«LOS MONJES Y MONJAS ANUNCIAN LA FRATERNIDAD EVANGÉLICA
DESDE TODOS LOS MONASTERIOS DEL ORBE»…
Queridos amigos, con estas palabras de nuestro querido papa Francisco hemos querido comenzar este artículo sobre «las vocaciones contemplativo monásticas» muy queridas por él, quien en más de una oportunidad recuerda a «a sus 4 queridos monasterios Carmelitas de Buenos Aires» que tanto lo acompañaron…!
En la gran variedad y comunión de carismas, dones y servicios con los que está enriquecida la Comunidad Iglesia, se encuentran estos hombres y mujeres, «los monjes» quienes con una vida marcada por el retiro, la austeridad y la oración incesante sirven a Dios y a cada ser humano, de quienes se sienten profundamente hermanos. Para conocerlos un poco más es que hoy contamos con los testimonios de dos queridos amigos: la hna. María de Jesús Crucificado, una joven monjita del Monasterio de Carmelitas Descalzas en Florida y de Néstor Etchepare, sacerdote del clero diocesano de Montevideo, que ha profesado y vive según la Regla de San Benito, pasando así a formar parte del clero religioso, ambos con generosidad y detalle, con cuentan:
¿Cómo nacen vuestras vocaciones a la vida monástica contemplativa?
Néstor : En mi caso es un proceso de larga gestación y se dió como una vocación dentro de otra vocación. El primer llamado vocacional lo recibí a los 10 años y fue al sacerdocio, este ha sido la constante en mi vida, con un segundo llamado fuerte y definitivo a los 15 años que confirmaba y daba nuevo impulso y valor al anterior. Así que mientras tuve muy claro desde muy joven el llamado al sacerdocio, no así el cómo y dónde vivirlo, la elección más difícil fue encontrar precisamente el carisma, lo específico en mi vocación sacerdotal.
A los 18 años conocí por primera vez lo que era la vida contemplativa y fué de dos maneras: primero a través de unos vídeos que mostraban la vida de los monjes Cartujos, y otro el de los Cistercienses. Sus vidas me impactaron y no tengo dudas que allí comenzó, como una semilla pequeñita esta vocación.
En el mismo año conocí también, pero esta vez en vivo y en directo, dos comunidades contemplativas: las hnas Clarisas, en Florida, y las hnas Benedictinas, en El Pinar, Canelones. Y en los dos casos me cautivó la alegría de sus vidas que transmitían en cada palabra, en cada gesto. La felicidad que manifestaban e irradiaban, realmente me llegó.
Luego «pasó mucha agua bajo el puente». El abanico de carismas en la Iglesia de fue abriendo ante mis ojos y cada uno que descubría me atraía. Por otro lado, la vida contemplativa monástica, me daba un poco de miedo, entre otras cosas, el silencio. Me parecía que no podría aguantar, que me volvería loco… etc. En realidad eran más fantasmas, fruto de desconocer en realidad esta vida, así que me incliné por otra de mis pasiones: la vida misionera. Podría parecer la antítesis, sin embargo nada más falso. Basta con ver que la Iglesia nos presenta como patrona de las misiones a una monja carmelita que nunca salió de su convento. Pero esto también me llevó su tiempo descubrirlo y asumirlo.
Será más tarde, en la agitada vida de párroco y leyendo a Santa Teresa de Jesús, que iré descubriendo que uno no puede dar lo que no tiene, y la Misión de todo cristiano es precisamente dar a Jesús, comunicarlo, llevar y hacerlo presente en cada momento y circunstancia, en cada palabra, y en cada silencio, en síntesis, hacerlo VIDA e impregnar la vida de Él.
Así sentí que mi vida, aún siendo sacerdote, dejaba mucho que desear y que, si me dejaba llevar por mi activismo, terminaría vaciándome y vaciando mi ministerio y misión. Descubrí que necesitaba de una reforma de vida, de un cambio profundo, de retomar en serio el camino de conversión. Y fue en los tiempos de retiro y silencio que entonces dediqué, que fui descubriendo, valorando y perdiendo el miedo al silencio, a la oración constante… de una vida de cara a Dios, en la búsqueda de Él, solo Él, de su palabra, de su presencia, de su Amor. Y la semillita que Dios había sembrado en mí, allá por los 18 años, casi otros tantos años después, de golpe, comenzó a germinar y crecer rápido y fuerte. Se disiparon los miedos … y «me tiré al agua»!
