(CATEQUESIS de ADULTOS): “CREO en la SANTA IGLESIA CATÓLICA”

escena de Jesús que extiende la mano a la pecadora caida en el suelo
Los que se creían puros eran los fariseos… pero Jesús vino para los pecadores.

Es una profesión de fe que proclamamos sin pestañear todos los domingos en la misa. Pero las cosas de la Iglesia se han puesto hoy tan feas, que cualquiera puede llegar a dudar de lo que afirma, o por los menos intentar olvidar y pasar página, minimizar, tapar; y que estos escándalos se denuncien a la autoridad correspondiente, pero que no se divulguen. Sin embargo los Evangelios no se callaron las conductas poco ejemplares de los apóstoles e inclusive del principal de los apóstoles, Pedro.

La fe puesta en crisis
La Iglesia no debe ocultar su conducta, para no pecar de hipocresía; lo mejor es la sinceridad y la transparencia. La ropa sucia se lava y se cuelga al aire libre, para que se seque a la luz del sol. Lamentablemente estos escándalos han hecho que muchos abandonen la Iglesia y en algunos lugares, en forma masiva (en Alemania el año pasado 359.338 personas).
Acostumbrados desde siempre a ver en el clero a personas responsables consagradas a Dios, el destape de tantos escándalos ha puesto en crisis la fe de mucha gente. Pero al igual que los que tapan lo hechos, también estos en realidad no han entendido qué es la Iglesia. Jesús no fundó una Iglesia de “puros”. Los que se creían puros eran los fariseos; esta palabra significa justamente: “los separados”, los no contaminados. Pero Jesús vino para los pecadores, no para los justos. El único perfecto es Cristo. La Iglesia es santa porque está animada por el Espíritu de Jesús, por la Palabra de Dios, los sacramentos que son los medios de salvación por los cuales se nos transmite la vida y el perdón de Dios. La Iglesia es santa porque fundada por Jesús, el que nos acompaña en la búsqueda y realización del Reino de Dios y su justicia (Mt 6,33). Pero todos nosotros somos pecadores perdonados.
Desde que en Pentecostés se constituyó la Iglesia, esa es la casa de todos sus hijos, buenos y malos. Y cuando se habla de “comunión de los santos”, es la solidaridad que debe haber entre los que han sido santificados por el bautismo y necesitan apoyarse y rezar el uno para el otro a fin de mantenerse fieles.

Cristiandad: rica, poderosa e intolerante
Desde los primeros tiempos de la Iglesia, a esta se la ha llamado “santa y prostituta” por prostituirse muchas veces a otros dioses. Efectivamente la historia de la Iglesia tiene páginas gloriosas a través de sus santos, mártires y obras, pero también tiene páginas muy oscuras.
Sin duda los valores cristianos han hecho dar un gran paso en adelante a la humanidad: en el respeto de la persona humana, la cultura, la salud etc. Los primeros hospitales, las primeras universidades fueron obra de la Iglesia. Hubo varias crisis en la Iglesia, aún peores que las actuales. Pero en el momento oportuno el Espíritu suscitaba santos, pontífices, concilios, congregaciones y Órdenes para encauzar otra vez a la Iglesia.
A pesar de tantas crisis “siempre bajo las cenizas estuvieron ardiendo las brasas”, dijo alguna vez el cardenal Martini. Con la Cristiandad la Iglesia se hizo rica, poderosa e intolerante con los herejes. Cuando los Estados Pontificios, o la monarquía pontificia, ocupaban la parte central de Italia, hubo Papas guerreros que tenían sus ejércitos. Hubo Papas inmorales y corruptos; Alejandro VI tuvo nueve hijos de seis concubinas.
En el siglo 16 hubo 150 años de guerras de religión entre cristianos. La Iglesia Católica se creía la única en poseer la verdad y quería imponerla. Un día Napoleón dijo que iba a destruir la Iglesia: “No podrá, le dijo el cardenal Consalvi. Ni nosotros hemos podido hacerlo”. Obviamente la Iglesia tiene garantizada su perennidad por Jesús, pero no así las Iglesias particulares. Las grandes Iglesias históricas del Norte de África desaparecieron hace tiempo. Hoy la descristianización amenaza Europa, mientras florecen las Iglesias jóvenes de África y Asia. El protestantismo nació como un movimiento de reforma de la Iglesia, hasta que el monje católico alemán Martin Lutero se rebeló al Papa. Este fue el segundo mayor escándalo en la Iglesia, después de la ruptura con los ortodoxos orientales en 1054.

