
El sacerdote argentino Lucio Adrián Ruiz, secretario del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano, explicó recientemente en una entrevista al portal Crux (de la que ofrecemos algunos pasajes) que el mundo digital es territorio de misión para la Iglesia: “Tenemos que mirar dónde está la gente, cómo está, y salir a la misión, buscando formas de hacerlo”. En los últimos meses supervisó un proyecto llamado “La Iglesia te escucha”, con 244 “influencers” como misioneros para intentar que la “generación digital” participe en el Sínodo sobre la Sinodalidad, que concluirá en octubre de 2023.
-¿Es el mundo digital -el ordenador, el teléfono, la tableta- un territorio de misión?
Sí, claro que sí. Porque la tecnología puede entenderse como un instrumento, pero la realidad que surge de la tecnología no es un instrumento, es un lugar donde las personas intercambian pensamientos, sentimientos, tiempo, afectos, donde compran y venden cosas, donde escriben y comparten cosas con otros. Es importante diferenciar lo que es un instrumento que uso para hacer algo, de un lugar donde la gente pasa su tiempo.
Siendo un lugar donde la persona está, la Iglesia tiene que estar allí. Y esto lo hemos comprobado en este tiempo de escucha del Sínodo sobre la Sinodalidad. Muchas personas acudieron a las esferas digitales para expresar su sufrimiento, su soledad, sus necesidades. Allí comprobamos que a veces, donde no llegamos con la presencia, podemos llegar a través de la digitalidad, en un proceso de acercamiento, de encuentro. Pero para ello necesitamos ser misioneros, ir a donde está la gente para abrazarla, para acercarla. Pero no estamos inventando la digitalidad.
Lo digital es diferente de lo virtual, que no existe; es una construcción del sistema, como los videojuegos. Lo digital, en cambio, es lo real, pero a través de instrumentos informáticos. Yo les decía a los misioneros informáticos que nuestro tiempo, nuestro afecto, nuestra conversación y nuestra fe son reales. Lo único que es digital es el medio a través del cual nos conectamos, pero no hay nada virtual en el vínculo. Es importante entenderlo porque la digitalidad nos permite estar en los lugares, compartiendo con los que están lejos. Hay una gran cantidad de posibilidades que son reales, pero están digitalizadas, donde la gente reza, lee el evangelio, comparte, pide ayuda. Y podemos ver esto con los influencers católicos.
-Los influencers católicos, misioneros digitales, formaron parte del proyecto “La Iglesia te escucha”. ¿Cómo llegaron a ellos?
Todo parte del deseo de tender un puente a la nueva cultura y de ser, como dice el Papa, una Iglesia que sale. Presentamos el proyecto al sínodo diciendo que si la Iglesia quiere escuchar a toda la Iglesia, no podemos olvidar que hay una parte que no está en nuestras instituciones y a la que tenemos que ir como misioneros. Muchas de estas personas están en espacios digitales. Pedimos permiso para hacer una prueba con tres influencers para ver qué pasaba. Y la experiencia piloto fue muy buena, aunque no genial, y con muchas lecciones. Lo que nos sorprendió fue cómo la gente se abrió a la posibilidad de compartir. Deben haber sido unas 1.500 personas las que respondieron en esa primera etapa. Los propios influencers nos ayudaron a hacer la síntesis. Y al cardenal Mario Grech, que preside la oficina sinodal, le gustó mucho la idea y nos pidió que siguiéramos con ella.
Nos pusimos en contacto con las diócesis para ver si cada una había identificado a los influencers católicos locales, pero no hay listas de este tipo. Así que pedimos sugerencias a esos tres influencers, porque el continente digital es transversal. Cada uno nos presentó a otro. Y nos dimos cuenta de que era el momento oportuno: hicimos muy poco, nos acercamos a tres personas, y la cosa explotó, hasta el punto de que ahora tenemos 244 influencers católicos ayudando en el Sínodo.