Y diez años después aquí estoy, feliz y contento, nadando en esta vida, en este mar de gracia del amor de Dios y su Misericordia.
María: Mi vocación, como toda vocación nace de un llamado del Señor. Llamado que no fue de un día para otro, sino que fue y sigue siendo un proceso, un caminar junto con Jesús. A principios de 2013, con 16 años de edad, tuve un cambio radical en mi vida, tras un profundo encuentro con el Señor, fruto de peregrinar al Santuario de la Inmaculada Madre, Salta, Argentina. Es allí donde me di cuenta por gracia de Dios que no era suficiente con ir a Misa dominical y confesarme de vez en cuando; porque a pesar de que “cumplía lo que debía”, mi centro no estaba en Jesús, en el Eterno; sino en lo material, en el mundo, en lo efímero…
Jesús me mostró que con Él se vive la alegría plena que tanto ansiaba. Fue tan fuerte, que a la par que viví esta gracia, también el Señor empezó a movilizarme el corazón con el cuestionamiento de mi vocación. Me parecía que por todos lados el Señor me hablaba y yo le decía al Señor “¡Basta, no quiero más signos!” A mí me asustaba el hecho de que podría llegar a ser verdad todo lo que sentía. Es así que un día me contaron de las Carmelitas Descalzas, diciéndome que eran grandes misioneras desde la oración, como lo fue santa Teresita. Comencé a leer “Historia de un alma”, y me movilizaba muchísimo a la vez que me atraía.
Sin embargo, yo era muy enamoradiza y lo que quería era casarme y tener una linda familia, como también ser médica. Fue así como conocí a un chico; para mí era el ideal… Antes de pasado un mes de conocerlo, también conocí por primera vez a una hermana carmelita, momento que jamás olvidaré. Al poco tiempo me ennovié y lo cómico era que junto con él íbamos a visitar a las hermanas. La escena se repetía cada vez, llegaba al Monasterio, corría hacia el locutorio, y le decía a la hermana “quiero estar ahí adentro”. Estaba dividida interiormente. A lo largo del año y un mes que estuve ennoviada, estaba contenta y enamorada de él, pero tenía momentos en los que sentía más fuerte esta división interior, porque el Señor me pedía darme toda a Él.
Junto al que era mi novio realizamos una novena a san José para su día pidiendo que se cumpliese la voluntad de Dios en nosotros. No me olvido jamás la oración que le dirigí al Señor el día 19 de marzo: “amo a mi novio pero muero por ser carmelita”. Ese mismo día, me fui de vacaciones con mi familia. Algo intuía del viaje y por eso le pedía al Señor que me preparase el corazón. Algo extraño, porque al fin y al cabo eran vacaciones familiares, pero definitivamente éstas fueron diferentes…
El primer día del mes de abril de ese año 2015, fuimos a Asís, la ciudad de san Francisco y santa Clara, de los cuales yo era devota, por eso le pedí al Señor una gracia para ese día. Fue entonces cuando llegamos a la Iglesia donde se encuentra la cruz de san Damián que cuando san Francisco la halló, el Señor le habló; por eso una hermana que estaba allí me dijo “anda a rezarle que te habla”.
Pensando en mi vocación, le dije al Señor “de acá no me voy hasta que me hables”. Pasaba el tiempo y nada. Luego me acerqué a la cripta de santa Clara y allí finalmente experimenté muy fuerte que el Señor me llamaba, que quería que sea monja, y que sea pronto. Lo que tanto me había cuestionado, ya dejaba de ser interrogante y pasaba a ser certeza.
Por entonces pensaba que el Señor llamaba a las personas de alguna forma exterior deslumbrante y así esperaba que me sucediese a mí, pero no… en el silencio interior del corazón allí experimenté el llamado, sin muchos ruidos ni luces; confirmando dicho llamado con la Palabra de Dios ya que, luego volví a donde estaba la cruz, y leí en la Biblia “lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar lo que Dios podía tener preparado para los que lo aman” (1Co 2,9).
