TEMA CENTRAL: la IGLESIA que se VIENE

siluetas del logo del camino sinodal. los niños abren el camino, siguen los demas integrantes del pueblo de Dios.Para que tengan éxito, los cambios no deben ser impuestos sino promovidos desde abajo, desde las iglesias locales. La reciente oficialización vaticana de los ministerios, para varones y mujeres, de Lectores y Catequistas después de tantos años que ya se ejercían en el mundo, demuestra que los cambios empiezan desde abajo, para ser reconocidos solo más tarde oficialmente. La política de los pequeños pasos de Francisco, aunque insuficientes, han de ser aplicados en toda la Iglesia para que se llegue de a poco a cambios mayores.

LA ÉPOCA DE LA CRISTIANDAD

La historia de la Iglesia a lo largo de los milenios tiene sus etapas. En los primeros tiempos la Iglesia era una comunidad de iguales y Pedro tenía la tarea de tomar las decisiones necesarias para mantener unida a la Iglesia. Pero a partir de los emperadores cristianos Constantino y Teodosio, el Cristianismo se convirtió en religión de estado; hubo una entrada masiva en la Iglesia y la estructura de la Iglesia se modeló a semejanza de la del imperio romano.
Hacia fines del primer milenio los Papas  adoptaron el poder temporal y se transformaron en monarcas y los obispos en príncipes de la Iglesia, conformando la corte real del Papa. Esa etapa de la Iglesia duró largos siglos y se llamó “Cristiandad”; la Iglesia se apoyó en el poder.
San Bernardo criticaba al papa Eugenio porque “iba vestido de seda, cubierto de oro y piedras preciosas, avanzando sobre un caballo blanco, escoltado por soldados y servidores”; y le decía: “te pareces más a un sucesor de Constantino que al apóstol  Pedro”.
Juan XXIII pedía “sacudir el polvo imperial que desde la época de Constantino se había depositado sobre el trono de Pedro”. En la cristiandad los obispos y presbíteros eran autoridades. La moral cristiana era parte fundamental de las reglas y costumbres de la sociedad. Todos se declaraban cristianos por ser bautizados y se transmitía la fe como patrimonio familiar. La Iglesia tenía poder, riqueza y privilegios.
Con la modernidad surgió la secularización que nació justamente como reacción a la sacralización de la sociedad y como reacción a un Cristianismo que  había sido impuesto desde arriba. La modernidad no fue evangelizada ni asumida en sus  valores; por el contrario fue condenada, quedando así la Iglesia a remolque de los tiempos con una imagen oscurantista.
Hoy se vive una sociedad laica y pluralista, lo que no significa que no posea también grandes valores humanos  y sociales. Sin embargo a muchos católicos lo que le pasa hoy a la Iglesia por haber perdido poder y prestigio, les parece una derrota de la fe en vez que una oportunidad para una conversión personal y real a Cristo y una purificación de la Iglesia desde el Evangelio. Una cosa es la pertenencia a la Iglesia por estar bautizados y otra es la Fe en Cristo y en el Evangelio como opción personal de vida.
En los primeros tiempos de la Iglesia se bautizaba a los paganos convertidos después de tres años de catecumenado; hoy hay que convertir a muchos cristianos ya bautizados.
Por otra parte hay un “mito” de la Cristiandad como de la época de oro del Cristianismo. El historiador católico Jean Delumeau habla de la fe en el tiempo de la Cristiandad como de “un sueño que ha sido tomado por realidad ya que la fe cristiana fue institucionalizada, pero no vivida más que ahora en cuanto a convicción y conducta”.
Siempre hubo un catolicismo popular con una profunda fe en Dios, en Jesús, en María y los santos, pero a nivel de sociedad se vivía un Cristianismo sociológico y formal, tradicional y masivo. Al caer el soporte de una “sociedad cristiana”, este tipo de Cristianismo convencional, entró en crisis.
Según el teólogo europeo Juan Bautista Metz “los cristianos en general hoy no se diferencian en casi nada de la vida de los no cristianos. Lo que predomina es un materialismo craso y burgués donde lo que más interesa no va más allá  del trabajo, el dinero, la comida, la salud, el sexo, el consumo, la seguridad y el bienestar”.
Con el Concilio Vaticano II se empezó a visibilizar esta crisis en occidente y las consecuencias están a la vista: disminución de la práctica religiosa, cierre de seminarios, monasterios y parroquias, etc. La sociedad civil, como es justo, se ha hecho cargo de lo que antes era competencia casi exclusiva de la Iglesia en cuanto a educación, salud, pobreza y marginación. Se trata de signos de los tiempos por demás elocuentes que exigen un replanteo de la acción de la Iglesia.
Algunos hablan de postcristianismo, pero en realidad se trata de postcristiandad. Ha dicho el cardenal primado de Bélgica Josef De Kesel: “La crisis actual es que hoy la Iglesia se da cuenta que ya no existe el mundo cristiano que ha conocido durante 16 siglos y es necesaria un reforma estructural de la Iglesia para que vuelva a las fuentes del Evangelio con mucha paciencia, porque no vamos a cambiar a la Iglesia en unos años”. 

