
El papa Francisco lamentaba hace unos días “la masacre insensata (de la guerra en Ucrania) donde cada día se ven atrocidades” y suplicaba a la comunidad internacional para que hiciera “cesar esta guerra repugnante. Es de una crueldad inhumana y sacrílega”.
También había dicho recientemente: “La humanidad se ve amenazada por un perverso uso del poder e intereses creados, condenando a miles de personas indefensas a una violencia brutal. Varias guerras regionales y sobre todo la actual de Ucrania demuestran que quienes gobiernan los destinos de los pueblos, no han aprendido la lección de las tragedias del siglo XX”, aludiendo a las dos guerras mundiales. “En nombre de Dios, escuchen el grito de los que sufren y pongan fin a los bombardeos y a los ataques. Que se trabaje verdadera y decididamente por las negociaciones y que los corredores humanitarios sean efectivos y seguros. Dios es únicamente Dios de la paz. No es Dios de la guerra y quien apoya la violencia, profana su nombre”.
El lenguaje del Papa y sus denuncias son claras y proféticas; y todos las entienden. Francisco dijo que la ciudad que lleva el nombre de María, Mariupol, se había convertido en una “ciudad mártir de una guerra devastante” y pidió ayuda internacional para los ucranianos “atacados en su identidad, historia y tradición y por defender su propia tierra”.
Por su parte el cardenal Pietro Parolin afirmó: “No ha habido señales hasta ahora de que Rusia acepte una intervención del Papa para finalizar la guerra. No es importante que no se acepte la oferta del Vaticano, ya que lo más importante es que de la manera que sea, se ponga fin cuanto antes a esta guerra que no tiene sentido. También en Rusia hay movimientos por la paz y esto es un signo de esperanza”.
Se ha conocido en una carta abierta el firme rechazo a la guerra del secretario general de la Alianza Evangélica Rusa, Vitaly Vlosenko. La Iglesia Católica invita, a través de Parolin, también a los líderes políticos de occidente a hacer autocrítica: “Hay que reconocer que no hemos sido capaces de construir, después de la caída del muro de Berlín, un nuevo sistema de convivencia entre naciones más allá de las alianzas militares y las conveniencias económicas”.
El Papa aboga por una convivencia planetaria; y la diplomacia silenciosa, pero activa del Vaticano, es para dejar un resquicio abierto a la posibilidad de detener esta guerra antes que sea tarde. La Iglesia no olvida que Rusia ha amenazado usar armas nucleares: la misma posee 5.977 cabezas nucleares. Y desconfía de la nueva carrera armamentista de occidente; lo que se gana por las armas siempre se tendrá que mantener con más armas generando un círculo vicioso de violencia. Lo que más necesita Ucrania ahora, además del alto al fuego, es ayuda humanitaria; un tercio del país de 40 millones de habitantes vive en extrema necesidad.
El politólogo y apreciado vaticanista Marco Politi escribe: “Una negociación según el Vaticano significa salvar los intereses legítimos de Kiev y Moscú; no es una lucha entre ángeles y demonios, porque esto significaría un enfrentamiento sin fin. El cardenal Parolin ha pedido “sabiduría para proteger las legítimas aspiraciones de todos”. Hablar de poner de rodillas a Rusia o provocar el colapso de la economía rusa es embarcarse en un aventura ciega con consecuencias planetarias. Ya Kissinger en 2014 advertía que Ucrania para sobrevivir y prosperar no debía ser el puesto de avanzada de ninguno de los dos bloques. Ser una nación no alineada, no es negativo”.
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