En Filipinas, el 9 de mayo próximo habrá elecciones presidenciales. Rodrigo Duterte, el actual presidente, anunció que dejará la política porque la constitución no le permite postularse para un ulterior mandato de seis años. Sin embargo acomodó a su hija Sara de 43 años, que es actualmente intendenta de la ciudad de Davao, como virtual vicepresidenta del próximo gobierno.
Rodrigo Duterte, que está incriminado en la Corte Penal Internacional por los crímenes cometidos durante la “guerra a la droga”, buscará ahora la inmunidad parlamentaria. Sorpresivamente el candidato más fuerte, según las encuestas, es Ferdinand Marcos hijo del dictador que dominó al país de 1965 a 1986 con mano de hierro y tuvo que huir con su familia a Estados Unidos, después de haber saqueado las arcas del estado, derribado por una revolución popular pacífica.
La familia de Marcos nunca pidió perdón por los abusos y atropellos del dictador, pero Marcos junior quiere rehabilitar a su padre influyendo en los más jóvenes y prometiendo un país mejor.
El 25 febrero pasado la Conferencia Episcopal del país sacó un documento (“La verdad os hará libres”), en la misma fecha en la que se conmemoraba la revolución no violenta de 1986. En esa revolución el cardenal Jaime Sin y toda la Iglesia tuvo gran protagonismo, pero bajo el gobierno autoritario de Duterte, admirador del dictador (“el mejor presidente de toda la historia”), se distorsionó por todos los medios la verdad histórica en las escuelas y en los medios ya que las nuevas generaciones no han vivido aquella tragedia. Afirman los obispos que “en el país no puede haber justicia sin verdad. Estamos horrorizados por la manipulación, la distorsión, el abuso de la verdad histórica, el falaz revisionismo histórico, la proliferación de fake news con la intención de esconder la verdad e influenciar la opinión pública; todo esto constituye una pandemia de mentiras. La revolución pacífica de 1986 ha sido el triunfo del entero pueblo filipino contra la violación de los derechos humanos, la corrupción, el terrorismo, el fraude. Elecciones que no estén fundadas en la verdad, son un engaño”.
Los católicos están divididos y mayormente apoyan a la actual vicepresidenta Leni Robredo que siempre se opuso a la política de Duterte. Pero el líder carismático católico Mike Velarde, de gran popularidad en los medios, se ha declarado a favor de la dupla Marcos-Duterte.
Por su parte el presidente de la Conferencia Episcopal Filipina, obispo Virgilio David, dijo sin tapujos: “los ciudadanos tienen una tendencia a apoyar al probable ganador, al candidato considerado más fuerte, en lugar de votar según su propia consciencia. Esa tendencia es extremadamente preocupante. Si los filipinos votan por los candidatos sobre la base del probable vencedor, hemos fracasado en lo que es la formación de una conciencia moral para una población que se dice católica. El desafío más grande es liberar a nuestro pueblo del fatalismo, del resignarse a una política clientelista y corrupta, del pensar que no se pueden mejorar las cosas y por eso estamos paralizados”.
El premio Nobel de la Paz a Maria Ressa no parece haber influido en el pueblo que se inclina todavía para el “hombre fuerte” y populista, lo que configura una democracia todavía débil o en declive.
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