SETIEMBRE: ¿la PALABRA de DIOS LLEGA al PUEBLO?

un rayo de luz ilumina una biblia abierta sobre una mesa. un texto en un rectangulo dice: celebrando el mes de la biblia
“Hay que atreverse a ofrecer el Pan, a veces duro, y en su totalidad, de la Palabra de Dios revelada por Jesús”.

El mes de setiembre es tradicionalmente el mes de la Biblia, también porque el 30 del mes es la fiesta de san Jerónimo, que por encargo del papa Dámaso tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín en el siglo IV. La edición en latín, que era el idioma hablado entonces por el pueblo, se llamó “vulgata” (=de vulgo, pueblo). Esa traducción en latín de Jerónimo se oficializó en la Iglesia Católica hasta el Concilio Vaticano II.

La primera traducción en idioma moderno, el alemán, se debe a Martin Lutero. La Biblia es una sola y hoy las traducciones de los textos originales son iguales para católicos y protestantes; no así la interpretación de muchos textos.
Pero, para los católicos, ¿la Biblia hoy constituye la referencia primera y fundamental de su fe? ¿La recomendación insistente del Concilio a todos los fieles para “una lectura asidua de la Escritura” (Dei Verbum 25), ha tenido éxito? ¿Ha llegado la Biblia en manos del pueblo?

Antes del Concilio, esta era algo marginal, inclusive se la consideraba no apta para el pueblo ya que no la entendería; no se la veía indispensable, bastaba el catecismo. Ahora también muchos católicos la tienen en su casa pero a diferencia de los protestantes no la leen, no la meditan, no encuentran en ella las orientaciones para su vida cristiana, no rezan con ella. Piensan conocerla y que no tenga nada nuevo. En la misa se la escucha, pero al salir de misa ya se la olvida. No se “guarda” la Palabra de Dios como hacía María en su corazón, aún sin entenderla.
Esa Palabra es la que nos juzgará (Jn 12,48). Es verdad que después del Concilio, en la liturgia católica la Palabra ocupa un lugar central como alimento insustituible para todos, hay frecuentes Celebraciones de la Palabra, han crecido los grupos bíblicos y de revisión de vida y en la catequesis se destaca cada vez más el lugar central de la Palabra de Dios. Muchas comunidades de base centran en la Biblia sus reuniones.
Aún así es todavía escaso su peso en comparación con el magisterio eclesiástico; por eso hay homilías tan moralistas y doctrineras. En la misa, el que proclama y comenta la Palabra es el sacerdote; el pueblo tan solo escucha, muchas veces pasivamente y esperando que termine el sermón; o si escucha con atención, sale con más dudas y preguntas que respuestas.
La práctica cristiana de la espiritualidad, fomentada por la Iglesia desde hace siglos, ha consistido siempre, además de la misa dominical, en los rosarios, novenarios, fiestas patronales, devociones, procesiones y peregrinaciones. Esta fe popular es valiosa y ayuda a sostener la fe; pero no ha sido promovida la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la que se consideraba tarea exclusiva del clero.
Dijo sin embargo san Jerónimo: “Ignorar a las Escrituras es ignorar a Cristo”. La Palabra de Dios está por encima de la misma Iglesia, la cual está a su servicio. Debemos a la Palabra de Dios encarnada en las Escrituras el mismo respeto que al Hijo de Dios encarnado en la Eucaristía.

UNA LECTURA CRÍTICA

Es conmovedor ver a gente humilde y pobre tomar en sus manos la Biblia con amor y una actitud orante, encontrando en ella consuelo y fuerza para sus luchas. Dijo Jesús: “Te bendigo Padre porque has escondido las cosas del Reino a los sabios y entendidos y las revelaste a los sencillos” (Lc 10,21).
Sin embargo, hace falta un mínimo de comprensión de los textos para no hacerle decir a la Biblia lo que no dice. Para muchas páginas de la Biblia no es suficiente la lectura literal; hay que interpretarlas, porque se trata de escritos de tantos siglos atrás (los primeros fueron redactados unos 700, 800 años antes de Cristo).
Que la Biblia sea Palabra de Dios, no significa que haya sido dictada personalmente por Dios, palabra por palabra, como creen los musulmanes del Corán. Ciertos cristianos fundamentalistas creen lo mismo de la Biblia, lo que ha llevado a los Testigos de Jehová a no permitir la transfusión de sangre y a los Mormones a predicar la inminencia del fin del mundo.
Los textos son obra de hombres religiosos inspirados por Dios que los han formulado en el marco de la cultura de su época y de la manera de escribir de aquellos tiempos. Por eso hace falta un mínimo de lectura crítica de la Biblia para entender esos lenguajes y actualizarlos.
Muy difundidas a nivel católico por sus notas explicativas son la Biblia de Jerusalén, la Biblia Latinoamericana, el Libro del Pueblo de Dios. Es bueno saber que no todo es historia en la Biblia y que es como una biblioteca con libros de distintos géneros literarios: poemas, leyendas, leyes, profecías, salmos y oraciones, proverbios, cartas, himnos, parábolas… La palabra “biblia” es una palabra griega que justamente quiere decir “libros”.
Es bueno saber que Adán y Eva, Caín y Abel o las figuras de Job y Jonás son personajes ficticios, pero no por eso las páginas que hablan de ellos dejan de ser inspiradas por Dios y proponernos enseñanzas fundamentales.
Lo mismo puede decirse de cuando se afirma que el mundo ha sido creado en seis días, de que los patriarcas vivían cientos de años, o que el diluvio arrasó con toda la tierra…
En la Biblia hay errores históricos, geográficos, científicos, ya que se trata de mensajes religiosos que hay que saber interpretar. No se habla de cómo empezó el mundo ni de cómo terminará, ya que eso es tarea de la ciencia.
Detrás de los relatos, a veces pueriles y a veces violentos -sobre todo en el Antiguo Testamento (o Antigua Alianza)- siempre hay un mensaje religioso. Obviamente la revelación de Dios fue progresiva y por eso hay textos superados por las enseñanzas de Jesús, que es la Palabra o revelación definitiva del Padre. Se trata de la paciencia educadora de Dios con hombres “lentos en entender” (Lc 24,25). Al Antiguo Testamento hay que leerlo a la luz del Nuevo; la lectura de la Biblia ha de empezar desde los Evangelios, no desde el Génesis. Los antiguos autores escribieron con la cultura de su tiempo y pensando en la gente de su época. Obviamente si se quiere aprovechar espiritualmente la Biblia, no basta la lectura crítica. Hay que llegar a entender lo que quiere decirnos Dios a nosotros hoy, a través de esos textos.