TIEMPO DE PURIFICACIÓN

Después del Concilio empezó un duro conflicto entre una minoría que se había opuesto a las conclusiones del Concilio y que se hizo vigorosa en las últimas décadas, y los que quieren llevarlo a cabo.
También los abusos sexuales de muchos curas, los manejos financieros, la corrupción y las peleas en la cúpula de la Iglesia tuvieron un efecto devastador para la Iglesia como institución. La tormenta de la pedofilia clerical ha logrado un descrédito tal de la Iglesia que serán necesarios años de reparación y purificación.
Muchos quisieran dar vuelta rápidamente a la página, pero los hechos se repiten tercamente; y esto exige ir a las causas también estructurales. Por eso el papa Francisco quiere consultar a todo el Pueblo de Dios. El Concilio no está superado; más bien está olvidado y es poco conocido por las nuevas generaciones, inclusive por parte de los  curas jóvenes.
En muchos casos se ha aceptado la letra pero no el espíritu del Concilio, tal como lo promovieron Juan XXIII y Pablo VI. La del Concilio es una tarea incumplida que el papa Francisco quiere llevar a cabo con el aporte de todos.
Después del Concilio, se tenía la ilusión de que los cambios fueran inmediatos. La historia enseña que para que  los resultados de un Concilio se hagan plenamente visibles, se precisan generaciones.
Hoy se habla de crisis, pero no toda crisis es para mal. Ha disminuido lo cuantitativo en la Iglesia, pero la Iglesia es y será siempre una minoría al servicio de la mayoría de la humanidad; ha de ser un signo que impacte y remita al Evangelio.
“En ti serán bendecidos todos los pueblos”, dice Dios en la Biblia. Jesús no quiso fundar un movimiento de masa, sino un movimiento que fuera sal y levadura en la masa; no pretendió que todo el mundo se transformara en salero o la masa en levadura. Tampoco que hubiera un montón de levadura al lado de la masa o un gueto (secta) encerrado en sí mismo.
Es cierto que en el pasado se dijo no solo que la Iglesia era una “sociedad perfecta”,  sino que era “luz del mundo” pero olvidando quizás que lo era y lo es tan solo cuando, al igual que la luna, refleja la luz del sol que es Jesús; de lo contrario es oscura y opaca.
Una Iglesia sin pecado es una ilusión y puede prestarse al fundamentalismo y a la hipocresía.  Es cierto que se hace difícil hoy descubrir en la Iglesia la humildad y pobreza de Cristo. “Para volver a la pobreza y humildad de Cristo, hoy la Iglesia ha de  desprenderse de tantas formas barrocas que antes ayudaban a exaltar su poder, pero ahora resultan una ridícula exhibición. Frente al hambre y miseria creciente en el mundo, hoy nadie puede tolerar manifestaciones de riqueza y poder allí donde se predica el Evangelio” (teólogo Severino Dianich).
Con los signos de los tiempos y lo que pasa hoy en la Iglesia, Dios quiere decirnos algo;  cuando Dios borra es porque quiere escribir algo nuevo. Los hechos obligan a la Iglesia a ser más humilde. Como la sal que desaparece en el alimento. Actúa, pero sin mayor visibilidad, sin que se note; y sin embargo su aporte es fundamental.
Son del papa Francisco estas desafiantes palabras pronunciadas en la Epifanía de este año 2022. Francisco constata (en forma de pregunta) cómo “desde hace demasiado tiempo estamos bloqueados, aparcados en  una religión convencional, exterior, formal que no calienta más el corazón y no cambia la vida. Nuestras palabras y ritos son lengua muerta”.
Quizás estemos viviendo la experiencia dolorosa del pueblo de Israel en el exilio de Babilonia cuando se quedó sin sacerdotes, sin profetas, sin jefes, sin templo (Dn 3,37-38) y la tentación era colgar las cítaras, olvidarse de Jerusalén y adorar a los ídolos.
Es un tiempo de sufrimiento y despojo, pero tiempo pascual porque Dios ni castiga ni abandona a su pueblo; aprovecha sus calamidades para reconstruir un pueblo nuevo, sobre las bases firmes de su Ley.
El papa Juan Pablo II en “Redemptoris missio” vislumbraba una primavera de la Iglesia. Nunca hubo tantos santos,  mártires y cristianos perseguidos que luchan por su fe, como en nuestra época.

