A LOS 25 AÑOS DE SU MUERTE

Hace 25 años moría en Calcuta el 5 de septiembre de 1997 la que ahora es santa Teresa de Calcuta a los 87 años, por un paro cardiaco. Su fiesta litúrgica se celebra el 5 de septiembre de cada año. Es la santa más emblemática y popular de nuestra generación. Se dijo que nunca una persona frágil y diminuta como madre Teresa hizo tanto para tantos. Según ella misma, no nació en 1910 en Albania como dicen sus documentos, sino el 10 de septiembre de 1946 cuando en la calle de Calcuta (India) tropezó con el cuerpo de una moribunda tirada en la acera. La llevó al hospital donde murió en la primera, la única y la última cama que tuvo en su vida.
EN MEDIO DE LOS TUGURIOS
La inspiración de dedicarse a los más pobres de los bajos fondos de Calcuta, la había tenido en el mes de julio anterior en un tren atiborrado de gente humilde que cruzaba la cadena montañosa del Himalaya para llegar a Darjeeling; tenía 37 años. Sintió que Dios la llamaba a dedicarse a los pobres, vivir con ellos y como ellos. Para eso tenía que salir del convento de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto donde había trabajado por 16 años.
Teresa era graduada, profesora de historia y geografía y allí enseñaba con mucho éxito a alumnos y alumnas de buena familia. Le había costado dejar a su país y a su familia en Albania, sobre todo a su madre, mujer de gran fe que le había dicho antes de partir para India: “Pon tus manos en las manos de Jesús y mira hacia adelante; nunca más mires para atrás”.
Teresa pasará 30 años sin noticias de la familia y a ella el gobierno comunista de Albania le prohibirá el acceso al país. Había hecho el voto privado de no negarle nada a Dios. Ahora Dios la llamaba para una segunda misión en medio de los tugurios miserables de Calcuta tan bien descritos por Dominique Lapierre en “La ciudad de la alegría”. Teresa encontró muchas dificultades y oposiciones. Salió a la calle con cinco rupias en el bolsillo.
En una carta al obispo de Calcuta pedía poder imitar a la madre Francisca Cabrini que se hizo americana con los americanos; ella quería ser india, en medio de los “intocables” (dalit), vestir un “sari” común y sandalias como los pobres. Empezó primero con los moribundos abandonados en la calle por los mismos hospitales y familiares porque leprosos, contagiosos o terminales. Logró que las autoridades le cedieran unos salones del santuario de la diosa Kali y a pesar de la oposición de los hindúes más radicales fundó allí la Casa del Moribundo. La acusaron de profanación y proselitismo. Pero ella demostró un gran respeto para el lugar y atendía con amor a todos sin importarle la religión o la raza. Rezaba con ellos y les pedía también una oración, cada uno a su Dios: con un poco de agua del río Ganges en los labios si era hindú, unos versículos del Corán si era musulmán.
RODEADA DE SUS HERMANAS
“Buscamos que cada hindú, musulmán, cristiano sea cada vez mejor en su religión; a los pobres hay que llevarles el amor de Dios que es uno solo, sin considerar su creencia o religión sino sus necesidades”, decía Teresa. Cada mañana salía en la búsqueda de moribundos en la calle. Se había rodeado de un grupo de Hermanas (ex alumnas en un comienzo) consagradas con los tres votos; pero ella le añadió un cuarto: “el servicio gratuito de por vida a los más pobres entre los pobres”. Comenzaba así la obra de las Misioneras de la Caridad, que ahora están difundidas en más de cien países. Ahora son 216 las Casas del Moribundo en todo el mundo.
Teresa fundó la Ciudad de la Paz para los leprosos (eran 4 millones los leprosos en la India, rechazados por las mismas familias) a 40 Kilómetros de Calcuta (con 400 viviendas, hospital, escuela etc.). Sin recibir subsidios ni del estado ni de la Iglesia, al hacerse pública la obra de Teresa llegaban donaciones, profesionales y voluntarios de todo el mundo.
Cuando viajó el papa Pablo VI a la India, dejó en regalo a Teresa su limousine. Ella la rifó y ganó cuatro veces más que si la hubiera vendido. Fundó los Hogares de la Paz para los enfermos de sida, las Casas del Niño Abandonado, recién nacido y tirado en las alcantarillas en los cubos de basura, en la puerta de los hospitales.
