MISTERIOS DE LA VIDA Y MUERTE DE LUCIANI

En ocasión de la futura beatificación del papa Albino Luciani, ha escrito la prestigiosa revista católica española “Vida Nueva”: “Lo de la prematura muerte de Juan Pablo I° después de 33 días de pontificado es uno de los casos más evidentes del desprecio de algunas instituciones vaticanas por una buena comunicación. La ocultación deliberada, las tensiones y el secretismo, las burdas mentiras sobre algunos detalles de la muerte de Albino Luciani en la noche del 29 septiembre de 1978, fueron el mejor caldo de cultivo para todo tipo de elucubraciones”.
Efectivamente, después de un pontificado tan breve y una muerte tan inesperada, dieron comienzo los relatos conspirativos, denunciando como la muerte de Luciani no había sido natural, sino fruto de envenenamiento. Además de novelistas (como David Yallop en el libro: “En nombre de Dios”) y periodistas, también un sacerdote y escritor español, Jesús Lopez Saez, escribió tres libros para confirmar la tesis del asesinato: “Se pedirá cuenta” (1990), “El día de la cuenta” (2005), “Juan Pablo I°: caso abierto” (2010). Según el sacerdote que asegura haber dedicado muchos años a esta investigación, el Papa habría sido eliminado por la mafia masónica Propaganda 2 (P2) liderada por Licio Gelli, muy poderosa en aquel entonces, con la colaboración de gente de la curia que se veía afectada en sus intereses por las nuevas políticas de Luciani. Todo hace pensar que estos autores tuvieron más fe en su intuición por los contextos de la época, que en las pruebas y los hechos.
En 2017 salió el libro de la vaticanista Stefania Falasca: “Papa Luciani: crónica de una muerte” con el intento, a través de documentos inéditos, de poner punto final a las teorías conspirativas. El Papa, escribe Falasca, murió a causa de un infarto de miocardio mientras dormía y así lo han atestiguado los médicos y el personal de servicio. Tenía 65 años. Falasca es también vicepostuladora de la causa de beatificación de Luciani, por lo que Jesús Lopez Saez considera el libro de la Falasca como “apología curial”. Sin embargo el libro es prologado nada menos que por el secretario de estado del Vaticano, Pietro Parolin y todo invita a pensar que se trató en realidad de una muerte natural.
No solo la muerte de Luciani ha sido envuelta por el misterio sino toda su vida, marcada por una gran humildad pero también por grandes sueños y utopías que no pudo realizar.
HUMANIZÓ EL PAPADO
Fue llamado el “Papa de la sonrisa” porque al hablar por primera vez a la muchedumbre en la plaza de san Pedro, salió con una amplia sonrisa y lo mismo sucedió en las sucesivas audiencias. Los diarios, como contraponiéndolo a la adusta figura de Pablo VI, titularon: “El Papa se ríe”.
En su escudo episcopal campeaba la palabra: “Humildad”. Era una personalidad sencilla, afable y bondadosa que recordaba a todos la figura de Juan XXIII, pero con una insobornable firmeza para seguir el camino del Concilio y promover una renovación profunda al interior de la Iglesia.
Su padre había sido obrero en una fábrica de vidrios y socialista. Desde Suiza donde había emigrado para buscar trabajo, le dio el consentimiento para entrar en el seminario, pero le escribió: “tengo la esperanza de que cuando llegues a ser cura te pondrás al lado de los pobres, porqué Jesús estaba a su lado”. Su madre lavaba platos en una guardería y le transmitió el don de la fe. Quedó huérfano de madre a los 10 años y pasó hambre. Según contó su hermano Eduardo, siendo chicos andaban descalzos para no gastar en zapatos. Luciani conservó ese estilo de pobreza y austeridad durante toda su vida.
En el Sínodo de Obispos de 1971 propuso que las Iglesias de Europa y América del Norte se impusieran un autoimpuesto del 1% de sus ingresos para ayudar a los países más pobres, “no como limosna sino para devolver en parte la deuda que tenemos para con ellos”. Cuando entró en Venecia como patriarca, lo hizo con una simple lancha rechazando el tradicional cortejo de góndolas.
Se lo veía caminar por la calle, visitar los hospitales, la cárcel; no participaba en recepciones y cuando tenía que viajar , pagaba como todos. En Venecia vendió el anillo de oro que le había regalado Juan XXIII y autorizó a los párrocos a vender joyas y objetos sagrados de los templos para ayudar a los pobres.