LA IGLESIA COMO PUEBLO DE DIOS

Con el papa Francisco  la Iglesia ha entrado en una nueva fase de la recepción del Concilio involucrando a todos los bautizados frente a los nuevos desafíos. Construir un modelo institucional sinodal de Iglesia, de relaciones horizontales como Pueblo de Dios, es el nuevo reto.
Se dijo que el Concilio Vaticano II hizo una revolución copernicana porque al hablar de la Iglesia empezó hablando del Pueblo de Dios que somos todos los bautizados y solo después de la jerarquía al servicio de ese mismo Pueblo.  La Iglesia  ha de presentarse ahora como  una pirámide invertida. El mismo Papa no está por encima de la Iglesia sino dentro de ella, como obispo entre obispos, con la particular misión de “presidir en la caridad a todas las Iglesias” (san Ignacio de Antioquía).
Se han hecho muchos avances después del Concilio.  Sin embargo se constata que sigue existiendo una Iglesia clerical. Están en conflicto dos modelos de Iglesia: uno preconciliar en el cual el sacerdote se presenta como el hombre del culto,  y como un hombre sagrado o consagrado, separado de los laicos.
Por el contrario, el modelo conciliar pone al centro no el Orden Sagrado sino el Bautismo, común a todo el Pueblo de Dios y dentro de él los ministerios. A los laicos en muchos casos se acude tan solo por la falta de sacerdotes, como una especie de suplencia o delegación a través de un mandato, por pura necesidad; son en todo caso colaboradores, pero no corresponsables.
Los obispos apenas consultan a los laicos, los sacerdotes cuentan con ellos para problemas concretos, o simplemente prescinden de ellos por considerarlos incapacitados, como si la parroquia fuera patrimonio del cura.
Decía Chesterton con su habitual humor que los laicos debían dejar afuera el sombrero al entrar en la iglesia pero no la cabeza.  Por otra parte hay curas y diáconos que tienen miedo a ser suplantados por los laicos. Debido al carácter indeleble del Orden Sagrado, la jerarquía ha  considerado vitalicios sus cargos.
En un mundo de cambios rápidos donde los cargos de responsabilidad se renuevan constantemente, la Iglesia aparece como una institución de personas ancianas, conservadoras, refractarias y lentas para todo tipo de cambios. También para los movimientos laicales ahora el Papa pide que haya autoridades elegidas por la base y para un tiempo determinado.
La brecha más peligrosa en la Iglesia actualmente no es tanto entre conservadores y progresistas sino entre pueblo y jerarquía. No puede ser que la gestión de la Iglesia, de la cual formamos parte todos los bautizados, se concentre en las manos de una ínfima minoría de cardenales, obispos y curas.
En la historia de la Reforma Luterana se coincide hoy que no se cuestionaba tanto la autoridad en la Iglesia, sino el modo de ejercerla, muy alejado del espíritu evangélico. El teólogo Andrés Torres Queiruga recuerda cuando al Papa se le besaba los pies y el secretario de estado recibía las órdenes del Papa de rodillas.
Pablo VI y Juan Pablo II han reconocido que el papado se ha convertido en el mayor obstáculo para la unidad entre los cristianos. Aún hoy el poder del Papa llega a nombrar o trasladar obispos de las más lejanas regiones del mundo sin conocerlos, cuando en los primeros tiempos de la Iglesia los obispos eran elegidos por las comunidades cristianas locales; era una práctica habitual de la Iglesia en el  primer milenio. Ya san Celestino Papa (+1296) exigía que ningún obispo fuera impuesto.
Con el tiempo la jerarquía eclesiástica se consideró elegida por el mismo Dios a través de la sucesión apostólica y por lo tanto solo había que obedecerle; y ella solo le debía dar cuenta a Dios. Hoy ya no se confía en instituciones donde reina la obediencia debida y menos el secretismo del poder.
Todavía en 1906 enseñaba el papa Pio X: “El Pueblo de Dios no tiene otro derecho que dejarse conducir por sus pastores y obedecerles dócilmente”.
Inclusive hoy los sínodos, las asambleas, los consejos diocesanos y parroquiales son tan solo consultivos y la jerarquía puede asumir sus propuestas, rechazarlas o ignorarlas. Llama la atención cómo en la Iglesia que con Jesús se había puesto decididamente en anticipo sobre los tiempos en cuanto a la consideración y al rol de la mujer, siga vigente su discriminación.
El Pueblo de Dios ha sido sujeto pasivo de lo que se decidía en su nombre. Se demonizó la crítica y la libre opinión en la Iglesia, llegando a lo absurdo de que muchos teólogos sabios y eminentes sufrieran persecución por parte de la jerarquía eclesiástica. Se habló a nivel civil de “persecución” cuando en realidad los gobiernos perseguían privilegios económicos eclesiásticos indebidos.