CÓMO APROVECHAR LA BIBLIA

La Palabra de Dios es palabra viva (Heb 4,12 ) y siempre actual. Puede orientar y transformar nuestra vida; no es un objeto de museo u objeto de simple estudio. Es una guía segura para entender la voluntad y los designios de Dios. Si Dios obró de una determinada manera en el pasado, significa que sigue obrando también hoy de la misma manera. Por eso dice san Pablo: “Todo sucedió como ejemplo para nosotros” (1Cor 10,1-6.11). Es como un espejo; para aprovecharlo hay que mirarse dentro de él.
En el Nuevo Testamento hay una bienaventuranza que precede a todas las demás: ”Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. La lectura y meditación de la Palabra han de llevarnos al compromiso, a una vida y a un testimonio auténticamente cristiano. Muchos textos bíblicos nos ayudan a descubrir inclusive la dimensión socio-política de la fe y a alejarnos de la tentación, como en el pasado, de espiritualizar todo.
La Biblia no hay que leerla como una historia sagrada; no es un libro de historia de Israel. Hay que leerla con fe como un mensaje de Dios para todos. Los escribas de Jerusalén, interpelados por los magos, sabían exactamente por su conocimiento de la Biblia donde debía nacer el Mesías, pero no se movieron.
Todos en algún momento han tenido contacto con la Biblia, así como tanta gente tocaba a Jesús pero tan solo una pobre mujer que lo tocó con fe, fue sanada.
Hoy se habla de muchos de los grupos de “lectura orante de la Biblia”. Significa que antes de leer, hay que rezar. El Espíritu Santo que ha inspirado a los autores, puede inspirar también a los lectores. No hace falta leer toda la Biblia; tampoco es aconsejable pescar al azar. La Biblia es como una gran feria y en la que hay de todo; si uno quiere comprar todo, termina no comprando nada. Es recomendable rezar todos los días una página del Evangelio en continuidad o con las lecturas bíblicas de la misa diaria. A través de los tres ciclos litúrgicos que se desarrollan a lo largo de tres años, es posible acercarse a toda la Biblia en sus párrafos esenciales. Se puede rezar y meditar con los Salmos que son las oraciones que rezaba la Sagrada Familia de Nazaret.
Es importante la lectura personal, pero si se hace en grupo es más útil aún, porque nos da la oportunidad de poner en común nuestras experiencias espirituales a la luz de la Palabra y escuchar las de los demás. Para una correcta lectura de la Biblia hay que fijarse en las notas al pie de las páginas y en los textos paralelos o concordancias. Un mismo episodio o hecho de un evangelio puede ser relatado en otro evangelio con alguna diferencia. Es bueno cotejar los textos y estudiar el contexto, para tener una visión completa. La mejor explicación de la Biblia es la Biblia misma. Quizás en los templos se dicen muchas palabras que tapan la Palabra.
El sacerdote debería estar en la homilía exclusivamente al servicio de la Palabra de Dios proclamada, hasta llegar a explicarla frase por frase, para después actualizarla.
Muchos católicos, quizás la mayoría, se han quedado con los andadores del catecismo y la homilía del domingo es la única oportunidad para profundizar su formación cristiana. También hay que proclamarla como corresponde. El ministerio del Lector es muy importante y no hay que dejarlo a la merced de cualquiera. El Lector debe ser un buen locutor que entienda lo que lee después de haberse preparado y lo haga con fervor y continuidad como una vocación.
Los laicos hoy, sobre todo si no hay sacerdotes, deben estar capacitados para proclamar y explicar las Escrituras. La Palabra ha de preceder no solo a la Eucaristía sino a todos los sacramentos y animar a todos los grupos pastorales.
Sin conocimiento bíblico hoy es imposible cualquier diálogo ecuménico. Es preciso preguntarse si en nuestras parroquias hay tal animación bíblica. La Biblia, y sobre todo los evangelios deben ayudarnos en nuestras reuniones y actividades a hacer un discernimiento, a un ver, juzgar y actuar en consecuencia.
Es absolutamente urgente promover entre los laicos un estudio serio de la Biblia; la gente queda satisfecha y sumamente agradecida después de un curso bíblico parroquial. No hay que conformarse con ofrecer migajas, sino que hay que atreverse a ofrecer el Pan, a veces duro, y en su totalidad, de la Palabra de Dios revelada por Jesús. En conocer a Dios y a Jesús consiste la vida eterna (Jn 17,3).

 PRIMO CORBELLI