(SI QUIERES LA PAZ, PREPARA LA PAZ)

El 11 de abril de 1963, hará 60 años el año próximo, un mes antes de su muerte el papa Juan XXIII firmaba su última encíclica “Pacem in terris” (=paz en la tierra). Fue un documento extraordinario que tuvo un gran impacto mundial después de la crisis de los misiles rusos en Cuba, en la que el Papa había tenido una decisiva intervención para superar el peligro de una guerra nuclear entre Rusia y Estados Unidos. En Pacem in terris se condenaban todas las guerras, aún las defensivas.
Entre los que apoyaron al Papa estuvo el conocido sacerdote italiano Lorenzo Milani, que escribía con cierta ironía:
“La única defensa posible en una guerra atómica, es disparar veinte minutos antes del agresor (pero esta es agresión, no defensa). Si por honestidad se dispara veinte minutos después, será desde los submarinos porque ya no habrá vida en gran parte de la tierra (y esta es venganza, no defensa)”.
En la encíclica del Papa, además de proponer una ONU de los pueblos y no de los poderosos (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad), se condenaban todas las guerras, aún las defensivas, con esta frase histórica:
“En esta época que se jacta de poseer la energía atómica, resulta absurdo e irracional sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado” (n.127).
Se superaba así la doctrina de la “guerra justa” que en algunas ocasiones y con determinadas condiciones era defendida hasta el momento por la Iglesia. El motivo que presentaba el papa Juan era que hay otros medios hoy para resolver los conflictos y siempre existe el peligro del uso de armas atómicas, biológicas y químicas capaces de destruir varias veces el planeta.
Además, en las guerras del siglo XX las víctimas han sido fundamentalmente los civiles. En la Primera Guerra Mundial los muertos civiles superaron por primera vez el número de los militares y por eso el papa Benedicto la tildó de “inútil masacre”. Hoy ya se bombardean de forma indiscriminada casas, hospitales, escuelas y ciudades enteras.
En la encíclica de Juan XXIII se constataba cómo la doctrina de la guerra justa no había impedido las guerras; por el contrario había contribuido a su justificación. Todas las guerras en el pasado han sido presentadas como guerras justas. Cuando Hitler empezaba la Segunda Guerra Mundial en 1939, los obispos alemanes exhortaban a los soldados católicos a “cumplir con el deber de la obediencia” y pedían que “la Providencia conduzca esta guerra hacia la victoria para nuestra patria”.
UNA PAZ POSIBLE
Según Juan XXIII, la paz mundial es posible, es un deber y se puede construir entre todos; pero la Doctrina Social de la Iglesia ya no busca humanizar la guerra como en el pasado, sino desterrarla. Las afirmaciones del Papa, sus reservas frente a la carrera armamentista y a la estrategia defensiva de la disuasión (nn 109-119) causaron un profundo impacto también entre muchos cristianos tradicionalistas.
Es que la repulsa de Jesús a la violencia fue tan drástica que los primeros cristianos no solo se negaban a participar en la guerra sino inclusive a enrolarse en los ejércitos. Uno de los primeros grandes escritores cristianos, Tertuliano, dijo terminantemente que “Cristo, al desarmar a Pedro, desarmó a todos los cristianos”.
Si Cristo quiere que sus discípulos vayan por el mundo como ovejas entre lobos, sin alforja y sin bastón para defenderse, es porque la pobreza y la no violencia son esenciales para su misión.
En la historia de la Iglesia siempre hubo grandes profetas que se opusieron a las guerras como Francisco de Asís o Bartolomé de las Casas que definió la guerra contra los indígenas como “un homicidio y un robo generalizado”.
El Concilio Vaticano II dijo sobre el tema:
“Mientras falte una autoridad internacional competente y se hayan agotado los medios pacíficos, no se puede negar el derecho de la legítima defensa a los gobiernos” (Gaudium et Spes, n.79).