¿SINODALIDAD ES DEMOCRACIA?

Algunos dicen que ahora se quiere democratizar a la Iglesia. La Iglesia, así como no es una monarquía  tampoco es una democracia en sentido político. El soberano no es el pueblo, sino Cristo.
En la Iglesia no es la mayoría la que decide; no se trata de que algunos ganen y otros pierdan pasando a la oposición. La última palabra no la tiene el pueblo sino la voluntad de Dios que hay que buscar entre todos, con la guía de las legítimas autoridades.
La Iglesia es mucho más que una democracia; es comunión y esta no se logra sin la activa participación de todos. Es la Familia de Dios y como hijos de Dios y hermanos entre nosotros somos todos iguales (Mt 23,8-9). No hay que tratar a los hermanos ni como maestros, ni con paternalismo.
Por eso los evangelios prohíben títulos que expresen dignidad superior o preeminencia sobre los demás. Todos los cristianos somos corresponsables de la vida y misión de la Iglesia, aunque de distintas maneras.
Años atrás algunos laicos habían pedido en carta abierta al papa Benedicto un Sínodo sobre los laicos tal como había habido uno sobre los sacerdotes.
Un gran católico laico italiano, Giuseppe Lazzati, pedía seminarios para capacitar a los laicos, tal como se hace para la formación del clero. Se ha descubierto en las últimas décadas que el  Concilio  no ha llegado al laicado, es decir a las bases de la Iglesia. Hay enteras generaciones de católicos, aún de personas de cultura y de gobierno, que han quedado con los andadores del catecismo de antaño. Juan Pablo II lanzó por eso el proyecto de la “nueva evangelización” para superar una pastoral casi solo sacramentalista y desligada de la vida.
El Papa actual vuelve a insistir sobre la urgencia del primer anuncio (=kerigma) de la persona de Cristo; sin una adhesión profunda a Él, el único pastor de las ovejas, todo es inútil. La Iglesia es más creíble cuando habla menos de sí misma y más de Cristo.
Para una Iglesia participativa y corresponsable ha de crearse un clima donde todos tengan libertad de hablar y disponibilidad para escuchar, con un trato igualitario y fraterno. Son esenciales los Consejos parroquiales y presbiterales, los sínodos diocesanos. Cuando no hay una real pastoral de conjunto, los laicos se desaniman y se desconciertan.
Se exige primero el coraje de hablar, ya que muchos piensan que no hay que meterse en lo que no les corresponde. En una parroquia es muy raro que alguien se anime a hablar al cura o al obispo, para denunciar alguna seria irregularidad que afecta a la comunidad; rige aún un sagrado respeto al cura y al obispo, el miedo a lo que dirán los demás, el miedo a las consecuencias, el no querer tener problemas con los integrantes de la comunidad, etc.
El Papa dice que “sinodalidad significa escuchar”, pero no se entiende cómo se puede escuchar si nadie habla. Muy pocas son las Celebraciones de la Palabra y por la falta de curas aumentan los curas que multiplican misas apuradas en un fatigoso tour dominical, sin contacto con las comunidades y las personas, como repartidores itinerantes de sacramentos.
Sinodalidad es caminar juntos, discernir la voluntad de Dios juntos, trabajar juntos. Es forjar un nuevo modelo de gestión de la Iglesia, no más exclusivo para varones, para célibes y ordenados, con nuevos ministerios laicales.
Ha dicho el Concilio: “La totalidad de los fieles ungidos por el Espíritu Santo no puede equivocarse” (Lumen Gentium 12). Lamentablemente hasta el momento muchos clérigos y laicos no tienen la menor idea de lo que significa sinodalidad y se encuentran ausentes del actual proceso sinodal.
Si bien los Sínodos son organismos consultivos para asesorar al Papa, el cual después escribe su Exhortación Apostólica como conclusión, estos “no se hacen para que todo siga igual” como dijo el obispo Luis Marin, subsecretario del próximo Sínodo de Obispos.

