
En el contexto de la Asamblea General de Obispos en Baltimore, Maryland, del 14 al 17 de noviembre pasado, salió elegido el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos: el obispo castrense Timothy Broglio. Este sucede, por tres años, al arzobispo de Los Ángeles José Horacio Gómez del Opus Dei, que curiosamente nunca fue nombrado cardenal y tampoco se dignó visitar al segundo presidente católico de Estados Unidos (por la cuestión del aborto, tema “preminente” para él). Broglio no tiene experiencia pastoral al frente de una diócesis y antes de dedicarse a la pastoral castrense, trabajó en la Curia Vaticana y fue nuncio apostólico en la República Dominicana y Puerto Rico. Protestó contra las vacunas obligatorias. Afirmó que los abusos sexuales del clero tenían relación con la homosexualidad, aunque los estudios académicos no hayan encontrado tal relación.
Habló del Papa como un “hermano obispo” y negó cualquier disonancia con él. Como vicepresidente se eligió al obispo de Baltimore William Lor, capellán de los Caballeros de Colón (el poderoso grupo conservador católico) y líder desde la Iglesia del movimiento antiabortista.
Se confirma así el distanciamiento de la mayoría de los obispos norteamericanos de la pastoral del papa Francisco. Según National Catholic Reporter, “fue un error elegir a un obispo notoriamente opuesto a las prioridades del Papa Francisco”.
Parece no haber sido coincidencia que en los mismos días Donald Trump anunciara su candidatura presidencial para 2024. Es sabido cómo la recepción del Concilio y en particular del magisterio de Francisco ha encontrado resistencia en el país. El episcopado norteamericano con sus 250 obispos es de los más importantes y ricos del mundo. Dispone de 220 universidades, 500 hospitales y multitud de colegios y obras. Los católicos (antes llamados “papistas”) son la mayoría religiosa del país, con 67 millones de fieles ( el 25% de la población) gracias sobre todo al aporte de los inmigrantes latinoamericanos.
El 39% de los legisladores en el Congreso son católicos, pero no son un bloque homogéneo como lo es la “bancada evangélica” de Brasil. Es que la Iglesia está dividida porque en ella se ha infiltrado la política partidista; en particular entre los católicos blancos nacionalistas, es decir el “trumpismo” con el partido republicano (“el partido de Dios” porque defiende la vida, la familia y la religión)). Los latinos son tradicionalmente demócratas. En la década del ochenta bajo la presidencia del cardenal Joseph Bernardin la Iglesia había producido documentos memorables inspirados en el Concilio: sobre la paz mundial (1983), la justicia económica y social (1986)… Todo cambió con la presidencia de Reagan y su alianza con Juan Pablo II, que nombró muchos obispos conservadores tan solo preocupados por la moral sexual, la homosexualidad y el aborto, pero ajenos al espíritu del Concilio.
La oposición al papa Francisco se hizo muy cruda cuando el cardenal Carlo Maria Viganó, que fue Nuncio apostólico en Estados Unidos, en 2018 pidió la renuncia del Papa, acusado de hereje y por encubrimiento. Unos 24 obispos apoyaron a Viganó y nadie después se retractó.
En ese mismo año salía el Informe Pensilvania en el que se demostraba que 300 sacerdotes habían violado a más de mil niños y niñas en las décadas anteriores. Los obispos no se esmeraron en practicar la solidaridad para con las víctimas de los abusos sexuales clericales.
Una especie de complot se fue organizando alrededor del católico “trumpista» Steve Bannon y del cardenal Raymond Burke, para apurar la sucesión de Francisco y oponerlo a Benedicto. El Evangelio social de Francisco apenas tuvo eco en la sociedad secularizada y en la Iglesia opulenta de Estados Unidos (el bienestar medio de los curas es superior al de la población). Al Papa se lo criticó públicamente por su postura frente a la agresión rusa de Ucrania, por su diálogo con el Islam, por su rechazo a la liturgia preconciliar, su preocupación por el medio ambiente (este sería un tema político, no religioso).
Aún si su presencia en la sociedad es irrilevante, la Iglesia local ha tomado firmemente la defensa de las familias migrantes (el año pasado dos millones de inmigrantes han entrado ilegalmente en el país), contra la pena de muerte y promovido cantidad de obras sociales y de caridad. En el informe sinodal enviado a Roma se reconocen la división que hay en la Iglesia, la infiltración partidista, la poca confianza que hay en los obispos que, según algunos, parecen más administradores y dirigentes de empresa que padres y hermanos, la autorreferencialidad y en particular los abusos sexuales.
En Maryland han sido recientemente identificados por la Fiscalía General 158 sacerdotes abusadores de más de 600 víctimas en los últimos 80 años. Ha dicho al respecto el cardenal de Boston Sean O´Malley: “Los católicos han perdido la paciencia con nosotros y la sociedad civil perdió la confianza en nosotros”.
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