CATEQUESIS de ADULTOS: CREO en DIOS PADRE TODOPODEROSO

Jesus sentado sobre la hierba habla al pueblo.
“Para nosotros, Dios habló y se reveló en Jesús de Nazaret”.

Los cristianos no somos simplemente los que creen en Dios. Hay muchas religiones y personas que creen en Dios; pero ¿cuál Dios? “Nadie jamás ha visto a Dios”, escribe san Juan (1Jn 12). Muchos que se dicen cristianos (católicos, evangélicos u ortodoxos) no  conocen lo esencial de su fe y no sabrían responder a la pregunta: ¿por qué sos cristiano? ¿En qué nos diferenciamos de las demás religiones (musulmanes, budistas, hinduistas, etc.)? ¿Cuál es nuestra identidad, el núcleo de nuestra fe?

Dice san Pedro que tenemos que estar “siempre dispuestos a responder a quienes nos piden razones de  nuestra fe” (1Pe 3,15). No es cierto que todas las religiones son iguales o dicen lo mismo. Lo esencial del Cristianismo no es una determinada doctrina como lo es por ejemplo el Budismo, sino una persona histórica concreta. Para nosotros Dios habló y se reveló en Jesús de Nazaret, un judío crucificado en Jerusalén el año 30 y que vivió unos 37 años.
Dios no está al alcance de nuestra comprensión racional; por eso era necesario que él mismo se revelara. Que Dios exista, hasta los filósofos lo pueden argumentar, pero que Dios nos ame como y más que un padre o una madre solo Él podía revelarlo y lo hizo en Jesús.
Jesús de Nazaret fue llamado el “Ungido” (=Cristo, en griego) de Dios, como Mesías; en Israel a los reyes y sacerdotes se los ungía con óleo en la cabeza. Por eso nos decimos “cristianos”. Lo más grande es que para nosotros los cristianos, Jesús no es simplemente un gran líder espiritual, el fundador de una religión como Buda, Mahoma, Confucio, Lao Tse… Jesús es el Hijo de Dios. Es Dios mismo que se hizo hombre para estar cerca nuestro y enseñarnos el camino de la felicidad.
El Cristianismo eliminó la prohibición judía de las imágenes de Dios; ahora con Jesús, Dios se ha hecho visible. En las demás religiones es el hombre que busca a Dios; para nosotros es Dios que busca al hombre, como el pastor a una oveja descarriada que quiere salvar. El hombre busca a Dios porque lo necesita; Dios busca al hombre porque lo ama y sin condiciones.
Lo esencial de nuestra fe tampoco consiste en una moral sino en una relación personal, íntima y permanente con Jesús que murió en la cruz por nosotros, pero Dios lo resucitó y está vivo. La muerte y la resurrección de Jesús son el mensaje central que transmitieron los primeros cristianos. Con la muerte en cruz de Jesús, se da la demostración extrema del amor y el perdón de Dios para con nosotros. Con la resurrección de Jesús, la prueba de que la debilidad de Dios es más fuerte que el poder de los hombres y de la misma muerte. A través de Jesús se llega a Dios.
No es cuestión de hacer méritos o grandes obras para “ganarse” el cielo: es Jesús que nos tiende una mano para no naufragar. Una cosa es el activismo y la productividad apostólica y otra la fecundidad espiritual y pastoral, la que solo se da si nos mantenemos unidos a Jesús como los sarmientos a la vid.
Jesús dijo claramente: “Los que permanezcan en mí y yo en ellos, darán frutos en abundancia” (Jn 15,5). Además fue Jesús que nos reveló quién es y cómo es el verdadero Dios, su rostro. Es el rostro de un padre amoroso que solo quiere nuestro bien y ama a todos sus hijos, buenos y malos. Jesús lo llamaba ”abbá” (que significa “papá”), una palabra inaudita y blasfema para con Dios, según los judíos. Esta palabra quedó grabada a fuego entre los primeros cristianos y el mismo san Pablo la recuerda (Gal 4,6;Rom 8,15).
Si queremos conocer a Dios, tenemos que conocer a Jesús que es el reflejo del Padre. “Quien me ve a mí, ve al Padre”, dijo el mismo Jesús (Jn 14, 5-9). Si Jesús es amigo de los pecadores, de los pobres y marginados, es porque Dios es así. Si Jesús nos dejó el gran mandamiento del amor entre nosotros, es porque el Padre nos quiere ver unidos como hermanos a la misma mesa.