Luchó enérgicamente, inclusive al recibir el Premio Nobel, contra el aborto (“si una madre puede matar a su propio hijo, no hay nada que impida que nos matemos unos a otros”). Cuando recibió el Premio Nobel de la Paz, rechazó el banquete de honor que le ofrecía el Parlamento noruego y pidió el importe para sus pobres (30 mil coronas).
Su fama se había extendido por todo el mundo y recibía cantidad de premios; el último, cuando ya viajaba en silla de ruedas, fue por parte del Congreso de Estados Unidos “por promover la paz entre los pueblos”.
En 1991 ella inclusive había escrito una carta a los presidentes Bush y Hussein para evitar la guerra con Irak. La peor penitencia para ella eran las entrevistas periodísticas. Se le escapó un día un lamento: “Prefiero lavar un leproso que hablar con un periodista”. Ella misma escribía: “Temo que estamos teniendo demasiada publicidad. No somos nada para el mundo y el mundo no es nada para nosotras”.
Rehuía de encuentros y congresos. Su obra se difundió hasta en los países del este comunista (con 56 casas) y en la misma Moscú. Hasta en el Vaticano, por invitación del Papa fundó dos casas para la gente de la calle. A su muerte ya eran 4 mil las Misioneras de la Caridad y 400 mil los colaboradores. Su desbordante iniciativa la llevó a fundar también los Misioneros de la Caridad, los Misioneros Laicos de la Caridad, una rama contemplativa masculina y femenina, un grupo de oración de colaboradores enfermos y sufrientes.
CON LOS POBRES Y COMO LOS POBRES
La pobreza real y radical para acompañar a los más pobres por parte de estas Hermanitas ha sido y es una bofetada en la cara de esta generación esclava del dinero y el bienestar. Lo es también para muchos institutos religiosos cuyo voto de pobreza es puro eufemismo. Todo lo que hacen para enfermos, huérfanos, drogadictos, retrasados mentales, leprosos, lo hacen sin violencia, sin muchos discursos y denuncias, con mansedumbre y simplemente con su testimonio. Siempre teniendo presente que ”la mayor enfermedad, la peor lepra es sentirse rechazados, no amados, no tenidos en cuenta; el hambre de amor es mucho más difícil de saciar que el hambre de pan” (madre Teresa). Por eso han de presentarse siempre con una sonrisa y algún gesto de ternura porque “la revolución del amor empieza con una sonrisa y una Hermana alegre predica sin predicar”. Tienen que anunciar a Jesús sin miedo y ayudar a los pobres material y espiritualmente.
Teresa admite una dura realidad: “Las Órdenes Religiosas europeas resultan en exceso ricas; reciben más de lo que dan. Hay conventos con gran número de hermanas que cuidan de las personas ricas y capaces; pero para los más pobres no hay nadie. Si no hay vocaciones, es porque hay opulencia, un nivel de vida demasiado alto, también en la vida religiosa. Hasta que haya ricos demasiado ricos, siempre habrá pobres”.
Teresa enseña: “Hay que vivir con austeridad para que otros puedan simplemente vivir”. En su casa madre de Calcuta consideraba como un privilegio limpiar los baños y la casa todos los días. A quien le preguntaba el porqué de su vida tan austera: “¿Cómo podríamos comprender de veras el sufrimiento de los pobres sin vivir y sufrir con ellos? ¿No hizo lo mismo Jesús?”.
Las Misioneras se levantan a las 4,30 de la mañana, tienen dos horas de meditación con la adoración eucarística por la tarde, viven de una comida frugal con arroz y legumbres, sin útiles personales, sin celular, radio y televisión, ni heladeras ni electrodomésticos, grabador, proyector o cámara. Tienen dormitorios comunes. No aceptan nada de los pobres, de los amigos y bienhechores para uso personal; todo debe compartirse con la comunidad. No buscan privilegios ni defenderse de las calumnias y difamaciones; dejan que el Señor lo haga.
MUCHAS FORMAS DE AYUDAR
Económicamente dependen de las donaciones en efectivo o en especie; no aceptan honorarios, regalos, subsidios, asignaciones. “Si es necesario, mendigaremos de buena gana para los miembros sufrientes de Cristo” (Constituciones n.56). La plata, así como llega debe salir enseguida para las situaciones más urgentes. Se dedican a los más abandonados y a los enfermos, siempre y cuando no tengan a nadie que los ayuden. Poseen dos “saris” blancos de algodón con bordes azules que lavan todos los días, un pequeño crucifijo sobre el hombro izquierdo, un rosario y un cinturón de cuerda. Fuera de casa, no toman ningún alimento o bebida ni cuando se los ofrecen. Se privan de todo lo que no es necesario y que los más pobres no tienen. Carecen de cuentas bancarias y subsidios.