LAICOS PROTAGONISTAS

Todos lamentan la falta de curas y sin embargo el papa Francisco lamenta el clericalismo de los curas y la ausencia de los laicos en la misión, dentro del marco de una “Iglesia en salida”.
Recuerda además cómo en los primeros tiempos el Cristianismo se difundió en el mundo gracias a los laicos. Hoy la Iglesia tiene un cuerpo con una cabeza enorme y miembros raquíticos; por eso no puede caminar.
Hasta ahora en general se había mantenido a los laicos al margen de las decisiones.  Esto debe cambiar si no se quiere que lo del “Pueblo de Dios” sea tan solo un adorno retórico y no una fuerza operativa.
El Papa pide, sobre todo a los jóvenes, hacer líos para despertar al gigante dormido. No hay dos clases de cristianos laicos; no están por un lado los cristianos “comprometidos” que ayudan al cura en parroquia y por el otro lado los cristianos de a pie. Son cristianos laicos comprometidos no solo los llamados “agentes pastorales” o los que ejercen ministerios laicales sino todos los que trabajan como cristianos sin un cartelito de reconocimiento en lo social, en lo vecinal, en lo cultural, en lo político o simplemente dan testimonio de su vida cristiana en la vida diaria.
Todos son corresponsables en la elaboración, en las decisiones, en la aplicación y evaluación de los proyectos pastorales. Hay parroquias donde los laicos no hacen absolutamente nada si no es por orden del cura, donde el diácono es puro adorno litúrgico  o un monaguillo de primera, no un educador en la fe, donde las monjas solo atienden a las flores del altar.
Los laicos han de actuar por vocación propia, la que le viene del bautismo y de la confirmación en pos del Reino de Dios, en el marco de una pastoral de conjunto pero sin pedir permiso o esperar órdenes.
En el comienzo de la Iglesia la misión de todos era la tensión hacia el mundo pagano que había que evangelizar. Ahora resulta difícil pasar de una pastoral de conservación mantenida por siglos, a una de misión. Hay una rica espiritualidad laical que se desconoce. Es más fácil encontrar en ciertas parroquias una escuela de tejido que a alguien que te introduzca a la lectura orante de la Biblia.
La formación de los laicos no es cuestión de interminables cursos y reuniones para una elite laical, sino de que todos asuman un compromiso, tengan libertad para actuar y para equivocarse. Se constata que en la mayoría de las parroquias hay un número mucho mayor de laicos que trabajan en tareas catequísticas o litúrgicas, pero no en la pastoral social (para con los inmigrantes,  la gente de la calle, los presos, enfermos y ancianos etc.), en la pastoral misionera o ecuménica. Sin embargo, la misión específica del cristiano laico es en el mundo y no en el templo.
Hay cristianos capacitados que están dispuestos a trabajar por la parroquia, pero no por los derechos humanos o la justicia social; son pecados graves de omisión que dejan abierto el campo a los malos políticos y a la corrupción.  Si se excluye la voz del Papa y de los documentos oficiales, en general la voz de la Iglesia y de los cristianos laicos en la sociedad es nula, insignificante, marginal.
No hay reacción frente a la desintegración de la familia, a la corrupción pública, a la injusticia social y a la violencia, al erotismo sexual y a la desorientación de los jóvenes.
Es indudable que el mayor problema de la humanidad hoy, y por ende de la Iglesia, es el hambre de millones de personas frente a la desigualdad creciente. La Doctrina Social de la Iglesia que debería ser un arma fundamental para desarrollar la misión laical en el mundo, no es muy conocida y los curas casi no la promueven.
Es bueno participar de los grupos parroquiales, pero mucho mejor es participar en la sociedad de fomento, la cooperativa barrial, el gremio, el partido, el diario zonal, sin cortar el vínculo con la propia comunidad cristiana. Es indispensable no hundirse en las polémicas internas de la Iglesia; un clero casado y la apertura de la mujer al Orden Sagrado son sueños posibles, pero que deben todavía madurar al interior de la Iglesia, para que decisiones intempestivas no lleven a crear divisiones excesivas.
Lo primero es la misión, la Iglesia en salida; y dar respuestas a las necesidades de la gente. Es decisivo que en el futuro la misión esté estructurada alrededor de los laicos.
La crisis de las vocaciones sacerdotales debe ser vista como un aviso del Espíritu para que la Iglesia sea menos clerical y más Pueblo de Dios. Es que en realidad la Iglesia no ha explotado todavía la inmensa potencialidad del laicado.

