pobreza relativa cuando se vive del propio trabajo, con lo suficiente para una vida digna e inclusive la posibilidad de compartir con los hermanos necesitados. Esta pobreza es la que practicó Jesús y la que pidió a sus discípulos (Mt 10,5-10).
La del Papa no es una invitación a no progresar en la vida sino a renunciar al despilfarro en pos del Reino de Dios que es un Reino de justicia e igualdad, donde no debe haber “ningún necesitado” (He 4,34). Repartir lo superfluo, lo que nos sobra, no es suficiente. Se trata de devolver a los necesitados lo que les pertenece.
Dios creó la tierra para todos y por eso hace falta una redistribución de los bienes producidos y la solidaridad. Por eso el Papa pide a todos cambiar estilo de vida. Nunca como hoy hubo tanta riqueza, nunca como hoy hubo tanta miseria, nunca como hoy hubo tanta conciencia de esta injusticia. La Iglesia debe cambiar de lugar social; no es lo mismo predicar el Evangelio desde un palacio que desde la periferia. Nadie está obligado a vivir como san Francisco de Asís pero es preciso terminar con los escándalos financieros, los signos de ostentación, los títulos y privilegios, el derroche. En muchas partes la vida cristiana, y hasta la vida religiosa, se ha vuelto burguesa y la pobreza evangélica ya no se entiende como cercanía y solidaridad con la vida de los pobres.
EL PACTO DE LAS CATACUMBAS
En este mismo mes de noviembre, el día 16, se han conmemorado los 57 años del llamado Pacto de las Catacumbas firmado por 42 obispos al finalizar el Concilio Vaticano II en las catacumbas de Santa Domitila, el cementerio cristiano subterráneo más grande y antiguo de Roma. El pacto que se titula: “Por una Iglesia servidora y pobre”, no es un texto conciliar pero fue firmado posteriormente por cientos de obispos y es una invitación a pasar de las palabras a los hechos como conclusión práctica del Concilio. Está dirigido a los demás obispos conciliares, pero indirectamente a toda la Iglesia.
El pacto incluye 14 compromisos que fueron retomados en su totalidad al finalizar el Sínodo sobre Amazonia en 2019, siempre en las catacumbas de Domitila por otro grupo de obispos con otro compromiso más: defensa de la “casa común”.
En el Pacto de las Catacumbas de 1965 los obispos, con Helder Cámara a la cabeza, se comprometieron a “vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que se refiere a casa, comida, medios de transporte etc.”, a “renunciar para siempre a la realidad y también a la apariencia de riqueza , especialmente en el vestir (vestimentas y colores llamativos) y en símbolos con metales preciosos, ya que el Evangelio nos enseña a evangelizar sin oro ni plata”. A “no poseer bienes muebles e inmuebles, ni cuentas bancarias a nombre propio y poner todo lo que se tiene a nombre de la diócesis o de las obras sociales”. A “confiar la gestión financiera y material de la diócesis a una comisión de laicos competentes y consciente, para que seamos menos administradores y más pastores y apóstoles”. A “rechazar títulos que expresen grandeza y poder (eminencia, excelencia, monseñor…) y conformarse con el título de “padre”. A “evitar todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, acomodo con los ricos y poderosos”. A “privilegiar a los trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados”. A “transformar las obras de mera beneficencia en obras sociales basadas en la justicia y la caridad para con todos”. A “hacer todo lo posible para que los gobiernos trabajen en orden a la justicia y al desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres para el advenimiento de un orden social más digno”. A “compartir nuestros bienes con los episcopados de los países pobres y a pedir a los organismos internacionales que no se permita el aumento de países pobres en un mundo cada vez más rico”.
Como consecuencia de estas resoluciones el obispo brasileño Helder Cámara renunció a su palacio, para vivir en una capilla periférica de Recife, el cardenal canadiense Paul-Emile Leger se fue a trabajar en África con los leprosos.
Entre nosotros el obispo argentino Alberto Devoto renunció al anillo episcopal, al báculo y a la mitra, al coche oficial, al sueldo que el estado pagaba a los obispos y se conformó con viajar en ómnibus o en subte.
Muchos religiosos optaron por una vida inserta en medios populares y periféricos. Los pastores latinoamericanos optaron por la Opción Preferencial por los Pobres. Ese espíritu conciliar, sin embargo, se fue perdiendo o diluyendo con el tiempo. La mayoría de los políticos no se interesan de los pobres ni de los países con hambruna, de los emigrantes y refugiados, etc. Por eso el papa Francisco no pierde ocasión para volver sobre estos temas.
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