
Primero de febrero de 2021. A eso de las 23hs. El padre Geraldo de Oliveira de 77 años, fue encontrado muerto en el interior del Templo parroquial de la Parroquia San Sebastián de Caruaru, en el nordeste brasilero. Junto a su cuerpo se encontró un frasco, que al parecer contenía veneno, y una carta en la que el sacerdote aseguraba: “No hay lugar para mí, en mi parroquia, los fieles y la comunidad en general, me desprecian”. Lamentablemente este no fue el único caso en Brasil, junto con el Padre Geraldo, fueron nueve los sacerdotes católicos que se quitaron la vida en 2021.
Si vamos más atrás en el tiempo, esta tendencia no era nueva. Fueron 17 los sacerdotes que entre 2017 y 2018 se quitaron la vida en Brasil.
En Francia, dos presbíteros pertenecientes a las diócesis de Langres y Mertz se quitaron la vida en 2020.
Uno de ellos, Jaques Amouzu, había sido acusado de comportamiento impropio con una mujer, a la que acompañaba espiritualmente, y el otro, Thierry Min, estaba muy solo, y al parecer se había aislado de sus compañeros y su obispo. No se encontró carta alguna de ninguno de los dos.
Hubo algunos casos en Argentina y en Chile: eran algunos sacerdotes acusados de pederastia y abuso a menores. Ya el asunto venía muy mal.
Esto genera algunas interrogantes. ¿Recibieron ayuda de la Iglesia? ¿O fueron acusados y no soportaron -aún siendo inocentes- la condena previa de la sociedad, para la cual por el hecho de ser acusados ya son culpables?
Así pasa. Conozco el caso de un ya veterano sacerdote, al que yo estimaba, puesto que había sido el primer sacerdote que me predicó un retiro cuando yo era un adolescente de 15 años.
Me hizo mucho bien escucharle y su testimonio de vida nos ayudó mucho a todos los adolescentes de la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores (en el barrio Reducto de Montevideo).
Lo escracharon en un programa de televisión bastante sensacionalista, que accedió a entrevistar a su acusador. Este lo acusó de haber abusado de él cuanto tenía 12 años, (contaba con 30). Este mismo acusador fue a hablar con el obispo Sturla, que se dio cuenta de que buscaba que le pagaran una indemnización, por lo cual le dijo que debía presentar primero su caso ante la justicia.
No fue allí, sino al programa de Nacho Alvarez, “Santo y seña”. La buena fama del cura, quedó por los suelos. Pese a que no se le había acusado judicialmente.
Fue el periodista a verle, y pusieron su rostro con un efecto óptico para que no se le reconociera.
Pero todos sabían quién era (Uruguay es chiquito). No pasó más nada, pero se le señaló como abusador. Mi conclusión es que le acusaron falsamente. Murió poco después.
Nunca se le conoció nada. Era un buen sacerdote, un buen pastor, pero ¿quién le libró de la calumnia? No se suicidó, no. Tal vez no lo hizo, porque su comunidad lo acompañó, o porque era un hombre bueno, y con mucha fe. Pero no me sorprendería si lo hubiera hecho.
No conozco muchos más datos de América Latina, pero al parecer esto también ocurre en otras partes del mundo.
La gran pregunta es ¿Por qué?
Los curas no son superhombres
Hay una vieja concepción teológica que ve a los presbíteros como cristianos privilegiados, como una clase de elegidos, con grandes virtudes, que en razón de su estado, deberían sobreponerse a las tentaciones y tener más fe que el común de los cristianos.
Una vez una señora me dijo: “Rece por mi, Padre, pues usted está más cerca de Dios que yo”.
Yo le pregunté: “¿Cómo lo sabe señora? Tal vez usted sea más santa que yo. Sólo Dios lo sabe”.
En efecto, hay una cierta “deificación” de los ministros.
De hecho, la misa preconciliar refleja esto: El cura estaba de espaldas al pueblo, mirando a Dios, como intercediendo. Hay que ver cómo hay todavía algunas personas que quieren volver a esta práctica, y se han enojado con el papa Francisco cuando les puso límites.
