Para los 75 años del patriarca ortodoxo de Moscú, Kirill (=Cirilo) le han llovido las felicitaciones y augurios de todas partes, inclusive del papa Francisco. Pero lo que más llamó la atención fue la máxima condecoración rusa a la Orden de san Andrés que le entregó el presidente Vladimir Putin. Fue “por su contribución a la preservación y desarrollo de las tradiciones espirituales y culturales de Rusia y al fortalecimiento de la paz entre los pueblos”.
Putin elogió “la dignidad y sabiduría con que Kirill sigue por el camino del servicio moral y espiritual a nuestro pueblo. Hoy la voz de la Iglesia, que conoció en el pasado diferentes y difíciles situaciones, ha vuelto a recobrar su voz e importancia; la gente la escucha y confía en ella”.
Por su parte Kirill afirmó que “Rusia es el verdadero líder del mundo libre; somos libres de las insidiosas influencias externas y seguimos por nuestro propio camino”. En su entorno se dijo que por la energía evangelizadora de Kirill “la Iglesia rusa no tiene comparación con las demás iglesias ortodoxas ni con la Iglesia Católica donde se cierran iglesias mientras nosotros construimos miles de ellas” (V.Vigilianskij). Kirill fue noticia cuando tiempo atrás proclamó que era imposible infectarse de Covid al comulgar en la eucaristía; sin embargo ha debido enterrar a más de cien sacerdotes (popes) muertos por el virus y él mismo tuvo que vacunarse.
Su gran amargura actual es que la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, con el apoyo de Bartolomé, se independizó del patriarcado de Moscú con el lema: “Sin Putin y sin Kirill, pero con Dios y Ucrania”. En consecuencia llegó a decir en un canal de televisión: “Bartolomé tiene una auto comprensión absolutamente falsa de si mismo porque se considera líder del mundo ortodoxo. No es ya el “primero entre iguales” sino el primero sobre todos los demás. Está siendo tentado por el poder, que es el mismo motivo que llevó a la separación entre occidente y oriente y que ahora vuelve a dividir a la Iglesia Ortodoxa”.
Lo característico de la Iglesia Ortodoxa Rusa es el vínculo con el poder político, que le ha facilitado una gran expansión. Es un cristianismo tradicional, con matices fundamentalistas. El tema de los valores tradicionales (familia, patria, lucha contra el aborto y los seudoderechos del liberalismo occidental, la libertad religiosa) es parte importante de la agenda política y del lenguaje del mismo Putin, en contra de la decadencia moral de occidente. Los nuevos grupos nacionalistas y populistas de derecha que actúan en Europa con fuerza, se presentan justamente como defensores del occidente cristiano contra la invasión islámica y la corrupción de las democracias liberales.
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