“Miren cómo se aman”
Jesús había fundado una sola Iglesia, la que se mantuvo unida en el primer milenio (“miren cómo se aman” se decía de los cristianos) y había rezado por su unidad. Por eso en el siglo 19 surgió el movimiento ecuménico de reconciliación, al que pertenecen ahora todas las grandes Iglesias. Debido a las divisiones históricas, cada Iglesia se ha dado un nombre propio. Los protestantes se autoproclaman “evangélicos” y la Iglesia de Roma ha retenido la palabra “católica” (=universal, en griego) porque no está atada a ninguna nación o régimen y está enviada a todo el mundo.
En la época moderna, la Iglesia Católica cometió el error de condenar en bloque todos los avances de aquel tiempo, y se cerró en sí misma como una fortaleza asediada. No ha sabido ver lo positivo que iba surgiendo y así perdió el contacto con el mundo obrero y la cultura.
La Iglesia institución debe dejar de lado todo triunfalismo, búsqueda de prestigio y poder. Cuando sea más pequeña, menos numerosa y solo hable desde el evangelio, sin actitudes condenatorias, será más escuchada. Hoy todas las Iglesias nos reconocemos discípulos de Jesús y del Evangelio, unidos por el mismo bautismo, más allá de las diferencias. El carisma de la santidad y la salvación en Cristo se dan también en las Iglesias ortodoxas y protestantes.
¿Y los que no son cristianos? En el pasado se temía por su perdición eterna. Y a la vez se practicaba la intolerancia hacia las demás religiones. Era vigente el antiguo axioma de san Cipriano: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”. Pero el santo se refería a los herejes que abandonaban la Iglesia.

Integrismo que se vuelve conservadurismo
De todas maneras, esa convicción impulsó un fuerte y generoso movimiento misionero. Por eso a san Francisco Javier le dolían los brazos de tanto bautizar. El descubrimiento de América, las misiones en África y Extremo Oriente hicieron que el mensaje de amor de Jesús llegara a todas partes y los misioneros eran los que organizaban la instrucción y la atención sanitaria, la ayuda social a las poblaciones. Sin embargo, el integrismo católico siguió presente en la Iglesia. El integrismo es una actitud religiosa que pretende guardar la integridad de la doctrina y de las prácticas tradicionales. Se traduce en un conservadurismo ciego, un endurecimiento del conocimiento, fijación de posiciones con cierta violencia hacia los que no comparten sus opiniones.
Hoy también está presente en la Iglesia y por primera vez se enfrenta públicamente, aún por parte de cardenales y obispos, al mismo Papa. En la época moderna, el papa Gregorio XVI condenaba ese “delirio de la libertad de conciencia”. Hubo que llegar al Concilio Vaticano II para que se proclamara, no sin dificultades, el derecho a la libertad religiosa. Y que también en las demás religiones hay semillas del Evangelio.

Criterio principal en el juicio final
El Evangelio dice que “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,4). En el Credo decimos que Jesús “descendió a los infiernos”. No se trata del infierno bíblico sino del “sheol” (en griego “hades”), el lugar donde se creía que moraban los muertos. Significa que la salvación aportada por Cristo es válida también para todos las personas anteriores a él. Jesús es el único Salvador, pero gracias a él infinidad de personas que han hecho el bien, desde su religión o sin religión, se salvarán.
El Concilio ha enseñado que toda persona puede salvarse, si sigue su propia conciencia. El criterio principal en el juicio final será el amor a Dios y al prójimo. Jesús se identifica en cada hermano necesitado, aunque no se lo reconozca. “Quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley entera” (Rom 13,8-10), dice san Pablo. La Iglesia ha de seguir anunciando el Evangelio a toda criatura, pero Cristo puede llegar a los que no han podido conocerlo, de otra manera.

                   Primo Corbelli