En efecto, Benedicto XVI en un intento por traer de vuelta a la comunión al grupo cismático liderado por Monseñor Lefebre, había vuelto a permitir la misa según el rito reformado por Juan XXIII, antes del Concilio, que era todavía en latín y de espaldas al Pueblo. Pero ellos no quisieron saber nada, porque el papa Juan era para ellos un antipapa.
Esto no impidió que varios grupos tradicionalistas quisieran volver a estas prácticas.
Esta forma de concebir a la Iglesia, es lo que abruma a varios curas.
¡Se les pide mucho! Deben ser perfectos o casi, como ángeles sobre la tierra.
Independientemente de su conducta, aún los curas más honestos, y que tratan de serlo y vivir su celibato, se ven sometidos a tremendas exigencias.
¡No se les perdona ninguna!
Cuando a veces me enojo mucho, y se me escapa alguna palabra media fea, la gente me dice:
“Padre, ¡un sacerdote no puede enojarse así como usted!”
Por supuesto que yo les recuerdo, que sacerdotes son todos los cristianos por el bautismo, y los presbíteros o curas (verdadero nombre de nuestro título) por el hecho de serlo no estamos eximidos de enojarnos.
De ahí la insistencia en que vistamos distinto, que estemos imperturbables y que guardemos siempre calma. ¡Eso no es posible! ¡No tenemos superpoderes! ¡Somos humanos!
Lamentablemente esta concepción ha regresado. Algunos curas jóvenes se ensotanan despiadadamente, e incluso muchas veces cometen la torpeza de obrar como si fueran los dueños de las comunidades, y creen tener razón siempre. Por supuesto que muy pronto se dan cuenta que no son infalibles y que pueden errarle como cualquiera. El saber teología, y conocer la Biblia no te hace sabio, ni prudente automáticamente. La gracia de Estado se manifiesta, sí, pero desde nuestra fragilidad, y muchas veces la sabiduría surge cuando descubrimos nuestras limitaciones, pero no perdemos las esperanzas. Nos damos cuenta -como decía San Pablo- que somos vasos de barro, que llevan un tesoro maravilloso, y debemos ser conscientes de que no somos infalibles, que somos servidores de la Palabra de la Verdad, que de Dios viene, pero no sus dueños (2Cor 4,n 1-15).
El apóstol nos dice claramente que no nos predicamos a nosotros mismos y que no somos los salvadores, sino que el Señor lo es.
Pero a veces… Un poco nos lo creemos, y la comunidad lo cree también, pero casi siempre nos comparan, y …salimos perdiendo. Siempre habrá otro cura con mayores habilidades que nosotros, y siempre habrá en el pasado de la parroquia, algún párroco mejor que nosotros. O al menos sus debilidades no son recordadas.
Eso nos frustra, y si no llenamos las expectativas. La quedamos…
Si un presbítero es prudente, busca ayuda en sus compañeros, habla con su obispo, cultiva la amistad.
Pero créanme, no es siempre fácil. ¿No será esta presión, la causante de depresiones que puedan llevar a algunos presbíteros, a querer suprimir la angustia, quitándose la vida?
El que se suicida, no busca la muerte, busca terminar con la situación de angustia y frustración que vive.
No es sólo por lo que digan de ellos, sino que en definitiva, cómo nos veamos a nosotros mismos.
Porque el peor y más implacable juez, no es Dios, que es pura misericordia, sino nosotros mismos.
Y si no me creen, pregúntenle a Judas (Mt 27,3-10)
El ministerio se desdibuja
Tras el Concilio, el sacerdocio ministerial vive una crisis, el Concilio ha resaltado el don de los laicos, ha combatido el clericalismo, pues en definitiva, los curas estábamos asumiendo roles que no eran sólo nuestros.
Los laicos eran antes definidos como “aquellos que no son ni curas ni religiosos” pero el Concilio les da un nuevo protagonismo como miembros activos del Pueblo de Dios.
Se van desarrollando ministerios laicales, y lugares de servicio y en todo esto, acostumbrados a tener un rol central en la Iglesia, se sienten ahora bastante desorientados.
Si las tareas que realizaban las hacen los laicos, si hay laicos que saben más que ellos y tienen un rol protagónico en la pastoral que antes no tenían, si hay ministerios y servicios que no dependen necesariamente de los presbíteros… ¿Entonces dónde entra el pobre cura?