FALSAS IMÁGENES DE DIOS

Lamentablemente en el pasado muchas veces desde la Iglesia se ha presentado y predicado una imagen falsa de Dios, la que es una de las causas del ateísmo y de la indiferencia religiosa. Se hablaba de un Dios que todo lo puede, todo lo sabe, que nos mira sin cesar, sin que nos demos cuenta, para poder controlarnos como un vigilante. De un Dios severo y justiciero que castiga cualquier falla; de un Dios al que hay que tenerle miedo porque puede mandarnos al infierno. De un Dios patrón que impone mandamientos y prohibiciones. Se nos ha enseñado que los diez mandamientos son la “ley de Dios”.
En realidad la palabra “decálogo” no significa diez leyes sino “diez palabras” que tienen como introducción un anuncio de liberación: “Yo soy el Señor Dios tuyo que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud” (Ex 20,2).  Son palabras liberadoras, consejos e invitaciones al amor a Dios y al prójimo. Su formulación responde a un género literario de la época. Una simple lectura literal del Antiguo Testamento también conduce a pensar en un Dios  autoritario, violento, vengativo, al que había que tenerle miedo.
Hasta el día de hoy se ha abusado del nombre de Dios para guerras, violencia, terrorismo. Hay que entender que la Biblia no ha sido escrita directamente por Dios sino por hombres, inspirados por Dios pero con los límites de una cultura de hace miles de años.
Será Jesús y su Evangelio, el resultado definitivo de la revelación progresiva de Dios. Sin embargo, hay un hilo conductor en todo el Antiguo Testamento  que presenta a Dios como “bondadoso y compasivo, lento para enojarse, de gran misericordia y leal” (Ex 34, 6-7). En todo el Pentateuco (=cinco primeros libros, o la Torah o Ley, para los judíos) Dios es el Dios de la justicia, de los huérfanos, las viudas, los pobres, los desamparados. Dios no impone nada; el mismo Jesús acostumbra decir: “si quieres..” (Lc 9,23).
Las cosas no son buenas o malas porque Dios las manda o las prohíbe. Por el contrario Dios las desea o no, según si son buenas o malas para nosotros.
Por 365 veces en la Biblia Dios invita a los hombres a “no tenerle miedo”; por eso se hizo niño en Belén (¿quién le tiene miedo a un niño?), humilde trabajador en Nazaret y terminó siendo víctima inocente de los poderosos como “uno de tantos” (Flp 2,6-7). Jesús nos quitó el miedo propio de los esclavos y nos hizo libres como hijos de Dios y hermanos suyos. Tampoco tenemos que “resignarnos” a la voluntad y deseos de Dios como algo inapelable. Dios nos ilumina, nos inspira pero no determina nuestro porvenir, que está en nuestras propias manos. Hacer la voluntad de Dios no significa resignarse a las desgracias e injusticias que nos golpean. No siempre los caminos de Dios son los nuestros, y nos cuesta entenderlos. Pero a lo que Dios dispone, hay que darle una “aceptación” plena y gozosa. Hay que recordar que “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8,28). A Dios se lo ha presentado también como un Juez severo al que hay que rendir cuenta de cada acto; el mismo confesionario se había transformado en un tribunal. Al tiempo de la misericordia sucedería el tiempo de la justicia cuando Jesús vuelva. También se decía que Dios es bueno pero “también justo”; y por lo tanto no dejaría impune el mal. Sin embargo Dios envió a Jesús “no para juzgar y condenar al mundo, sino para salvarlo” (Jn 12,47). El mal no queda impune porque el hombre sufrirá en sí mismo las consecuencias de sus malas obras. En Dios justicia y misericordia no se contraponen. En Dios la justicia hay que comprenderla a la luz de su misericordia, porque “Dios es amor”, dice san Juan. Precisamente por ser justo, Dios es comprensivo con la debilidad humana. “No saben lo que hacen” dijo Jesús de sus verdugos (Lc 23,34). Por eso nos dice san Juan: “tenemos plena confianza en el día del juicio” (1Jn 4,17).

¿UN DIOS TODOPODEROSO?

