El 15 de abril se celebró como todos los años el Vía Crucis presidido por el Papa en el Coliseo, acompañado de noche por diez mil fieles. Desde 1964 el Vía Crucis del Papa se celebra a la luz de las velas en el Coliseo, con las estaciones y la cruz encargadas cada año a distintos colectivos. Este año las intenciones en las 14 estaciones fueron encargadas a las familias, ya que del 22 al 26 de junio se celebrará en Roma el décimo Encuentro Mundial de las Familias.
Estas mismas familias llevaron la cruz al anfiteatro romano donde los cristianos sufrieron por Cristo. Las familias debían encarnar la Pasión de Jesús en la vida de tantos hogares. Los textos fueron preparados y leídos por un joven matrimonio, una familia en misión, una pareja de ancianos, una familia numerosa, una familia con el hijo discapacitado, una familia que no puede tener hijos, otra que tiene el padre enfermo, otra con un hijo consagrado, por una familia adoptiva, una viuda con hijos, una familia que perdió una hija.
La decimotercera estación de la muerte de Jesús había sido escrita en conjunto por una mujer ucraniana y una mujer rusa pidiendo la gracia de la reconciliación. Enseguida esta iniciativa de índole religiosa fue politizada. La embajada de Ucrania en el Vaticano intervino oponiéndose a que las dos mujeres llevaran juntas la cruz y propuso en lugar de la mujer rusa a una polaca. El sentido del gesto era muy sencillo: superar el odio entre dos países cristianos que se matan como “enemigos”, rezar el uno para el otro y poner las bases para una futura reconciliación.
Pero frente a los pedidos que llegaron desde los propios obispos de Ucrania, el Papa optó para que en dicha estación las dos mujeres llevaran la cruz juntas, pero sin decir ni una palabra. Y el nuevo texto fue: “Frente a la muerte de Jesús el silencio es más elocuente que las palabras. Hagamos un momento de silencio orante y cada uno rece por la paz en el mundo”.
La última estación fue dedicada a los migrantes, el tema que junto a prófugos y refugiados tanto preocupa al Papa y que afecta en forma creciente a millones de personas.
Con referencia a la guerra en Ucrania el Papa la tildó de “abominable” y dijo: “En la guerra se vuelve a crucificar a Cristo. Cristo es clavado en las cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y los hijos; en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazo; en los ancianos que son abandonados a la muerte; en los jóvenes privados de su futuro; en los soldados enviados a matar a sus hermanos. ¿Para qué sirve vencer una guerra si solo quedan escombros?. La paz que se obtiene por la fuerza o por la conquista, en realidad es solo un intervalo entre más guerras”.
El Papa manifestó además su deseo de visitar del 14 al 15 de setiembre el Kazajistán, invitado por el gobierno de aquel país, a fin de participar del séptimo Congreso Mundial de Líderes Religiosos y así promover el diálogo interreligioso. Kazajistán es un país de Asia Central, antigua república soviética y ahora independiente, con 18 millones de habitantes, el 70% de población musulmana y el 26% cristiana ortodoxa. Hay un Islam moderado y tolerante; se disfruta de libertad religiosa. También hay un diálogo más fluido con los ortodoxos rusos de parte de los católicos que son el 2,5% de la población.
Anteriormente el Papa visitará el Líbano del 12 al 23 de junio al que seguirá el encuentro con el patriarca Kirill allí mismo, o quizás en Jerusalén.
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