Por otro lado, el mundo ya no es como antes. Ya no quedan muchas naciones y países donde el sólo hecho de ser presbíteros es adquirir un lugar de respeto y preeminencia en la sociedad. Y no es que no se les respete. Pero ahora no es como antes.
Hay curas que no se adaptaron a los nuevos caminos. Por eso a mediados de los años 60 y 70 del siglo pasado, inmediatamente después de finalizado el Concilio, muchos presbíteros renunciaron al ministerio y se alejaron, incluso de la vida activa de la Iglesia.
Si, claro que los documentos del Concilio reformulan el ministerio de los presbíteros, y les dan lugar, pero ahora son servidores, al servicio del Pueblo de Dios.
En fin, eso es lo que quería realmente Jesús (Mt 20,20-28; Juan 13, 2.17).
Sin embargo varios curas vieron disminuida su autoridad. No terminaron de aceptarlo.
¿Será esta la causa? No necesariamente, pero dentro de una situación de cambio que los descoloca, contribuye a la desorientación.
La soledad
Las comunidades están en crisis, la pandemia, el celibato, que no siempre se asume con madurez.
Hay muchos factores.
Disminuyen las vocaciones luego del Concilio.
Parroquias con muchas habitaciones y comunidades de curas que las atendían, han quedado casi vacías, y un sólo cura para atender todo.
Porque llegado el momento, los curas somos los encargados de todo, y nos sentimos desbordados de trabajo, y no hay otros colegas con nosotros para llevar la responsabilidad de liderar a las comunidades.
Terminamos muchas veces “tapando agujeros” de un esquema pastoral pensado para otras épocas y que no tiene en cuenta la sociedad y el mundo tan cambiante y desafiante de hoy.
¿Desorientación en la Pastoral Vocacional?
El pontificado de Juan Pablo II se centra otra vez en el fomento de la vocación presbiteral, pero se insiste nuevamente en las vocaciones, sin tener en cuenta el entorno, y el surgimiento de las mismas.
En la época inmediatamente post conciliar, el domingo IV de Pascua era la jornada de oración por las vocaciones. Y se entendía que también incluía, no sólo las de los presbíteros y religiosos, sino también las laicales.
Es sabido que muchos laicos vivían su fe como si no fueran parte de la Iglesia, y no compartieran la misión de la misma, de evangelizar, anunciar y vivir la Palabra de Dios.
El sentido de esta fiesta litúrgica era hacer tomar conciencia de que todos éramos Iglesia, de que todos teníamos una vocación a vivir la santidad ya sea como laicos, curas o religiosos.
Pero se vuelve a vivir esta fiesta como la promoción de vocaciones de presbíteros y religiosos.
Se vuelve a desdibujar la intención conciliar.
Tal vez no en los documentos, donde todo está indicado correctamente, pero sí en la vivencia pastoral de la Iglesia.
Pero los curas no nacen como los hongos, de la tierra o caen de los árboles, sino que provienen de familias cristianas que estimulan su vocación.
Pero esto no siempre es así. Y si no se estimula la vocación laical, dudamos mucho de que los frutos que se esperan puedan crecer.
La falta de vocaciones al presbiterado es una realidad que no puede soslayarse.
El desprestigio y la crisis
Benedicto XVI azorado ante la crisis provocada por el abuso sexual de los presbíteros contra los menores, planteó que era la peor crisis que había enfrentado la Iglesia hace siglos.
Crisis que la ha desangrado y desprestigiado.
Los otrora “poderosos presbíteros”, presentados como ángeles sobre la tierra, y encubiertos lamentablemente por los obispos ante los crímenes y abusos, son descubiertos como hombres falibles y como verdaderos delincuentes e hipócritas, que terminan haciendo en las sombras lo que cuestionaban desde los púlpitos.
¿Cómo la Iglesia pudo haber caído en esto? Casos como el de Karadima en Chile o el de Marcial Massiel, en México, fueron tremendamente demoledores para los cristianos de a pie.
Muchos laicos abandonaron la Iglesia y la vivencia de su fe. Al menos a nivel comunitario.