En 1976 vendió muebles y cosas de gran valor para crear un fondo a favor de los niños minusválidos y una vez llegado al Vaticano también quería que allí se hiciera una obra para poder hospedar en la noche a todos aquellos que dormían en la calle. En tan solo 33 días de pontificado, modificó la imagen papal, con actitudes evangélicas de mucha cercanía a la gente.
Tomó el doble nombre de Juan Pablo por identificarse con los dos Papas del Concilio (Juan XXIII y Pablo VI), pero manifestó: “No tengo la sabiduría del papa Juan ni la cultura de Pablo VI; confío en las oraciones de los fieles”.
Empezó a hablar en primera persona (no en plural, como los anteriores Papas), rechazó la tiara colocándose la simple mitra de los obispos, también rechazó la “entronización” conformándose con una simple celebración. Solo aceptó el palio, una estola de lana que le rememoraba las ovejas de las cuales él era el pastor. Se sentía incómodo en la silla “gestatoria” transportada por varones (suplantada después por el papamóvil para que todos pudieran ver al Papa) y fue el último Papa que la usó.
Añoraba el contacto con la gente y en el Vaticano se sentía perdido como en un “laberinto”. Inició su pontificado con una misa donde no quiso que se invitara a los dictadores como el general Videla de Argentina, a pesar de que el protocolo preveía la presencia de los jefes de estado.
Enfrentó con coraje la reforma radical del banco vaticano (IOR) que, presidido a lo largo de 18 años por el obispo norteamericano Paul Marcinkus, se había mezclado en turbios negocios. Le confió al cardenal Jean Villot: “Hay hombres aquí en el Vaticano que parecen haber olvidado la verdadera finalidad de la Iglesia y la han convertido en una especie de mercado”.
Al teólogo Germano Pattaro, le dijo: “Yo no quiero escoltas ni soldados. No quiero que los guardias suizos se arrodillen a mi paso y que ningún otro lo haga. Tengo la impresión de que la figura del Papa es demasiado exaltada. Hay un cierto riesgo de caer en el culto de la personalidad, que yo no quiero de modo alguno. La Iglesia es de Cristo, no del Papa”. Al leer los títulos que el Anuario Pontificio le daba al Papa, sonreía diciendo: ”Falta solo el título de papa-rey. Yo soy tan solo el obispo de Roma y por ello sucesor del apóstol Pedro; y por ello siervo de los siervos de Dios. ¿Cómo puedo hablar con las Iglesias hermanas investido de todos estos títulos? El Papa no es omnisciente, no es el más sabio, no está exento de imprudencias y errores. Jesús, Pedro, Pablo y Juan no fueron jefes de estado. No cambiaré reglas codificadas hace siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas”.
Deseaba que un pequeño sínodo permanente de obispos lo acompañara con sugerencias y consejos para practicar la colegialidad. Frente a la burocracia de la curia vaticana le dijo un día al secretario de estado cardenal Jean Villot: “Yo recibo cada día dos maletas de papeles. No he sido elegido Papa para hacer de empleado. El Papa también debe orar, estudiar, atender a la gente. Sobre estos papeles el papa no es infalible; aquí hay estupendos colaboradores que pueden hacer este trabajo. Yo quiero ser un pastor y no un funcionario de oficina”. Una de sus primeras declaraciones que más impacto tuvieron en la prensa fue que por primera vez se dijera que “Dios es padre y más aún madre”.
Comentaba él mismo: “He sabido que los tutores de la ortodoxia han gritado al escándalo. Algunos incluso han dicho que el Papa blasfema. Esta gente olvida que el primero en hablar de Dios como madre fue el profeta Isaías y que toda la Biblia está cruzada por este grito de amor y ternura por parte de Dios”.
Luciani no era débil ni indeciso. Según el cardenal Benelli que bien lo conocía: “quería tener toda la información posible antes de tomar una decisión, pero una vez tomada era como una roca ladera abajo”.
Como cardenal había pedido a Pablo VI que no asumiera una postura rígida sobre la píldora anticonceptiva. Fue el último de los Papas italianos hasta ahora, después de cuatro siglos. Pocas fueron las intervenciones públicas de Juan Pablo, pero las confidencias que dejó al p.Germano Pattaro y al cardenal Villot son extraordinarias y revelan algo de su programa fuertemente renovador. Estas confidencias fueron recogidas por el periodista Camilo Bassotto, amigo personal del Papa, en su libro: “Mi corazón está todavía en Venecia”.
