
A mediados del pasado mes de junio se conoció la noticia de que Rusia estaría dispuesta a aceptar la mediación de la Santa Sede en el conflicto de Ucrania. El funcionario Alexei Paramonov, del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, lo declaró a la agencia gubernamental Ria Novosti. Tras esa novedad, durante quince días no hubo más noticias. Mientras tanto, la diplomacia vaticana trabaja en tres niveles.
El primer canal es el diplomático. Paromonov afirmó que la Santa Sede no sólo ha declarado repetidamente su disposición a mediar, sino que «estas observaciones se confirman en la práctica». Rusia mantiene con la Santa Sede «un diálogo abierto y de confianza sobre una serie de cuestiones, principalmente relacionadas con la situación humanitaria en Ucrania». Esta última parte vincula la mediación principalmente al aspecto humanitario, y deja claro que Rusia no quiere cambiar su posición.
La actividad diplomática y el intercambio de información son intensos. El arzobispo Paul Richard Gallagher, Ministro del Vaticano para las Relaciones con los Estados, inmediatamente después de la nota difundida por Ria Novosti, habló claramente de lo que se puede aceptar o no sobre la situación en Ucrania. Afirmó que hay que «resistir la tentación de aceptar compromisos sobre la integridad territorial de Ucrania». El arzobispo Gallagher había reiterado el mismo concepto desde Kiev, el 20 de mayo, cuando dijo que la Santa Sede «defiende la integridad territorial de Ucrania».
El segundo canal es el del papa Francisco. La diplomacia del Papa parece trabajar en una vía paralela, y lo compromete personalmente. Cuando estalló la guerra, el Papa quiso visitar personalmente la embajada de Rusia. A continuación, envió a Konrad Krajewski, y a Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, para coordinar la ayuda humanitaria.
Además, en una conversación con los editores de las revistas jesuitas de todo el mundo, el 19 de mayo, Francisco había contado que un jefe de Estado «poco hablador y muy sabio», con el que se había reunido en enero, le había expresado su preocupación por la actitud de la OTAN, explicando que «están ladrando a las puertas de Rusia y no entienden que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se les acerque».
El consultor Myroslav Marynovych, luego de una reunión con el Papa, dijo que «hablamos del hecho de que Rusia utiliza tanto las armas como la información falsa», hasta el punto de que Ucrania, incluso desde el Vaticano, era vista principalmente a través del prisma ruso, y que era injusto mirar a los ofendidos «a través del prisma de la propaganda informativa del agresor». Por el contrario, Marynovych pidió al Papa que «desarrolle su propia política ucraniana, no derivada de la política rusa».
Por último, está el tercer canal, el humanitario. El 22 de junio, el arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk, de la Iglesia greco-católica ucraniana, detalló el compromiso de Cáritas y de las parroquias, lugares a los que la gente acude en busca de ayuda.
Ucrania está dividida en tres zonas: la zona de conflicto, donde se presta la primera ayuda; la zona limítrofe con los lugares de los combates y que es el primer punto de recepción de los refugiados que huyen tanto del este como del oeste (hay 6 millones de emigrantes y 8 millones de desplazados); y la zona relativamente tranquila del oeste de Ucrania, desde donde se organiza la ayuda.
La última iniciativa de apoyo es una medalla especial acuñada por la Casa de la Moneda del Vaticano, cuya recaudación se destina a financiar la ayuda a Ucrania. La primera tirada de 3.000 ejemplares se agotó inmediatamente y se están acuñando 2.000 más.
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