Muchos renegaron de la Iglesia, y no pocas veces de la fe católica.
Ser cura ya no era sinónimo de ser alguien respetado, sino sospechoso.
Cierto es que la mayoría de los presbíteros intentamos vivir nuestro celibato, tratamos de ser servidores de todos, y jamás trataríamos de violar la confianza que han depositado en nosotros.
Pero, como suele pasar, hay generalizaciones realmente injustas.
Esto hace mella, y es un ingrediente más en la crisis.
El papa Francisco ha decidido corregir los protocolos para prevenir el abuso a los menores.
Pero…..ahora, los curas, estamos prácticamente inermes ante la posibilidad de que nos denuncien maliciosamente.
Ahora se hace difícil poder defendernos de una acusación falsa que se nos haga.
Apenas se nos denuncia se nos suspende en el ministerio público, seamos culpables o inocentes.
Con el fin de suprimir el escándalo, se nos trata ante la denuncia como una bomba de tiempo, y se nos aparta.
Mucha gente nos mira con desconfianza, aunque nada hayamos hecho.
No se tiene en cuenta que también hay gente maliciosa que puede acusar injustamente.
La Institución Iglesia, que antes cubría y apartaba de las parroquias, y mandaba a otras a los curas abusadores, para que siguieran delinquiendo, es la que ahora castiga duramente a los que son denunciados, sean culpables o no.
Está bien defender a los menores, pero muchos son tratados como culpables antes de que se demuestre que lo son.
El peso de la estructura
Cuando un joven sacerdote ministerial se ordena, no lo hace para ser un administrador económico, y un funcionario eclesial.
Lo hace para ser un pastor, que se ocupe de la gente, que necesita encontrar el sentido a su vida, encontrar al Señor.
Lo hace para dar cariño a la gente, para escucharla y amarla.
El padre Javier Cortéz, que convierte en comics accesibles sus reflexiones sobre el Evangelio y la vida de los santos, le hace decir en su Comic “Francisco el buena gente” a San Francisco:
“Señor hazme instrumento de tu paz, y que donde haya ‘solicitud pastoral por los fieles’ ponga yo ‘verdadero amor por la gente’ ”.
Palabras llenas de amor y cáustica ironía.
La estructura te aplasta, hay que atender a la gente, pero también está el templo que hay que reparar, y …¿de dónde sacas el dinero para todo esto? Muchos creen que “la Iglesia tiene plata” pero no… no hay tanta plata.
Por otra parte, tras la pandemia, las Iglesias que se habían vaciado, ahora ya terminada la cuarentena, siguen medio vacías.
Y todos sabemos que si los fieles no vienen, no hay colecta, y las Iglesias en América Latina son pobres. ¡Sí, la mayoría lo son!
El Obispo te pide que hagas muchas cosas, pues todo depende de los curas.
Porque aunque en el papel y los documentos se combata al clericalismo, la estructura pastoral de la Iglesia sigue siendo verticalista y clericalista.
Por eso el obispo, cuando viene a visitarte no es siempre (hay honrosas excepciones) para ver cómo estás o si estás de buen ánimo, o si precisas algo, sino cómo te administras económicamente. Es un examen y no una visita paternal y fraterna, como debería ser.
Tal vez este problema no lo tengamos tanto en Uruguay, porque todos nos conocemos, pero a veces incluso aquí hay cierta distancia, hay muchas formalidades, pero ¿amor por la gente? Calidez, deseo de escuchar… A veces falta mucho. Las distancias son bravas.
Las comunidades piden servicios, exigen todo, pero ¿se preocupan por sus curas, tienen en cuenta las necesidades, de afecto, atención y amor de sus curas? Porque al fin y al cabo, ellos lo han dejado todo para servir al Pueblo de Dios. Pero sus comunidades ¿Lo tienen en cuenta?
La inmadurez de los candidatos al presbiterado
Ante la falta de vocaciones para el presbiterado, muchos obispos admitieron al sacerdocio a candidatos no preparados e inmaduros. Muchas veces contra el parecer de los equipos sacerdotales que estaban a cargo de los seminarios, y que no veían a algunos candidatos con los requisitos para asumir un ministerio complejo y exigente, como el del presbítero.