Al cabo de unos días, visitamos Ávila, la tierra de Santa Teresa de Jesús, nuestra fundadora. Estando allí, fuimos a un Monasterio en el que ella vivió muchos años; en el museo nos contaron la anécdota de cuando a Teresa se le apareció un sapo robusto y feo mientras la estaba visitando un admirador que tenía. La persona que nos contaba agregó que el Señor le dijo a Teresa “¿me vas a cambiar por ese sapo?”. Yo quedé perpleja, ¡porque al que era mi novio le decían por sobrenombre Sapo! Tenía a mi papá al lado que me dijo “¡qué mensaje, eh!”. El mensaje era muy claro para mí, el Señor se valió de esa experiencia de santa Teresa para confirmar el llamado que me estaba haciendo.
Volví del viaje y corté la relación con el que era mi novio. Él ya algo sospechaba y me respetó de forma impresionante. Cuando le conté a las hermanas que quería ser carmelita, sin saber ellas nada sobre la novena que yo había realizado, me dijeron: “¡te trajo san José!”, porque ellas también le habían rezado pidiendo una vocación… ¡no podía creer, todo era claro!
El resto de ese año continúe haciendo discernimiento, lo cual me fue difícil porque mis padres no comprendían y porque por momentos me costaba el desprendimiento interior del que había sido mi novio; sin embargo el Señor siempre me sostuvo con su fidelidad.
Luego de realizar una experiencia de dos meses, me dieron fecha para ingresar definitivamente al Carmelo el 9 de abril -día en el que ingresó también santa Teresita- del año 2016. Muchos seres queridos no querían que entre aún, pero la voz del Señor que me decía “ven y sígueme” era más fuerte, y me dio la gracia para entrar al Carmelo pese a la negativa que tenía alrededor.
Mientras amigas cercanas hicieron un grupo “S.O.S” para “rescatarme de donde me estaba metiendo”, las hermanas hicieron un S.O.S de oración pidiendo a mucha gente que rezara por mí.
En estos 5 años el Señor me siguió llamando cada día, y día a día le voy respondiendo. Unas veces más floja, otras no. Y puedo decir que si estoy aquí es por su gracia… Hoy puedo ser testigo de la fidelidad de Dios que permanece.
Sé que soy una vasija de barro, muy frágil y ya rota, pero con un inmenso tesoro que es esta vocación que me desborda.
Puedo decir como santa Teresa “bendito seas por siempre, que aunque os dejaba yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo”.
¿Cómo viven ustedes desde vuestra particular vocación el ser “una casa de puertas abiertas, una Iglesia en salida”?
Néstor: Dice San Pablo que aunque él esté encadenado a causa del evangelio, la Palabra de Dios no está encadenada (cf. 2Tim 2, 9). Entre mis miedos, dudas e incertidumbres, antes de abrazar la vida monástica, estaba el cómo vivir la dimensión misionera, desde allí. Y precisamente que el descubrir que en la medida en que mi propia vida vaya desapareciendo y crezca Cristo en mí, no importa que yo viva en el claustro, la Palabra de Dios no está encerrada y el anuncio se realiza más por el testimonio de vida que por las palabras. Además en mi caso, siguiendo la Regla de San Benito, como no podía ser de otra manera, impregnada como está de la Palabra de Dios, del Evangelio, de Cristo, ésta es clara y contundente en cuanto a la dimensión hospitalaria, concibiendo el monasterio como una casa siempre abierta a recibir a quien llega y recibirlo como al mismo Cristo. Es tradicional por ello la hospitalidad Benedictina.
A eso podemos agregar, recordando simplemente de paso que los primeros evangelizadores de Europa fueron precisamente los monjes. Cuando los Papas buscaban llevar el Evangelio a las regiones totalmente paganizadas, solían enviar a un grupo de monjes que fundaran un monasterio y desde allí se irradiaba la Buena Noticia, primero que nada, por el ejemplo de la propia vida, ejerciendo desde el claustro un influjo atractivo, decisivo.