IGLESIA “HOSPITAL DE CAMPAÑA”

Un cambio profundo en la Iglesia es posible; y estas simples ideas contenidas en este artículo, expresadas sin presunción alguna, quieren transmitir aliento y confianza porque es Jesús que sigue estando al frente de su Iglesia.
Toda purificación es dolorosa, pero necesaria. Algunas formas de vida eclesial pueden desaparecer y esto no significa fracaso, sino abrirse a lo nuevo.
La Iglesia quizás siga perdiendo en números, obras, prestigio social. Será una Iglesia de comunidades vivas, cercanas al pueblo, pero significativa y creíble como la “Iglesia del delantal” del obispo Tonino Bello o de los monjes de Tibhirine, ofreciendo amor y gratuidad a todos.
Será como volver a lo esencial del Evangelio con una vida más sencilla y sobria, solidaria, sin muchos medios, practicando la misericordia, al servicio de los más débiles. Lo que Dios nos pide es que nuestra fe no se apoye en recursos humanos sino tan solo en su Palabra; una fe tanto más difícil, y realmente auténtica, cuando Dios parece ausente, calla o duerme.
Creer es fiarse de Dios sin condiciones. El papa Francisco nos ha recordado que la Iglesia debe oler a ovejas con el típico hedor de un establo o si se quiere, ser un “hospital de campaña” después de una batalla, para dedicarse a los heridos y agonizantes. Ha de ser una Iglesia pobre y profética, sin paludamientos, libre de poderes y riquezas, al servicio de la justicia y la paz.
El papa Francisco, siempre en línea con el Concilio, promueve la cultura del encuentro y del diálogo. Inclusive al interior de la Iglesia el debate no solo es posible sino necesario y debe ser impulsado. Pero muchos no entienden que el debate debe ser hecho con el respeto y la caridad debida; lamentablemente hoy se está llegando a veces a una guerra santa entre bandos.
No se entiende que dialogar es antes que nada escuchar y escuchar significa antes que nada estar dispuestos a aprender. Como consecuencia, todo el esfuerzo de conjunto que habría que dedicar a la evangelización termina en peleas interminables, estériles y dolorosas.
Se olvida el lema siempre actual de san Agustín: “Unidad en la verdad, libertad en la duda, en todo caridad”.
Por otro lado, hay una Iglesia del silencio que no acompaña al papa Francisco, que no se juega, que parece aletargada, anestesiada. Muchos piensan que es mejor no hablar para no ahondar la grieta, para evitar conflictos públicos. Pero no tomar posición hoy es no comprometerse con el futuro de la Iglesia, que Jesús dejó en nuestras manos.
La audacia misionera, sin caer en el proselitismo, no caracteriza hoy a los católicos que disminuyen frente a los evangélicos que avanzan. Una Iglesia cansada, encerrada en sí misma, no evangeliza. En tiempos de crisis es cuando más hay que sembrar, para tener frutos en el futuro.
Dijo el papa Francisco: “Es triste cuando una comunidad cristiana ya no tiene propuestas creativas e ideales, está cansada, se arrastra en la rutina de siempre sin ningún entusiasmo por Jesús y el Evangelio”.