El cantautor peruano Luis Enrique Ascoy tiene un tema muy hermoso, que nos suele arrancar muchas sonrisas cuando lo escuchamos y que habla de las dificultades que un cura de parroquia, tiene que afrontar, y que a pesar de ser laico, conoce muy bien.
La canción llamada “Sonrianos Padre” describe que el cura de parroquia tiene problemas para llegar a fin de mes, y a pesar de los bingos y rifas que organiza, la plata no suele alcanzar.
Deserción de catequistas y agentes pastorales.
Comunidades que le “exigen resultados que ni un santo lograría”. Pero termina pidiendo “Sonríanos Padre, sonría” pues la alegría no está prohibida, y que el ministerio sacerdotal, bien vale la pena, y que “mil conciertos como este que hacemos, no valen ni una sola de sus misas.”
Si, está claro don Luis Enrique, pero no siempre es fácil hacerlo.
A veces falta oración, falta acompañamiento, hace falta que no dejemos solos a nuestros curas.
¿Esto lo explica todo?
No, no lo creo, estamos muy lejos de hacer un análisis detallado. Además no conocemos la situación de Brasil, donde la realidad es muy compleja, donde hay pobreza. El gobierno de Bolsonaro no ha solucionado los temas urgentes, y ha depredado, y permitido la depredación de los recursos naturales del país.
La Iglesia a nivel social ha tenido y tiene tremendos desafíos, y llegado el momento los curas se ven desbordados.
Todos sabemos el peso que la Iglesia como institución deposita sobre los hombros de sus curas.
¿Qué hacer?
No hay respuestas fáciles. Pero en Montevideo tenemos una comisión del Clero que se encarga de atender a los presbíteros. Tenemos un Hogar sacerdotal para atender a los curas enfermos o ancianos, hay varios servicios.
Pero igual deberían replantearse muchas cosas…
“No es bueno que el hombre esté sólo” dijo Dios…(Gen. 2, 18) y luego creó a Eva, sí, pero yo no estoy diciendo que los curas deberían casarse. También los casados pueden llegar a suicidarse.
Hablamos de la soledad, en un sentido existencial y profundo.
No quiero decir que hay que hacer un homenaje a los curas cada tanto.
Sólo digo que las estructuras eclesiales están para que las personas se sientan contenidas y acompañadas, no para aplastarlas.
Los curas “tapa agujeros” no pueden existir más.
Las comunidades sacerdotales que atienden varias parroquias son un hecho ya en varias diócesis.
Pero hay que buscar juntos como Iglesia un discernimiento pastoral más profundo, hay que escuchar a nuestros presbíteros, hay que acompañarlos para que sientan que contamos con ellos y que valoramos su ministerio.
Y también, que la Iglesia sea menos jerárquica, más servidora, más humilde, y que aprenda de la democracia.
Las estructuras de participación y comunión tomadas e inspiradas por el Imperio Romano, deben cambiar.
Podríamos incorporar más elementos democráticos y participativos.
Sería bueno que el pueblo de Dios participara más activamente, en la elección de los obispos y en la toma de decisiones pastorales importantes.
Y respecto a la ordenación de hombres casados de “probada virtud”… ¿Por qué no?
El celibato es un tesoro de la Iglesia, sí. Pero ¿por qué limitar el presbiterado a los célibes?
¿No hay en la Iglesia Católica de rito oriental una experiencia en esto?
¿Por qué no restaurar esta forma de vivir el ministerio?
Los célibes nos sentiríamos aliviados y viviríamos nuestra vocación presbiteral y celibataria, con la comprensión del Pueblo de Dios, que se daría cuenta de que el celibato no es una imposición sino un signo del Reino y una verdadera vocación. Y de que el Señor y su servicio bien pueden ser un camino de entrega y alegría.
Eduardo Ojeda
Con informaciones de: es.gaudiumpress; aleteia.org; Vida nueva digital.
Muy de acuerdo. Me hizo pensar en un sacerdote anciano retirado en São Paulo, Brasil. Que según me informan, está bien enfermo, vive solo y supuestamente la iglesia institución no le ayuda. Investigaré más y ayudar.
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Muy bien dicho, Eduardo.
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