Hoy los tiempos han cambiado, pero la vida monástica sigue llevando adelante su misión evangelizadora, aunque más discreta que en tiempos anteriores, no por ello menos eficaz. Como en el cuerpo hay distintos miembros, y no todos son pies, no todos son manos, la vida monástica, como lo han repetido varios Papas es el alma del cuerpo de la Iglesia y su primer misión es velar en oración y sostener a todo el cuerpo con sus oraciones, vigilias, ayunos, retiro del mundo. A su vez, y es uno de los objetivos de la experiencia que con sencillez intento llevar adelante en la Arquidiócesis de Montevideo, los monasterios son o desean ser siempre como «un oasis espiritual» un lugar que favorezca el encuentro con Dios en el silencio y la liturgia, la hospitalidad y caridad.
Así resumiendo, podríamos decir que la apertura y la salida en mi vida monástica se configuran en la hospitalidad y fraterna acogida, tanto con el que llega de paso, como con el que viene a pasar unos días de retiro, como el que busca vivir una vida en exclusividad para Dios, que unida a Cristo se ofrece para la gloria de Dios, extensión de su Reino, bien de la Iglesia y salvación de las almas.
María: Materialmente hablando, las puertas de nuestra casa están cerradas, y no salimos a hacer misión. Con una mirada superficial, podría parecer contradictorio a lo que nos pide el santo Padre si no se conoce lo que vivimos dentro. Somos hermanas contemplativas, mujeres orantes.
Primero que nada, cada una de nosotras tenemos la responsabilidad de ser en nuestra vida personal “casa de puertas abiertas”; para así poder ser una comunidad entera de puertas abiertas siendo mujeres de encuentro con Dios y la humanidad.
Creemos que nuestra apertura a Dios, que es encuentro con Él, este “trato de amistad” -como le gustaba decir a santa Teresa- es espacio de transformación para nosotras, como para toda la Iglesia y la humanidad. La oración no es simplemente para provecho personal, sino para el bien de la Iglesia. Para eso estamos llamadas aquí.
Nuestra santa Madre Teresa de Jesús es muy tajante al recordarnos en sus escritos que si nuestra vida no la vivimos orientadas al servicio de la Iglesia, no estamos viviendo para lo que fuimos llamadas. Por tanto, desde nuestra vida orante somos Iglesia en salida, misioneras. Queremos ser como otras “María”; así como ella fue una mujer atenta a las necesidades de los otros, dándose cuenta que faltaba vino en las bodas de Caná, así nosotras le presentamos al Señor las necesidades de la humanidad.
Nuestra vida de oración no es únicamente oración de petición a Dios, sino que es encuentro con Él y las hermanas. Desde este encuentro, permaneciendo unidas a Él es como damos fruto (Jn 15,5). Santa Teresa Benedicta de la Cruz decía “Los acontecimientos visibles de la historia de la Iglesia que renuevan la faz de la tierra se preparan en el diálogo silencioso de las almas consagradas a Dios”.
Nuestra vida de oración no se reduce solo a los momentos que rezamos frente al Sagrario, sino también se traduce en la vida fraterna de cada día. Seremos comunidad de puertas abiertas a la humanidad mientras seamos espacio de encuentro y apertura a la hermana que tenemos al lado como también a las personas que se acercan a nuestra casa buscando encontrarse con Dios y consigo mismas. Ofrecemos espacio para hacer retiros y rezar junto con nosotras, como también espacio de escucha para quien quiera hablar con nosotras.
Somos Iglesia en salida, saliendo de nosotras mismas para buscar al Señor en la cotidianeidad de una vida orante sencilla y fraterna. Queremos testificar con nuestra vida que a quien salimos a buscar y a anunciar, es quien nos habita y nos busca Él primero incesantemente. ¡Somos morada de Dios!
Gracias queridos María y Néstor, deseamos que la Virgen Nazarena, contemplativa por excelencia, los siga guardando en su Corazón Materno!
Jorge Márquez, jardinero.
(Dedico este humilde artículo a las queridas Carmelitas Descalzas de Florida y a las Benedictinas de El Pinar, quienes, en la más oscura de las noches, que nos tocó vivir en mi familia, se manifestaron con nosotros como las más fraternas, atentas y cercanas !! )
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