Todo el proyecto duró menos de tres meses, y los primeros en participar en el Sínodo fueron los propios influencers, a los que les hablamos del proyecto. Si estaban interesados, se les daba un envío misionero: nos reuníamos a través del Zoom para rezar juntos, y se les daba una bendición para ir a las comunidades digitales. Fue impresionante ver a tantos influencers entre lágrimas, que estaban emocionados y no podían creer que la Santa Sede valorara lo que hacen como una verdadera misión.
-¿Cuál es el trabajo de un misionero digital del Sínodo?
Está todo lo que significa el proceso sinodal, que no es simplemente rellenar un cuestionario, sino un proceso de escucha. Tuvieron que hacer dos o tres catequesis con posts, reels o lo que fuera su fuerte, explicando que la Iglesia quería escucharlos, no para cambiar la doctrina, sino para entender sus vidas y saber qué necesitan para que la Iglesia pueda estar más cerca de ellos y se sientan incluidos. Y después de estos mensajes, sí, la gente podía responder al cuestionario. Y mucha gente respondió, incluso no creyentes que tenían algo que decir a la Iglesia. Y fue impresionante, también para poder entender por qué se alejaron. También nos sorprendió que la Iglesia les inspirara preguntas.
-¿No temen generar más desilusión si estas relaciones se olvidan después del Sínodo?
Este no era un temor a posteriori, sino que lo teníamos desde el minuto cero: Lo primero que nos preguntaron los influencers fue si les abandonaríamos cuando todo estuviera dicho y hecho. Quieren que el Vaticano tenga una pastoral digital y que la Iglesia católica abra los ojos para ver que estos influencers son verdaderos misioneros, jóvenes que aman a Jesús, que aman a la Iglesia y que ayudan al prójimo. No hemos recurrido a un influencer que vende papas fritas para pedirle que hable de Jesús, sino que hemos ido a los que ya tienen experiencia. El más modesto de los influencers tiene 1.000 seguidores, y dijeron que no eran lo suficientemente grandes como para participar. Pero no conozco a muchos sacerdotes que todos los días del año, en cada misa, tengan 1.000 personas escuchando su homilía. Las ovejas siguen al buen pastor porque reconocen su voz. Las personas siguen a estos influencers porque reconocen algo en ellos, porque les acompañan, les ayudan en su vida.
-Habiendo sido un proceso “viral” que pasó de tres influencers a casi 250, ¿no le preocupaba que estos nuevos influencers ofrecieran una predicación desacertada? ¿O que no respetaran las enseñanzas de la Iglesia en materia de vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, sin abandonar al migrante, al pobre, al indigente?
Hemos tenido millones de miedos, no uno, pero siempre con la bandera del Papa Francisco que dice que prefiere una Iglesia herida porque sale a misionar a una enferma porque se encierra protegiendo sus cosas. Nos basamos en la cadena apostólica: Cada influencer era responsable de aquellos a los que presentaba el proyecto. La condición era que creyeran en Dios, siguieran a la Iglesia y amaran al Papa.
“En efecto, hay mucho que hacer para aprender a escuchar; y para implicar y formar a jóvenes, nativos digitales, que sean capaces de revitalizar los sitios web de las parroquias. La web y las redes sociales pueden ser habitadas por quienes dan testimonio de la belleza de la fe cristiana, por quienes proponen historias de fe y caridad vividas, por quienes comunican la extraordinaria novedad del Evangelio en el lenguaje de hoy, y por quienes escuchan como los apóstoles y los discípulos aprendieron a hacerlo de Jesús”.
“Sabemos, porque lo hemos experimentado, que sólo un encuentro personal y no anónimo con Jesús cambia la vida. Sabemos, porque es nuestra experiencia cotidiana, que el amor hay que cultivarlo frecuentando, escuchando y conviviendo a diario. Sabemos que lo virtual nunca podrá sustituir la belleza de los encuentros cara a cara. Pero el mundo digital está habitado y debe ser habitado por los cristianos. Porque incluso también la web, un territorio en el que a veces parecen prevalecer la voz más alta y la contaminación de las noticias falsas, puede convertirse en un espacio de encuentro y escucha”.
Papa Francisco, en el prólogo del libro “La Chiesa nel digitale”, de Fabio Bolzetta.
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