
A finales de agosto habrán pasado 10 años de la muerte del excelente biblista y teólogo Carlo Maria Martini, arzobispo de Milán de 1979 a 2002 y cardenal (función a la que fue llamado en 1983 por Juan Pablo II). Fue pastor estimado entre sus fieles hasta el punto de que, en 1983, fue elegido por los militantes de la guerrilla Primera Línea para la entrega de las armas.
En 1987 puso en marcha en la arquidiócesis la iniciativa, que finalizó en 2002, de la «Cátedra de los no creyentes», dirigida en las intenciones de Martini a todos los «pensadores» sin distinción de credo.
Así era el arzobispo de Milán: un hombre para el diálogo y el encuentro entre personas diferentes, por religión, género, familia, ideología, etnia, nacimiento, historia personal; y por tanto un hombre de frontera abierto a esa modernidad científica y filosófica, verdaderos «signos de los tiempos», que muchas veces la Iglesia continuó y continúa resistiendo a pesar -pero también contra- el desafío abierto por el Concilio Vaticano II.
Y Martini lo lamentó, al encontrar que la Iglesia se había «retrasado doscientos años», toda empeñada en la conservación y el tradicionalismo más que en la auténtica tradición, cuya sustancia debe ser mantenida y transmitida, permitiendo al mismo tiempo actualizar la forma, porque de vez en cuando es significativa para las culturas y épocas que la acogen.
La entrevista difundida el 8 de agosto de 2012 al cardenal Martini, a cargo de Georg Sporschill y Federica Radice, constituye el testamento espiritual de este gran intelectual y hombre de Iglesia. Releerlo hoy es una experiencia instructiva, y también emocionante. Martini es perfectamente consciente del abismo en el que la Iglesia católica, su Iglesia, corre el riesgo de caer. Y sus declaraciones son sumamente lúcidas, francas, ásperas y esenciales. En el momento final, ya no es tiempo de perífrasis, de atenuaciones: sólo queda la verdad desnuda.
Para Martini era hora de retomar con energía y valentía el enfrentamiento con la postmodernidad, que había comenzado, pero ciertamente no terminó, con el Concilio Vaticano II. Pero esto requería dos presupuestos, uno intelectual y otro moral. En el plano intelectual, era necesario salir del «síndrome de omnisciencia» que había acompañado a la Iglesia católica en su batalla contra la cultura científica y filosófica moderna.
Martini planteó la hipótesis de que los no creyentes, lejos de ser ovejas perdidas para evangelizar, podían venir y enseñar algo, y a veces mucho, a los creyentes. Para ello era necesario un complemento de fe (el cardenal Martini era un hombre de fe intensa, profunda: precisamente esto le permitía abrirse a los diferentes y lejanos). Es la apertura del corazón.
Para ello Martini recomendó tres remedios a la crisis de la Iglesia. “primero la conversión: la Iglesia debe reconocer sus propios errores y debe emprender un camino radical de cambio, comenzando por el Papa y los obispos. Los escándalos de la pederastia nos empujan a emprender un camino de conversión. La cuestión de la sexualidad y todo lo relacionado con el cuerpo es un ejemplo […] Tenemos que preguntarnos si la gente sigue escuchando los consejos de la Iglesia en materia sexual. ¿Sigue siendo la Iglesia una autoridad de referencia en este campo o sólo una caricatura en los medios de comunicación?”.
«Lo segundo, la Palabra de Dios. El Concilio Vaticano II devolvió la Biblia a los católicos» (…) [¡Piensa en la gravedad de esta afirmación! Y reflexionen si, aunque sólo sea por esto, el Concilio Vaticano II no debe ser considerado un acontecimiento revolucionario” (en el sentido de vuelta al punto de partida, a los orígenes).
Sobre la Palabra de Dios, el biblista Martini dice cosas fundamentales: «Solo quien percibe esta Palabra en su corazón puede formar parte de los que ayudarán a la renovación de la Iglesia y sabrán responder con acertada elección a las preguntas personales. La Palabra de Dios es sencilla y busca como compañero un corazón que escucha (…). Ni el clero ni la ley eclesial pueden reemplazar al interior del hombre. [¿Cuánto entendió el clero, cuánto practicó esta máxima?]. Todas las reglas, leyes, dogmas externos nos son dados para aclarar la voz interna y para el discernimiento de los espíritus».
La forma en que Martini habla de los sacramentos es digna de mención. «¿Para quién son los sacramentos? (Estos son la tercera herramienta de curación). Los sacramentos no son un instrumento de disciplina, sino una ayuda a las personas en los momentos del camino y en las debilidades de la vida. ¿Llevamos los sacramentos a las personas que necesitan una nueva fuerza?».
Y del resto del razonamiento se deduce que la respuesta es claramente un no. “Pienso en todas las parejas de divorciados vueltos a casar, de familias extensas. Estos necesitan una protección especial. La Iglesia apoya la indisolubilidad del matrimonio. Es una gracia cuando un matrimonio y una familia triunfan (…) La actitud que tengamos hacia las familias extensas determinará el acercamiento a la Iglesia de la generación de los niños. Una mujer ha sido abandonada por su marido y encuentra una nueva pareja que se ocupa de ella y de sus tres hijos. Si los padres se sienten ajenos a la Iglesia o no sienten su apoyo, la Iglesia perderá la próxima generación. Antes de la comunión rezamos: «Señor, no soy digno»… Sabemos que no somos dignos (…) El amor es gracia. El amor es un regalo. La cuestión de si los divorciados pueden comulgar debe ser invertida. ¿Cómo puede la Iglesia acudir en ayuda de quienes tienen situaciones familiares complejas con el poder de los sacramentos?”.
De esta actitud fundamental surge una serie de posiciones de Martini: desde una actitud respetuosa hacia la homosexualidad, hasta la crítica de la Humanae Vitae de Pablo VI, un Papa al que, además, Martini tenía en gran estima.
Su misma apertura de mente y de corazón se manifestó en el decidido apoyo de Martini al ecumenismo y al diálogo interreligioso: una dimensión de la experiencia religiosa que, en la actual crisis de la humanidad en el momento de la globalización, tiene una importancia decisiva. El fundamento teológico del diálogo interreligioso es una teología que se abre hasta el fondo a las demandas positivas que presentan otras religiones del mundo.
En Conversaciones Nocturnas en Jerusalén, Martini da una formulación incisiva: «Debemos aprender a vivir la vastedad de ‘ser católicos’. Y tenemos que llegar a conocer a los demás. Por ejemplo los musulmanes… No se puede hacer católico a Dios. Dios está más allá de los límites y definiciones que establezcamos. En la vida los necesitamos, por supuesto, pero no debemos confundirlos con Dios, cuyo corazón es cada vez más grande. No se deja dominar ni domar. Para proteger esta inmensidad, no conozco mejor manera que seguir leyendo la Biblia. Haciendo esto podemos transmitir nuestro entusiasmo a los demás y compartir con ellos los tesoros que allí encontremos»
con informaciones de adista.it
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