El patriarca ortodoxo de Alejandría de Egipto, Teodoro, publicó una dura carta encíclica denunciando el proselitismo del patriarca de Moscú también en África, territorio que corresponde al patriarcado de Alejandría. Acusó a los ortodoxos rusos de “vengativos y colonialistas, falsos profetas, lobos salvajes que están sembrando cizaña con dinero sucio”.
Recordó cómo desde siempre “el primado en la Iglesia occidental lo tiene Roma y en la oriental lo tiene Constantinopla con su patriarca Bartolomé, el cual se ocupó siempre del gobierno de la Iglesia Ortodoxa y de la solución de los problemas. El patriarcado de Moscú, debido al imperio ruso, adquirió gran poder económico y prestigio. Utilizó el poder secular, siendo a su vez utilizado por él, y a veces la violencia. Comenzó a pisotear y esclavizar a las Iglesias Ortodoxas vecinas, como la de Ucrania que siempre había pertenecido al patriarcado de Constantinopla.
Con la disolución de la Unión Soviética, los ucranianos que son un pueblo diferente al ruso, quisieron tener su propia Iglesia independiente (“autocéfala”) del patriarcado de Moscú. En 2019 obtuvieron del patriarca de Constantinopla, el único que manda, la autocefalia según los sagrados cánones y nuestras tradiciones. En represalia, Kirill estableció aquí en África su propia Iglesia acudiendo a una práctica colonialista, intentando robar sacerdotes (ya atrajo a un centenar) y cristianos de nuestro patriarcado“.
El autor de esta contundente denuncia es Teodoro II°, que junto al patriarca Jerónimo de Grecia (con 11 millones de fieles) es el adversario más fuerte de Kirill. El nuevo “exarcado” de Kirill en África tiene su sede central no en África sino en Moscú.
Además el metropolita Hilarión dijo inclusive que Kirill podría hacer lo mismo en Turquía, el territorio canónico del mismo Bartolomé, el líder reconocido de la Ortodoxia mundial.
Por su parte el presidente ruso Vladimir Putin argumentó a favor de su intervención en Ucrania, que lo hacía también para defender a los ucranianos ortodoxos, fieles al patriarcado de Moscú que “son víctimas de una ofensiva en su contra”. Dijo al respecto: “Cínicamente las autoridades ucranianas han convertido la tragedia de la división de la Iglesia en un instrumento de la política de estado”.
En realidad, según el Centro Razunkov, la mayor parte de los ucranianos fieles a Moscú ha condenado la invasión de Putin. Todas las demás iglesias cristianas en Ucrania y en el mundo entero han interpretado que la intervención político-religiosa y militar de los rusos es una injerencia inaceptable en su soberanía nacional.
A diferencia del patriarca Bartolomé que enseguida condenó la invasión rusa en Ucrania, Kirill tan solo pidió a las partes en conflicto “hacer todo lo posible para evitar víctimas civiles y por la afinidad religiosa que une Rusia a Ucrania, superar divisiones y desacuerdos”. No se pronunció sobre la legitimidad de la invasión rusa; calló y tomó distancia como ya antes en el caso de Georgia, Azerbaiyán, Crimea y Donbass.
Tanto Putin como su aliado Kirill creen que su alianza permanente entre el gobierno ruso y la Iglesia Ortodoxa es vital para la cohesión y la expansión de la Gran Rusia (a la que pertenecerían históricamente también Ucrania y Bielorrusia). Según ellos, esos tres países tienen una historia común también a nivel religioso, la que se remontaría a la conversión y al bautismo en la fe ortodoxa del príncipe ruso Vladimir (+1015) de la antigua Rus, en Kiev.
Recientemente Kirill ha acusado de “cisma” a Bartolomé y ha roto la comunión eucarística con él, mientras Putin ha galardonado a comienzos de febrero al metropolita Hilarión, mano derecha de Kirill, con una de las máximas condecoraciones rusas “por defender las sagradas fronteras de nuestra Iglesia”.
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