Pero añadía que la existencia de las nuevas armas científicas
“nos obliga a examinar la guerra con una mentalidad totalmente nueva” (n.80) y a “preparar una época en que, por el acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra” (n. 82).
No fue fácil asumir la nueva doctrina y la nueva mentalidad por parte de la misma Iglesia.
Pablo VI en la ONU dijo: “Mientras el hombre sea un ser débil, cambiante e incluso a menudo peligroso, las armas defensivas serán lamentablemente necesarias”.
Y cuando el cardenal italiano Giacomo Lercaro condenó los bombardeos norteamericanos sobre Vietnam del Norte, casi enseguida fue destituido como arzobispo de Bologna. Había dicho: “La Iglesia no puede ser neutral frente al mal, venga de donde venga; su misión no es la neutralidad sino la profecía en nombre de Dios”.
Juan Pablo II defendió la “injerencia humanitaria armada” en defensa de un estado agredido injustamente. El Catecismo de la Iglesia Católica legitima la defensa armada si hay rigurosas condiciones de legitimidad moral. En la práctica se termina siempre con males más graves del que se quiere eliminar.
ENSEÑANZA DEL PAPA FRANCISCO
El papa Francisco, en ocasión de la guerra de Ucrania, ha vuelto a retomar la doctrina de Juan XXIII de que las guerras son todas injustas y a hablar de una “mentalidad totalmente nueva” con respecto de la guerra y de una futura “prohibición de todas las guerras” como pedía el Concilio. Esa “mentalidad nueva” aún no ha madurado en la Iglesia y la guerra defensiva sigue siendo considerada el mal menor como último recurso, pero siempre un mal en sí mismo.
El papa Francisco el 1° de enero de 2017 propugnó la no violencia activa como el necesario “estilo de una política por la paz” y dijo: “ser verdaderos discípulos de Jesús hoy significa adherirse a su proyecto de no-violencia”.
Es que Francisco mira al futuro y en su encíclica Fratelli Tutti hace una reflexión esclarecedora:
“Fácilmente hoy se opta por la guerra con cualquier tipo de excusas de tipo humanitario, defensivo o preventivo y acudiendo también a la manipulación de la información. La cuestión es que a partir de las nuevas armas científicas, se dio a la guerra un poder destructivo incontrolable. No podemos pensar más en la guerra como solución de los conflictos, ya que los riesgos serán siempre superiores a la utilidad que se le atribuye. Hoy es muy difícil sostener criterios racionales madurados en otras épocas para hablar de una posible ‘guerra justa’ ” (n.258).
El documento dice después que “una guerra en una determinada región puede terminar de involucrar al entero planeta, porque la suerte de los países está hoy fuertemente conectada” (n.259), en un mundo globalizado.
Siempre en ocasión de la guerra de Ucrania el Papa dijo: “Más armas y más sanciones y nuevas alianzas político-militares no son la verdadera respuesta” (a la agresión rusa) y lamentó la nueva carrera armamentista de occidente como una locura, porque solo promoverá una escalada peligrosa a nivel mundial, más sufrimiento a las poblaciones y hará difícil cualquier negociación. La violencia solo engendra más violencia.
El NO de Francisco a la guerra y a las armas no tiene que ver con la neutralidad, la resignación o con tapar la verdad. Debido a esta escalada de los países occidentales que ya han acrecentado los gastos militares del 24% a partir del año 2016, el Papa advierte el peligro para toda la humanidad de una autodestrucción. El uso de las armas lleva a consecuencias nefastas.
Al comienzo del nuevo milenio, después de un mes de la masacre de las Torres Gemelas (11-9-2001), los primeros misiles norteamericanos caían sobre Afganistán; después de unos días eran miles. Después llegaron las bombas a racimos desde altas cuotas devastando pueblos y ciudades. A las víctimas inocentes de las Torres Gemelas se sumaron muchas más víctimas inocentes, en este caso a millares y anónimas.
