reflexiones sobre la “gestación subrogada”
Escribe Dra. Romina Gallardo(1)
Un nuevo 8M nos reúne y nos llama a denunciar las violencias y desigualdades que vivimos las mujeres. En esta oportunidad, elijo detenerme en un tema muy poco visibilizado o cuestionado, la llamada “gestación subrogada”, o como prefiero denominar, explotación reproductiva. La misma consiste en la aceptación que hace una mujer para “portar en su vientre un niño por encargo de otra persona o de una pareja, con el compromiso de, una vez llevado a término el embarazo, entregar el recién nacido al comitente o comitentes, renunciando aquella a la filiación que pudiera corresponderle sobre el hijo así gestado” (Sánchez, 2010).
Desde los feminismos, algunas corrientes en Uruguay, Argentina y España critican con dureza esta práctica, en lo que entienden constituye una nueva forma de cosificación hacia las mujeres, esto es: la mujer envase, la mujer máquina reproductora, o simplemente el cuerpo gestante.
De acuerdo a estas corrientes feministas, en función de una teórica acción altruista de la gestante, o de un supuesto marco de derechos de las familias que adquieren el bebé por contrato, se disfraza una nueva forma de opresión: la mujer reducida a su función reproductora. Como apunta irónicamente la ensayista chilena Lina Meruane: “La máquina reproductora sigue su curso incesante: despide hijos por montones” (Meruane, 2018).
También apuntan a la mercantilización de los cuerpos y de la vida, dado que la gestación subrogada constituye toda una industria, propia de una dinámica capitalista. Las agencias (empresas), ofician de intermediarias entre las gestantes y las familias, que mediante contratos onerosos acuerdan la obtención del producto final, un bebé. Dado que está prohibida la realización de esta práctica de forma onerosa en varios países del mundo, las empresas se ubican en lugares donde es permitido, ejemplo Estados Unidos o Ucrania.
Esta práctica y sus consecuencias a luz de los recientes acontecimientos bélicos mundiales, transcurre casi desapercibida en medio del fuego cruzado entre Rusia y Ucrania. Siendo casi nulamente comentada o narrada desde una perspectiva acrítica en los medios internacionales. En efecto, el negocio de los vientres de alquiler o “gestación subrogada” que tiene lugar en Ucrania, no es ajeno al flagelo de la guerra y sus efectos colaterales. Como señala El País de Madrid, en una reciente nota de prensa: «La guerra en Ucrania coloca en el limbo a decenas de familias españolas que están inmersas en procesos de vientres de alquiler en ese país /…/. Muchas parejas recurren a esta práctica cada año en lugares donde sí está permitido, como Ucrania. Los niños vuelan desde allí hasta España con pasaporte ucranio, pero dada la situación actual, ahora mismo lo están haciendo con salvoconducto» (El País, 2022). Me pregunto, en lugar del periodista, en qué limbo deja la guerra a la mujeres que gestan esos bebés, o a los niños y niñas que ya nacieron bajo esas condiciones.
En en el caso puntual de Uruguay, es posible la maternidad subrogada mediante estrictos requisitos regulados en la Ley 19.167. Allí se establece por ejemplo, que la futura madre tenga un impedimento médico para llevar adelante por su propia cuenta la gestación, la totalidad del proceso debe ser gratuito, y sólo habilita el procedimiento si la mujer gestante tiene un vínculo familiar directo de hasta el segundo grado de consanguinidad con la futura madre o su pareja.
Sin embargo, en el año 2021 se presentaron en nuestro Parlamento dos proyectos de Ley, que por vía directa o indirecta pretenden flexibilizar los requisitos en torno a la subrogación de vientres. Estos proyectos, como todas las leyes que habilitan la gestación subrogada ya sea de forma gratuita u onerosa, se plantean desde una mirada adultocéntrica, es decir, desde el adulto que quiere cumplir su deseo de ser padre o madre «biológicamente», dejando a un lado las necesidades y derechos del bebé gestado. Por otro lado, adolecen de un nulo análisis desde la óptica de la madre gestante, las repercusiones de un embarazo sobre ella, y sus derechos.
Respecto de los bebés, puntualicemos solo algunos de los efectos contraproducentes desde lo estrictamente biológico. De acuerdo a un estudio del año 2018 citado en el trabajo de Ana Trejo Pulido: “Los embarazos subrogados tuvieron tiempos de gestación más cortos y dieron lugar a un porcentaje mayor de bebés prematuros y un porcentaje mayor de bebés con bajo peso en comparación con los embarazos naturales”.