“Jesús no tenía nada, tan solo una túnica y murió desnudo en una cruz”, dice madre Teresa. Las Hermanas deben conocer perfectamente el idioma local, hacer cursos de enfermería y obstétrica, conocer todo tipo de trabajo artesanal. Tienen que visitar las familias casa por casa, repartir remedios gratis a los enfermos, recoger la gente de la calle y servirles comida caliente, visitar las cárceles y prestarse a hacer catequesis a los niños en parroquia…
Madre Teresa admitía que hay muchas formas de ayudar a los pobres y admiraba el profetismo del obispo Helder Cámara que denunciaba las causas de la pobreza, la injusticia social y el hambre de millones de personas. Ella sabía que el 17% del planeta padece hambre, que en África el 20% está subalimentado y que según la FAO hoy se produce lo suficiente para alimentar a casi el doble de la población mundial. Pero su vocación era “atender a los que viven en la calle y no tienen fuerza ni para levantarse. Nosotras no miramos a las masas sino a cada persona. Si yo mirara a las masas no empezaría nunca nada. Cada persona es única en el mundo y para amarla hay que acercarse a ella. Cristo hubiera muerto para una persona sola. Muchos luchan por la justicia y los derechos humanos. Nosotras luchamos para atender enseguida a los que no tienen un pedazo de pan para llevar a la boca y son abandonados por todos. No podemos cambiar el mundo; pero a los pobres que tenemos al lado nuestro, es posible darles una solución. Nunca hay que rechazar a nadie. Que nadie se acerque a nosotras sin que se vaya más contento y reconfortado”.
A alguien que le cuestionaba la poca eficacia de su trabajo de promoción de los pobres: “Yo nunca quise cambiar el mundo. Somos una gota en el océano de la miseria, pero si no estuviera esa gota la miseria sería mayor. Tratamos de ser una gota de agua limpia en la cual pueda reflejarse el amor de Dios para con todos”. A los que se quejaban de los males de este mundo: “Prendamos todos una vela y pronto se hará la luz”. No pedía grandes cosas; “lo importante es poner amor en todo lo que hacemos”. Ella veía a Jesús en los pobres como en la Eucaristía y decía: “Jesús es el mismo en una hostia grande como en una chica”.
“TENGO SED”
¿Cómo pudo madre Teresa hacer todo lo que hizo? Hay algo que no todos conocen. Su congregación no era una congregación de vida activa, sino contemplativa. Decía: “Nosotras somos contemplativas; contemplativas en la acción. Nuestra principal ocupación es la oración. Sin ella, nuestra vida carecería de sentido. Sin Dios no podemos nada. Nos unimos a Jesús las 24 horas del día y lo servimos en los más pobres. Es para nosotras un privilegio poder cuidar a estos enfermos que son doblemente queridos porque a través de ellos podemos contemplar el rostro de Jesús y sanar sus heridas”.
En todas las capillas de la Orden está grabada la consigna: “Tengo sed”. Se trata de saciar la sed de Jesús que agoniza diariamente en los pobres y abandonados. La página preferida del Evangelio para ellas es la de Mt 25: ”Cuantas veces lo hicieron con uno de estos pequeños, lo hicieron conmigo”.
Cuando una joven le pidió a madre Teresa entrar en su congregación para atender a los leprosos, enseguida le contestó: “Nosotras no somos asistentas sociales; venimos aquí por amor a Jesús y el trabajo con los leprosos es un medio para demostrar nuestro amor a Jesús”. Cuando un cardenal se le acercó pidiendo alguna receta para ayudar a los pobres, tuvo esta respuesta sorpresiva: ”¿Cuántas horas reza usted en el día?”.
Decía también: ”Tenemos la oportunidad de recibir a Jesús todos los días en la Eucaristía. Pero no solo El nos alimenta con el Pan de Vida, sino también El está hambriento de nuestro amor que le demostramos en el servicio a los pobres”.
Teresa murió el 5 de septiembre de 1997; el funeral duró cinco días y recibió solemnes honores por parte del Estado. Como herencia personal dejó dos saris, las sandalias, un suéter de lana, una bolsa, un rosario y un libro de oraciones. En una de las últimas entrevistas a un periodista que la entrevistaba como a una santa, le dijo: “Yo no sé si soy santa o no. No estoy preocupada por ello; pero la santidad no es un privilegio para algunos sino una obligación para todos”.
Primo Corbelli
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