“Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto” (Jn 20,15)
En medio de este tiempo Pascual que estamos viviendo, la pregunta que hace María Magdalena a Jesús se nos hace lejana, pareciera que hace mucho tiempo que resonaron en nosotros estas palabras…
Vivimos juntos un viernes y sábado santo que nos sabía eterno, sin embargo, la luz de la resurrección (que María no tenía) daba calma a nuestro corazón.
Lucha, justicia y pérdida de miedo. El dolor hermanado en nuestros cuerpos nos hace salir a la búsqueda de aquellas y aquellos que el poder nos ha arrebatado. Las mujeres del evangelio sienten que les han quitado todo lo que les quedaba, porque como a muchas otras les hemos escuchado, ni siquiera hay un cuerpo donde pueda despedirme y darle sepultura. Estas palabras se han hecho tan repetidas, conocidas, que las guardamos en lo profundo del corazón.
Las desapariciones son la violencia desgarrada de un poder torcido que ha perdido toda conciencia de humanidad. Estas mujeres, las de nuestra hora, y María Magdalena, María la de Santiago, Salomé, son aquellas que nos recuerdan el mandato evangélico de Jesús en el monte, en ellas cada bienaventuranza se hace realidad, la pobreza, los anhelos de justicia, las lágrimas, la persecución. Ellas, son las benditas de Dios. Y aun en medio de esas búsquedas, con algunas que encuentran los cuerpos y otras que no, Dios les hace justicia. A la luz del evangelio de Lucas, resuena en nuestro corazón; ¡Ay de los que ríen ahora! ¡Ay de los que gozan del poder! Porque tendrán aflicción y llanto (Lc 6;25)
Hoy es necesario que vivamos y experimentemos con otros y otras esta sensación de buscar y no encontrar, de la pregunta desesperada, de reconocer una memoria viva, voz de una justicia evangélica. Aprender a estar en los zapatos del otro! Para que así su dolor nos lleve a la necesaria y justa verdad.
Quizás, hay muchos que hoy se preguntan por qué sería necesario hacer de esta memoria la nuestra. Las diversas separaciones que se nos presentan ya sea por diferencia política, por distancia generacional, o amnesia paralizante. La respuesta a esta comunión está atravesada por la esperanza y el amor del evangelio. Jesús hoy nos da la respuesta, “Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado”. Amar implica seguir exigiendo justicia, amar implica seguir haciendo memoria, amar implica no olvidar…y por sobre todo vivir en carne propia, colectiva, como país y sociedad, un gran nunca más.
La llamada a la justicia, a la memoria, al no olvido… es una llamada y compromiso de amor… Amor a familias, padres, madres, hijos e hijas, amigos y amigas que hasta hoy se hacen la misma pregunta ante las vidas desaparecidas…. ¿Dónde están? ¿Dónde los han puesto?
Nosotras, nosotros, acompañamos con nuestro respetuoso silencio. Nos recuerda la profunda entrañabilidad de los amigos de Job que permanecieron siete días y siete noches en silencio, por lo mucho que era su dolor (Job 2,13).
Pero también nuestro silencio acompañante, termina con la proclamación de cada nombre, tal como lo hace Jesús al nombrar a María.
Hoy queremos reconocer sus nombres, cada nombre… cada historia, cada vida, cada amor que fue entregado.
Hoy podemos hacer nuestras las palabras de Jesús “Dirá el Rey, en verdad les digo cuando le hicieron esto a cada una de mis hijas, a cada uno de mis hijos queridos. Cuando mataron, torturaron, hicieron desaparecer, a mí me lo hicieron. Y ustedes hijas e hijos míos por haberme buscado, por haber llorado por mí, por haber estado en medio de las fosas, por gritar cada día justicia, por las personas que amaban y las que no conocían pero que en su corazón las hicieron suyas, yo les diré, vengan conmigo, porque cada vez que lo hicieron, me lo hicieron a mí.”
Hoy, nadie está olvidado.
María José Encina Muñoz
Hermana Comunidad Adsis
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