Todos conocen los resultados de la guerra de Estados Unidos contra Irak, tan deprecada por Juan Pablo II. Dijo también recientemente el papa Francisco sin rodeos:
“Ha llegado el momento de abolir las guerras, borrarlas de la historia… Las guerras siempre son injustas porque quien paga la factura de las guerras es siempre el pueblo que es bombardeado y muere. La guerra nunca es el camino de la paz”.
¿GUERRAS INEVITABLES?
El Concilio no fue un punto de llegada sino de partida sobre este tema sensible que en el post-concilio adquirió cada vez más importancia. Hoy cada vez más los teólogos, en el marco de una nueva teología de la paz, abogan por la no violencia activa en lugar de la defensa armada. Así como en el pasado se eliminó la esclavitud y ahora se está a punto de desterrar la pena de muerte, se piensa que en el futuro será posible eliminar las guerras. Abolir la guerra es hoy una necesidad urgente y un objetivo realizable. No es un dato menor que el Concilio haya superado la idea de la inevitabilidad de la guerra considerada en el pasado, igual que la pobreza, como un hecho fatal e ineludible.
El concepto de “guerra justa” ha servido para legitimar todas las guerras que hubo en el pasado. Las condiciones para una guerra justa nunca se han respetado por impracticables (por ejemplo que no se mate a civiles). Ha desaparecido toda proporción entre los daños de una guerra y el fin que se pretende defender, sea cual sea. Toda guerra presupone destrucciones masivas.
Se habló del fin de la “guerra fría”, pero las más largas y crueles guerras, olvidadas por todos, se han dado y se dan en Oriente Medio y África.
El nuevo orden internacional que se implantó tras la caída del muro de Berlín no fue la solidaridad entre el Norte y el Sur sino el dominio del Norte sobre el Sur a través del neocolonialismo económico y la venta de armas. Es un escándalo intolerable que se inviertan, según SIPRI, casi cinco mil millones de dólares a diario en armas a nivel mundial, mientras crece el hambre en el mundo. Un tanque moderno de guerra equivale al presupuesto mensual de la FAO, que se preocupa por el hambre en el mundo.
Los productores occidentales de armas que se enriquecen exponencialmente con este tráfico inmoral, se volcaron hacia los países del tercer mundo fomentando cantidad de guerras locales. Estos mercaderes de armas, junto a los narcos son los peores malhechores de la humanidad.
Se ha dicho que el comercio internacional de las bananas está mejor reglamentado que el de la venta de armas. No hay normas internacionales para controlar este tráfico de muerte. Los líderes de las grandes potencias siempre quedan impunes como lo han sido en el pasado los responsables de las primeras dos bombas atómicas. Ahora está la bomba de hidrógeno, mil veces la de Hiroshima. Hay armas nucleares capaces de destruir cuarenta o cincuenta veces el planeta. No se han aprendido las lecciones que nos han traído la epidemia y la crisis ecológica; estamos todos en la misma barca, nos necesitamos unos a otros, nos salvamos todos o no se salva nadie.
EDUCAR PARA LA PAZ
Escribía Einstein: “La potencia del átomo lo ha cambiado todo, menos la manera de pensar de los hombres”. Sin embargo, cada vez más hoy se cuestiona el servicio militar obligatorio, el pago de impuestos para gastos militares, el militarismo y la misma lógica militar que ve en un ser humano a un “enemigo” que hay que eliminar.
Los ejércitos también en América Latina insumen en el presupuesto nacional una suma mucho más importante que en la educación y en la cultura. Son una fuerza y un factor de poder que muchas veces no tiene un servicio social concreto. Hay que educar para la paz y terminar con la retórica de que la patria se defiende con las armas. La patria se defiende combatiendo la corrupción, con la honestidad y el trabajo, el respeto de las leyes nacionales e internacionales.