¿TAN SOLO EL PAPA DE LA SONRISA?
El Papa había instruido a Villot para que interviniera el Banco Vaticano “de forma rápida, discreta y completa. Marcinkus y sus colaboradores han de ser inmediatamente destituidos. En cuestión de dinero la Iglesia debe ser transparente y obrar a la luz del sol. Va en ello su credibilidad. Las acciones del IOR han de ser todas lícitas, limpias y de acuerdo al espíritu evangélico. El mundo debe saber qué hace, cuáles son sus fines, como se recogen los dineros y cómo se gastan. Debemos publicar los balances controlados en su totalidad. Los obispos además no pueden presidir o gobernar un banco (se refería al obispo Marcinkus).
La sede de Pedro que se llama santa, no puede degradarse hasta el punto de mezclar sus actividades financieras con las de los banqueros para los cuales la única ley es el beneficio propio y practican la usura. Hemos perdido el sentido de la pobreza evangélica; hemos hecho nuestras las reglas del mundo”.
Decía esto en polémica con Marcinkus que afirmaba que la economía tiene sus reglas propias. Este obispo terminará volviendo a Estados Unidos para escapar de la justicia italiana y no ser encarcelado. Luciani apreciaba a los teólogos progresistas del Concilio y quería reivindicar figuras proféticas que habían sido sancionadas en su tiempo como Antonio Rosmini, Primo Mzzolari, Lorenzo Milani y en América Latina Bartolomé de las Casas.
Era hombre de cultura pero declaraba: “Mis discursos serán pocos, breves y al alcance de todos. He empleado gran parte de mi vida buscando decir las cosas difíciles con palabras claras y accesibles para todos. No quiero escribir para los intelectuales y los técnicos y menos para el polvo de los archivos”.
Pedía que el diario del Vaticano “L´Osservatore Romano” fuera más ágil, más fácil de leer, más moderno y abierto a los jóvenes. Recordaba con gozo haber visto el retrato del papa Juan en las favelas brasileñas y cómo la gente memorizaba sus frases. Pensaba pedir perdón solemnemente por los pecados de la Iglesia contra los judíos (“son nuestros hermanos en la fe por Abrahán y los hemos ignorado y calumniado durante siglos”), por “haber sido tolerantes frente a las masacres de los indios, al racismo y a las deportaciones de los pueblos africanos como esclavos hacia América, por la tristísima Inquisición y los tristísimos tiempos del poder temporal de los Papas. Se dice que no se puede juzgar los hechos de entonces con la sensibilidad de hoy, pero no es un problema de sensibilidad. La Iglesia es conciencia crítica desde el Evangelio, tanto hoy como ayer”.
Pensaba escribir unas encíclicas sobre la unidad de los cristianos, la colegialidad de los obispos, la pobreza y los pobres, el rol de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. Luciani había hecho muchos viajes a América Latina y era amigo del obispo brasileño Helder Cámara y del argentino Eduardo Pironio.
En el cónclave había dado su voto como futuro Papa al cardenal brasileño Aloisio Lorscheider, porque apreciaba la pastoral latinoamericana. Pensaba viajar a países pobres, víctimas de la guerra y del hambre.
Como es fácil de ver, Luciani se anticipó en muchas cosas a los Papas sucesivos, pero no pudo realizar sus sueños. Siendo patriarca de Venecia encabezó una peregrinación a Fátima y se encontró durante dos horas con Lucía, la única sobreviviente de los tres pastorcitos que era monja de clausura en el monasterio de Coimbra. Salió del encuentro muy turbado por lo que le había dicho Lucia: que sería Papa pero con un pontificado breve y que después de él habría de llegar uno no italiano. Esto es lo que escuchó su hermano Eduardo de él mismo y que el mismo Papa confirmó a otras personas.
Luciani quiso una Iglesia más evangélica. A nivel público quizás lo más destacable hayan sido dos cartas, una a Jimmy Carter para apoyar el diálogo de paz para Medio Oriente en Camp David y la otra a los obispos de Argentina y Chile para evitar la guerra por el canal de Beagle. No hizo grandes cosas. Pero su recuerdo, es imborrable.
PRIMO CORBELLI
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