El teólogo jesuita Jorge Costadoat, de la Universidad Católica de Chile, propone estas reflexiones sobre los escándalos que se están dando en la Iglesia Católica: “Los católicos practicantes están muy preocupados por los escándalos en la Iglesia y la imagen que dejan de la misma en todos los medios…
…En los medios laicos las noticias de la Iglesia solo aparecen cuando hay escándalos relacionados con la sexualidad, mientras en el postconcilio estos mismos periódicos dedicaban páginas enteras a la vida eclesial, a la religión. La secularización ha relegado el poder de la Iglesia; inclusive ha crecido el odio a la Iglesia no solo por los escándalos sino por su influencia desmesurada en la sociedad. Lo que hay que preguntarse es si las cosas estaban mejor para la Iglesia cuando los curas y la jerarquía eran inviolables y sus lacras permanecían ocultas y la verdad de sus perversiones se quedaba en los cuchicheos de sacristía; cuando se practicaba el secretismo, la dominación sobre las conciencias, se castigaba la libertad de investigación y opinión en la Iglesia.
La agresividad actual de algunos medios y redes sociales se explica como reacción a lo anterior. Pero también es cierto que generalmente se olvida la otra cara de la Iglesia: la santidad de tantos cristianos de a pie; de los que consagran toda su vida al Evangelio; de los que se juegan por la causa de los pobres, de la justicia y el medio ambiente; de los que aportan con su grano de arena diario a un mundo más honesto y solidario.
Pero es bueno que también se descubran nuestros pecados, las lacras ocultas de la Iglesia. La ropa sucia no se lava en la alcoba, sino que se lava y se cuelga en el balcón, a la luz del sol. Tampoco queremos una iglesia impecable y triunfalista. El reconocimiento de nuestra debilidad y la humildad nos acercan a Dios.
Hoy no es cuestión de enumerar obras con cifras despampanantes para atraer la atención; solo el ejemplo y el testimonio de vida arrastran. Evangelizar no es buscar el aplauso ni el prestigio de la Iglesia, sino hacer el bien sin que la mano derecha sepa lo que hace la izquierda. Preocuparse o desanimarse porque la Iglesia pierde prestigio social y disminuye de número, es una tremenda falta de fe y confianza en Dios. No hay que abandonar a la Iglesia (a una madre no se la quiere por ser linda o perfecta) sino hay que quererla más aún y ayudarla desde dentro, defendiéndola de las críticas injustas y proclamando sus virtudes, que hoy apenas se resaltan.
A lo largo de la historia hubo peores situaciones en la Iglesia, como por ejemplo la corrupción del Papado en el Renacimiento. También después de esta tormenta, Jesús apaciguará las aguas. Quizás la Iglesia del futuro sea más pequeña, menos prestigiosa, pero más testimonial y más cercana al Evangelio”.
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