Los textos escolares son todavía sustancialmente historias de guerras; los personajes más importantes son militares, las fechas más importantes son fechas de guerra. Hay que terminar de llamar “heroísmo” la matanza entre hermanos, por lo general de jóvenes que son usados como chivos expiatorios. Si todas las guerras son injustas, hay que ir creando las condiciones para que no haya más guerras en el futuro.
Condiciones indispensable son la eliminación de las armas nucleares, el progresivo desarme multilateral, la desaparición de los bloques político—militares, la reforma radical de la ONU, un ordenamiento internacional más justo y solidario; y en especial la educación obligatoria para la paz y la solución pacífica de los conflictos en todas las instituciones de enseñanza.
Para hacer posible esta utopía, es necesario que los gobiernos inviertan en la formación de la nueva mentalidad y en la educación, el doble de lo que se invierte en las armas. En esta lucha, que debe ser la de todos, hay que estar dispuestos a pagar un precio, a veces alto.
Decía el gran físico alemán Friedrich Weizsacker:
“Yo soy un ser humano en medio de cinco mil millones de seres humanos; ¿qué puedo hacer yo por la paz? Hay una cosa que puedo hacer cada día. Cuando me lo proponga, descubriré que hay al menos una situación a mi alrededor que puedo cambiar y mejorar. Si en un año consigo convencer a otro de obrar igual, al cabo de ese año seremos dos; al cabo de dos años cuatro y ocho al cabo de tres años. Si sigo con este trabajo de mentalización, al cabo de diez años seremos mil. Si en veinte años cada uno de estos mil encuentra otros mil, seremos un millón”.
LA PAZ ES COSTOSA, PERO POSIBLE
Querer la paz es defender la vida. Más de medio millón de científicos y técnicos están dedicados a perfeccionar instrumentos de muerte en lugar de investigar cómo defender la vida. Más del 70% de las investigaciones que se realizan anualmente son de índole militar. Si se quiere la paz hay que luchar por la justicia.
Si hay tanta hambre en el mundo no es por falta de alimentos. El hambre es una consecuencia de la estructura social injusta que rige en el mundo y no de una baja producción. Si se quiere la paz hay que trabajar por la paz. El lema de los antiguos romanos era: “si vis pacem para bellum” (= si quieres la paz, prepara la guerra) y es lo que se sigue haciendo después de dos mil años. Se ha introducido la convicción de que la paz se asegura con la superioridad bélica para desalentar cualquier agresión. Así hemos llegado a lo que ha sido llamado el “equilibrio del terror”.
El mundo actual no es más seguro que antes ni tiene ante sí un futuro más protector que antes. Nada más lejos de todo esto, que la paz que todos anhelamos. Somos hijos de un pasado de guerras y se nos ha educado de tal manera que nos parece que guerras, ejércitos y armas sean la cosa más natural del mundo. Vivimos hoy una cultura del derecho del más fuerte.
Hace falta emprender una guerra cultural en todos los frentes de la vida personal y colectiva: contra la violencia educativa, en la relación varón-mujer, entre mayorías y minorías, en el lenguaje muchas veces agresivo y violento. Esta lucha ha de pasar por los libros de literatura e historia en las escuelas, por los programas televisivos, la catequesis y la predicación en las Iglesias.
Tenemos sobrados ejemplos en nuestra época de luchadores que han logrado grandes éxitos sin recurrir a las armas como Gandhi, Luther King, Mandela, los obreros polacos, los Sin Tierra de Brasil, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, las marchas del silencio…
Es indudable que las guerras dejan intactas las verdaderas causas de los conflictos; solo siembran destrucción y odio. La paz obtenida por las armas, prepara nuevas guerras.
Los cristianos seremos juzgados por nuestras omisiones y por no ser artífices de paz.
El Evangelio nos llama a ser la conciencia activa, aunque molesta, de la paz y la no violencia.
PRIMO CORBELLI
Debe estar conectado para enviar un comentario.