Ya decía el padre obispo argentino Miguel Hesayne: “En nuestra sociedad que de hecho no es cristiana aunque bautizada en su mayoría, hay que promover cambios profundos y rápidos en las estructuras pastorales vigentes. De no ser así, dentro de unos pocos años la mayoría de nuestros templos serán piezas de museo”.
Los cambios en la Iglesia no son ni serán fáciles; habrá tensiones. Para que tengan éxito, los cambios no deben ser impuestos sino promovidos desde abajo, desde las iglesias locales. La reciente oficialización vaticana de los ministerios, para varones y mujeres, de Lectores y Catequistas después de tantos años que ya se ejercían en el mundo, demuestra que los cambios empiezan desde abajo para ser reconocidos solo más tarde oficialmente.
La política de los pequeños pasos de Francisco, aunque insuficientes, han de ser aplicados en toda la Iglesia para que se llegue de a poco a cambios mayores. Por eso el Papa invita a todo el Pueblo de Dios a hacer con el presente proceso sinodal un aprendizaje de diálogo para buscar consensos, sin confundir unidad con uniformidad.
Hacen falta acuerdos amplios para lograr avances sólidos en orden sobre todo, no a una Iglesia autorreferencial, sino a la misión.
El Concilio había soñado con una Iglesia comunitaria y servidora que anunciara con renovado entusiasmo a Jesús.
Pablo VI al terminar el Concilio invitó a no concentrar los esfuerzos en los debates al interior de la Iglesia y proclamó: “La parábola del buen samaritano ha sido el paradigma de la espiritualidad del Concilio” (discurso de clausura del 7-12-65). Por allí va la credibilidad de la Iglesia.

                                                                                                             PRIMO CORBELLI 

2 comentarios sobre “TEMA CENTRAL: la IGLESIA que se VIENE

  1. Una de las mejores reflexiones que he leído por parte de un sacerdote. Es un texto de carácter profético!!!! Gracias Primo por tu claridad!

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  2. Excelente brillante;en mis 20 años de servicio.como.laica,criad en colevio de hnas.sirviendo en las calles.10parroquias.club de niños. Cotolengos.pastoral carcelaria.cento nuvenil.madres y niñosy niñas en violencia de tod indole.siendo secretaria parroquial y de Coñegio en la obra Don orione donde me forme omo carequisra y misionera dn mi pais Uruguay y ArgentinA.santa fe.en casa de oracion y jornadas km 26500 con religiosa de Corrientes Mongoreta.En grupos de oracion y rosarios yzeminarios de la rwnovacion carismatica.hoy con 59 años vivo mi fe en el grupo de la pequeña obra de la divina misericordia.espetando pronto se reanuden las obras del 1er santuario en latinoamerica a Jesus Misericordioso hecho en accion de graxias por un padre agradecido por sanae a su hilo .Por salud yo ofreci mi voluntariado para el hall center de radio ma devolver todo lo que Dios me dio y permitio vivenciara intensamente.y orando por la sanaciom de dos hijos mellizos de un prima.Alvaro y Leonardo con sindrome Cornelia de lanche.bendicipnes.

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