Por otra parte, si apuntamos a su implicación social y a una visión desde los derechos humanos, resulta también muy cuestionable. Citemos nuevamente a Ana Trejo Pulido: “Cuando alguien paga cuantiosas sumas de dinero por adquirir un bebé se llega a asumir que no solo se tiene derecho a recibir el bebé, sino que además éste ha de tener unas características concretas y ofrecer ciertas garantías de calidad. No sólo se compran bebés, sino que tienen que ser bebés sanos, inteligentes y bellos. Por este motivo los bebés corren el riesgo de ser rechazados y abandonados al nacer si no cumplen las expectativas de sus compradores”*.
Respecto de las mujeres, Trejo Pulido afirma que “Los embarazos subrogados, por su propia naturaleza de embarazo altamente medicalizado, tecnificado, controlado y enajenado, es un proceso muy agresivo para la salud física y emocional de la mujer y entraña riesgos para el bebé recién nacido” /…/. Las mujeres no solo deben someterse a una hiperestimulación hormonal para obtener el embarazo, sino que una vez el cuerpo está preparado, para tener “éxito”, a menudo se le implantan varios embriones lo que causa embarazos múltiples. Así también, de acuerdo al estudio ya señalado: “Este tipo de embarazos mostraron un mayor número de complicaciones obstétricas para las mujeres, como diabetes gestacional, hipertensión, mayor número de amniocentesis, más placentas previas, así como un mayor número de cesáreas; en comparación con los embarazos espontáneos de estas mismas mujeres”.
Desde el punto de vista de la salud mental, se afirma asimismo en dicho trabajo que las madres subrogantes tienen niveles más altos de depresión durante el embarazo y el posparto. Desde un análisis social, se indica que “La mayoría de las mujeres que optan por gestar una criatura para terceras personas, son mujeres jóvenes, menores de 35 años, casadas y con varios hijos; carecen de formación y oportunidades y generalmente están desempleadas o desempeñan trabajos precarios y en la economía informal. Necesitan dinero para subsistir, dinero para comida, para pagar el alquiler, para acceder a servicios de salud, una vivienda o pagar la educación para sus hijos e hijas”.
Llegado a este punto, me hago eco de lo expresado por la dramaturga española Silvia Nanclares, quien ha atravesado en persona un problema de infertilidad que le ha impedido ser madre, tal como deseaba y aún desea: «Es un debate que nos va a definir como sociedad. Si la maternidad se inclina hacia la privatización /…/ Entiendo a las personas infértiles pero no podemos olvidar el sesgo de clase. No podría obviar la relación entre la madre gestante y el futuro hijo, dónde ponemos eso, esos nueve meses. Es una relación perturbadora que no sabría colocar en mi vida. Me generaría una violencia que no sabría integrar en mi vida ni en el relato a mi propio hijo».
En lo personal no es mi intención juzgar cada decisión personal de aquellas parejas que pueden acceder al mercado de subrogación. Pero como activista por los derechos de las mujeres debo interpelarme y preguntarme ¿acaso podemos ser padres-madres a cualquier costo? Si el precio a pagar es el de niños y niñas «producto» y de mujeres «envase» mi respuesta es negativa. Más bien me inclino a pensar que el deseo de tener un hijo/a no puede equivaler al derecho de coseguirlo mediante un sistema que cosifique y mercantilice. Asimismo, deberíamos poner el énfasis en pensar la maternidad-paternidad como una responsabilidad individual y colectiva.
Que este 8M nos invite a seguir derribando las estructuras que violentan a mujeres y niñas, mediante la reflexión crítica. Y que nos convoque a desbaratar los discursos renovados, que enmascaran viejas formas de opresión hacía las mujeres. Puede ser incómodo, puede ser duro, pero es necesario.
*En Ucrania la ley no reconoce a la madre biológica como la madre de los recién nacidos por subrogación y permite que los compradores puedan rechazar al bebé. Cuando esto ocurre el Estado se hace cargo de los menores que pasan a ser cuidados en un orfanato
(1) Abogada. Especializada en Género y Derechos Humanos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
El País (2022). “Exteriores afirma que no le constan familias españolas en procesos de vientres de alquiler atrapadas en Ucrania”. https://elpais.com/sociedad/2022-02-26/exteriores-afirma-que-no-le-constan-familias-espanolas-en-procesos-de-vientres-de-alquiler-atrapadas-en-ucrania.html
Merune, L. (2018). Contra los hijos. Literatura Random House. Santiago de Chile.
Nanclares, S. (2017). ¿Qué estás leyendo?. Facebook Live. https://www.facebook.com/watch/live/?ref=external&v=1284407368332775
Sánchez, R. (2010). “La gestación por sustitución: dilemas éticos y jurídicos”, Humanitas, Humanidades médicas, N° 49.
Trejo Pulido, A. (2021). En el nombre del padre: Explotación de mujeres con fines reproductivos y venta de bebés recién nacidos. Creative Commons. Almendralejo, España.
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