A Dios se lo reconoce “padre de todos”, pero parecería estar lejos de nosotros; está “en el cielo”, fuera de este mundo, rodeado de la corte celeste como un soberano. Esta es la imaginación de muchos. Pero el “cielo” en el lenguaje bíblico no es el espacio exterior a la atmósfera, donde se encuentran las estrellas y los planetas. Es para significar la inmensidad y trascendencia de Dios. Cuando se habla de los que ya se han ido al cielo, no se habla de un lugar determinado, sino de una situación de plena felicidad con Dios y los santos más allá de esta vida terrena.
Dios está muy presente ya en este mundo. Santa Teresa decía que Dios anda en la cocina entre los pucheros. Es decir, lo encontramos en la vida diaria. Con su encarnación Dios se hace presente en cada rostro humano, sobre todo en el de los pobres y los que sufren (Mt 25, 31-45 ).
Decimos también que creemos en un Dios “todopoderoso”. Por eso mucha gente piensa que Dios lo dirige todo, puede hacer todo lo que quiere, porque para él no hay nada imposible. Frente a la realidad de los injustificables males de este mundo, suele decirse: “Dios sabe lo que hace”.
Pero si Dios es todopoderoso, ¿por qué no interviene contra tanta maldad y violencia que hay en el mundo? ¿Por qué no soluciona los problemas de sus hijos y deja crecer la cizaña junto al trigo?. Es que Dios no tuerce la voluntad del hombre ni las leyes de la naturaleza. Ha dotado a la naturaleza de leyes fijas y al hombre de inteligencia para que las pueda entender y controlar  con su esfuerzo. Le ha dado la libertad.
El padre del hijo pródigo no lo obliga a quedarse en casa (Lc 15, 11-13). El  amor nunca se impone.  Un amor verdadero supone la libertad plena de la persona amada. Eso hace que el mismo Dios fracase a veces en sus proyectos, como le pasó a Jesús con los habitantes de Nazaret, el joven rico, las autoridades religiosas de la época, etc. Dios respeta y toma en serio la libertad humana. De lo contrario el hombre sería un títere; el hombre tiene que hacerse cargo de las consecuencias de sus pecados y errores como las guerras, el hambre, la violencia, la muerte. Dios es padre, pero nos trata como hijos adultos y colaboradores suyos en la construcción del Reino de Dios, que es un mundo de paz, justicia y fraternidad.
Dios no quiere el mal de nadie ni lo permite. Dios sufre por nuestras desgracias.
Dice santo Tomás “A Dios no lo entristecemos por nuestros pecados sino en cuanto actuamos contra nuestro propio bien”. Muchos acuden a un Dios milagrero como para que nos sustituya en nuestras responsabilidades. Jesús no usó el milagro para curar a todos los enfermos ni para convertir a la gente; por el contrario, no se fiaba de los que acudían a él pretendiendo milagros (Jn 2,24-25;4,48). Lo que sabemos es que el mal no tendrá la última palabra, porque Cristo ha resucitado y la victoria del bien y de Dios será total.
Dios siempre logra sus proyectos en los tiempos largos. No podemos pretender que Dios envíe la lluvia cuando nos conviene, que cure un tumor maligno, pare una guerra o una pandemia.
Dios no actúa ni arriba de sus hijos ni en lugar de ellos; su acción es que ellos hagan y por eso inspira, advierte, aconseja, acompaña. Es como una madre al pie de su hijo enfermo; no lo puede curar pero su presencia es insustituible. Por eso el dicho: “A Dios rogando y con el mazo dando” o el otro: “Ayúdate que Dios te ayuda”.
Dios  es todopoderoso pero su omnipotencia se manifiesta en su providencia, en el amor, la misericordia, el perdón, la cercanía. Dios no es todopoderoso a la manera de los hombres que usan el poder y la fuerza para imponerse. Dios no está interesado en su propia gloria. El suyo es  un poder espiritual en bien de nosotros, por el cual puede tocar los corazones, influir en las personas, incluso servirse de los males para sacar bienes mayores. Es capaz de perdonar setenta veces siete, amar a sus enemigos, vencer el mal con el bien. Dios es el todo-misericordioso. La perfección de Dios de la cual habla Mateo (Mt 5,48 ) es la misericordia (Lc 6,36 ).

CONCLUSIÓN

El filósofo Friedrich Nietzshe en el siglo 19, embriagado por los logros y conquistas modernas, proclamaba: “Dios ha muerto”. En realidad ha muerto cierta imagen de Dios que no entusiasmaba a nadie, pero no el Dios de Jesús.
Ya Tolstoi decía: “Cuando un salvaje deja de creer en su dios de madera, no significa que no hay Dios, sino que el verdadero Dios no es de madera”.
En América Latina la mayoría de la población es cristiana, pero al mismo tiempo vivimos en un continente que cuenta con las mayores injusticias y desigualdades sociales del planeta y el sufrimiento de millones de personas que viven en la miseria. Cristo vino para implantar el Reino de Dios ya en este mundo. Los valores del Evangelio son profundamente humanizantes en una sociedad donde reina el dinero y la violencia. El gran problema entonces es saber qué Dios hemos predicado. También Dios puede convertirse en un ídolo cuando lo fabricamos a nuestra imagen y semejanza.

 

                                                                                      PRIMO CORBELLI