Se acercan la Navidad, Año Nuevo, las vacaciones; son tiempos propicios para un retiro espiritual, un parate, un poco de desierto para reencontrarnos con nosotros mismos y con Dios. Les ofrecemos unas breves reflexiones, sacadas del libro “El tiempo para Dios” del sacerdote francés Jacques Philippe, reconocido mundialmente por sus libros traducidos en 24 idiomas, con más de un millón de copias vendidas.
NO LA CALIDAD DE LA PLEGARIA, SINO LA FIDELIDAD EN LA PLEGARIA
“La oración consiste en ponerse frente a Dios en la soledad y en el silencio durante un tiempo más o menos prolongado con el deseo de dialogar con Él. Muchos no saben cómo hacerlo y entonces, luego de repetidas tentativas, se desaniman ante las dificultades y abandonan la práctica regular de la oración. Y esto es infinitamente lamentable, porque la perseverancia en la oración es la puerta estrecha para entrar en el Reino.
Para perseverar en la oración que es un don gratuito de Dios que hay que pedir (“Señor enséñanos a orar” , pidieron los discípulos en Lc 11,1), hace falta ponerse en la presencia de Dios y “cerrar la puerta” (Mt 6,6). Nunca hay que abandonar la oración aunque parezca no dar frutos inmediatos. Lo más importante no es que la oración sea abundante y rica de sentimientos, sino perseverante y fiel. En primer lugar no hay que tender a la calidad de la plegaria, sino a la fidelidad en la plegaria.
Vale más un tiempo de oración pobre, árida, llena de distracciones que se realiza fielmente todos los días, que largas plegarias sublimes cuando las circunstancias nos llevan a ello. El primer combate a librar si se quiere dedicarse a la oración con seriedad, es lograr la fidelidad, cueste lo que cueste, de acuerdo a un cierto ritmo que nos hayamos fijado. La oración es un ejercicio de amor a Dios y no hay verdadero amor sin fidelidad. La finalidad de la oración es en primer lugar agradar a Dios, buscar su voluntad. Todos, aun los más pecadores, pueden orar porque “Dios resiste a los orgullosos y da su gracia los humildes” (1Pe 5,5).
EXCUSAS PARA NO ORAR
Muchos dicen que no tienen tiempo para orar. El problema es saber lo qué es más importante en nuestra vida. Nunca se ha visto por ejemplo que nadie muriera de hambre por no haber tenido tiempo para comer. Al tiempo se lo encuentra para lo que se considera vital. Tampoco el tiempo dedicado a Dios es un tiempo robado a los demás, como dicen otros. Por el contrario la oración nos predispone a un trato mejor para con los demás. Otros dicen que oran trabajando. Pero no es tan fácil unirse a Dios cuando estamos sumergidos en nuestras ocupaciones. Hay que parar cada tanto. Pasa lo mismo con la esposa, los hijos, la familia. No basta trabajar para ellos; hay que estar con ellos.
Si nos ocupamos de Dios, Dios se ocupará de nuestros trabajos, mucho mejor que nosotros. Hay que dar gratuitamente a Dios parte de nuestro tiempo y en forma regular. Otros dicen que solo rezan espontáneamente cuando sienten ganas, necesidad o deseo. Pero Jesús nos invita a rezar siempre (Lc 18,1; Mt 7,7-11)), más allá del estado subjetivo de uno. Él dijo: “Yo no rechazaré al que viene a mi” (Jn 6,37). Dios nos desea y busca mucho más de lo que nosotros busquemos a Él.
La fidelidad en la oración es una escuela de amor auténtico que va más allá de las emociones y altibajos del momento. Rezar sin estar motivados, sin sentir nada, no es hipocresía. Es practicar un amor estable y fiel. Hay que aprender de a poco a vivir bajo la mirada de Dios, en su presencia, con oraciones breves durante la jornada, las oraciones y gritos de los pobres y enfermos del Evangelio. Vivimos demasiado a menudo condicionados por la mirada de los demás (por miedo a ser juzgados o por necesidad de ser admirados). Encontraremos la libertad interior cuando aprendamos a vivir bajo la mirada de Dios. Dios es como el fuego y más uno se acerca al fuego y más uno se calienta, aunque nuestra oración sea pobre. Se aprende a orar orando. Hay que empezar con la oración vocal y la lectura orante de la Palabra, aún si se tiene la impresión de hablar en el vacío o no tener respuesta. El Espíritu Santo nos irá instruyendo (1 Cor 12, 3). Lo que cuenta no es pensar o hablar mucho, sino amar mucho. Inclusive sin una intensa vida de oración personal, hasta los sacramentos y la misa quedarán estériles, por encontrar un terreno duro, no preparado ni cultivado.
LA ORACION Y EL AGUA DEL ALJIBE
Santa Teresa de Ávila decía que “la oración es como un pozo de agua profunda. Al tirar el balde, al comienzo solo se recoge barro. Pero si se persevera, se encontrará agua purísima”. Cuanto más se ora, más se quiere orar y cuanto menos se ora, menos ganas hay de orar. Es la anemia del alma.
Es lo que sucede también en la vida física: cuanto menos se come, menos ganas se tiene de comer y sobreviene la anemia aguda. Cuanto menos se ora, Dios tiene menos sentido y cuanto menos sentido se tiene de Dios, menos se acude a Él. Muchos no comen porque no tienen ganas de comer y no tienen gana de comer porque no comen. Es una espiral fatal.
Otro pretexto para no orar es la falsa humildad. Nuestros pecados, por graves que sean, no deben ser nunca un pretexto para abandonar la oración. Cuanto más grande es nuestra miseria, más grande aún es la misericordia de Dios. Nunca hay que sentirse indignos de estar en la presencia de Dios, como hijos que somos. La desconfianza lo hiere profundamente. Dios no quiere que seamos personas perfectas; eso nos haría autosuficientes. El quiere unirnos a Él.
A san Pablo el Señor le dijo: “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9). Santa Teresita se alegraba de ser imperfecta. Las distracciones son absolutamente normales y no deben nos, entristecernos o hacer que nos enojemos con nosotros mismos. Si hemos intentado volver al Señor cada vez que nos hemos dado cuenta, esta oración será sin duda muy agradable a Dios. Dios conoce nuestra naturaleza y no nos exige éxitos sino tan solo rectitud y buena voluntad. El hombre no agrada a Dios principalmente por sus virtudes y meritos, sino por la confianza sin límites en su misericordia”.
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