José Luis Ferrando es un conocido teólogo, filósofo y escritor español que con agudeza se pregunta cuáles son los límites del proceso sinodal que propone el Papa ¿de qué temas no se puede hablar? Según Ferrando “más allá de los dogmas de fe, todo lo demás sería susceptible de profundizar y cambiarse. Lo que fue válido ayer, puede ser un obstáculo grande hoy, ya que puede dañar la credibilidad de la Iglesia y de la vida cristiana. Hay un sinfín de temas fosilizados, los que a algunos les parecen inmutables. El Sínodo no debe ser una operación de cirugía estética; hay que responder a los signos de los tiempos.
¿Está realmente dispuesta la jerarquía a escuchar la voz del Pueblo de Dios sobre temas conflictivos como el celibato opcional, el sacerdocio de la mujer, la moral matrimonial, el Derecho Canónico, la elección de los obispos? También me pregunto si a nivel parroquial y diocesano, los relatores y redactores tendrán la suficiente libertad para reflejar de manera fidedigna lo opinado. Sería desagradable que estos personajes acaten consignas para maquillar los documentos a fin de que digan lo que deben de decir y ocultar lo más conflictivo. Por otro lado, estoy convencido de que el papa Francisco al poner en marcha este movimiento sinodal, quiere una renovación profunda. No sería bueno para la Iglesia que al implicar a tanta gente, la frustración nos lleve a una oportunidad perdida”.
Otro teólogo español, Jesús Martinez Gordo, celebra que por primera vez se consulten a 1.300 millones de católicos para que opinen sobre cómo quieren que se gobierne en la Iglesia, “a pesar de que la iniciativa haya sido acogida en España con escaso, por no decir nulo, entusiasmo por parte de la jerarquía y no solo de ella. Se trata de proponer modelos alternativos a la manera absolutista y monárquica de gobierno de las autoridades de la Iglesia. Por ejemplo que los obispos sean nombrados por un tiempo determinado con la participación del Pueblo de Dios; que lo aprobado por mayoría calificada en sínodos, asambleas y consejos sea ratificado por las autoridades, siempre que no se atente contra la fe y la comunión eclesial; que el laicado pueda desempeñar tareas de gobierno y magisterio. Que se instituya un Sínodo mundial no solo de obispos sino de todo el Pueblo de Dios y que este Sínodo sea el primer paso hacia un Concilio Vaticano III de matriz sinodal”.
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