Se hará el 26 de abril la conmemoración del brutal asesinato hace 24 años del obispo Juan Gerardi, al que dos días después de haber publicado el informe “Guatemala nunca más” de la Oficina de Derechos Humanos de la Iglesia, le rompieron la cabeza con una pesada piedra, como para simbolizar la destrucción de sus ideas y proyectos.
Gerardi y su equipo con cientos de voluntarios había investigado a lo largo de tres años los crímenes que se habían cometido en los 36 años de la guerra civil. El ejército y los escuadrones de la muerte paramilitares resultaron responsables de más del 80% de esos crímenes y el 10% la guerrilla.
En los años setenta y ochenta la Iglesia fue perseguida, acusada de infiltración marxista. En especial la brutalidad se ejerció sobre los catequistas por parte del ejército, la policía judicial, los escuadrones de la muerte debido al liderazgo que ejercían en las comunidades. En aquellos años en muchas regiones del país la Biblia era considerada como un libro subversivo, en especial la Biblia Latinoamericana, y estaba prohibida. Registrando las casas si encontraban una Biblia, no solo la llevaban para destruirla sino que acusaban al dueño de casa de comunista y en muchos casos lo eliminaban. En otros casos pisoteaban la Biblia, la rompían, la quemaban delante de toda la familia.
Fernando Bermudez, que es un español que vivió treinta años como misionero laico en Guatemala y Chiapas, cuenta cómo algunos catequistas enterraban la Biblia envuelta en una bolsa plástica en un lugar dentro de la casa y allí colocaban una vela encendida; por la noche se juntaban la familia y los vecinos para orar y meditar algunas citas bíblicas, citadas de memoria. También los catequistas se reunían entre ellos en forma clandestina, corriendo peligro de muerte.
Había catequistas que caminaban jornadas enteras para ir a los centros parroquiales a buscar hostias consagradas para sus comunidades. Es el caso de Nicolás Castro, ministro de la Eucaristía que desde la ciudad llevaba escondidas en medio del maíz las hostias consagradas para los cristianos de su comunidad y al ser descubierto fue herido mortalmente en el patio de su casa. Mientras agonizaba, llamó a su esposa y a sus cuatro hijos, les pidió perdón y con ellos rezó el Padre Nuestro.
O como aquellos cinco catequistas que para evitar que todo el pueblo fuera bombardeado por los helicópteros del ejército e incendiado, se declararon culpables de subversión, marcharon rezando hacia el cementerio a la cabeza de todo el pueblo y allí fueron asesinados.
Además del obispo Gerardi, también veinte sacerdotes fueron masacrados, pero fueron centenares los catequistas y delegados de la Palabra en caer como mártires. Algún día se valorarán estas historias de mártires catequistas. Por ahora esperan todavía un digno reconocimiento.
Se clausuraron muchos templos y catorce fueron convertidos en cuarteles del ejército. Bermudez narra el caso de Víctor Galvez Perez, un destacado catequista casado y padre de dos niños, carpintero de profesión que tenía un don extraordinario de convocatoria. Colaboró con el obispo Álvaro Ramazzini en la diócesis de san Marcos en defensa de los Derechos Humanos. Fue salvajemente torturado y asesinado; tenía 42 años. Organizaba jornadas de formación para maestras y maestros de la zona y aglutinaba a centenares de docentes. Asesoraba a los campesinos más pobres de las aldeas. Decía: “El cuerpo de Cristo no solo está en la Eucaristía sino también en los cuerpos de nuestras hermanas y hermanos que sufren; en ellos quiere Jesús que lo sirvamos”.
Amenazado de muerte dijo: “Si a Jesús lo persiguieron, torturaron y mataron por ayudar a la gente, yo no me echo atrás”.
Guatemala es el país de América que junto con El Salvador ha tenido más mártires. Ya fueron beatificados 7 catequistas y tres sacerdotes que a pesar de la prohibición de reunir a la gente para la Misa o la celebración de la Palabra, enfrentaron los riesgos y ofrecieron su vida.
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