“EL EVANGELIO, PALABRA POR PALABRA”
Mientras se espera conocer la fecha de la canonización del p. Charles de Foucauld, se ha conocido la noticia de la futura beatificación, por ahora venerable, de la hermana Magdeleine de Jesús Hutin (+1989), que se inspiró en la espiritualidad del p. Charles y fundó la Fraternidad de las Pequeñas Hermanas de Jesús.
Nacida en París, se sintió llamada a peregrinar al desierto del Sahara para rezar sobre la tumba del p. Charles, asesinado en Argelia. Magdeleine y una compañera cruzaron el desierto en camello durante doce días para dar con esa tumba en El Golea.
Quiso consagrarse con los votos a Dios y en la oasis de Touggourt en 1939 fundó su primera Fraternidad con Hermanitas que vivían bajo tiendas.
Volvió a Francia recorriendo el país para buscar candidatas para la misión y ofreciendo 600 conferencias sobre la vida en el desierto. A las primeras novicias les pidió que fueran “hermanitas insignificantes, de las que nadie hace caso y hasta provocan sonrisas. Queremos ser una pequeña y humilde congregación. Que sean humanas y cristianas, antes que religiosas. Cuanto más plenamente humanas serán, más totalmente religiosas serán. Desarrollen al máximo su personalidad para ponerla al servicio de Cristo. No se les pedirá en nombre de la modestia religiosa que vivan con los ojo bajos sino que los abran bien para descubrir la miseria y también la belleza de la vida humana, sin actitudes austeras y distantes; tenemos que dar un testimonio gozoso de Aquel que nos ama. Que sean una sonrisa para el mundo; si ustedes fueran tan solo esto, un pequeño rayo de sol que penetra en una pieza oscura y gélida para iluminarla y calentarla, eso bastaría”.
En 1944 viajó a Roma para presentar a Pio XII el proyecto de una congregación “obrera, contemplativa y nómada”. Tenía un ideal de pobreza, de vida y trabajo entre los más pobres del desierto, imitando a Jesús en sus treinta años de vida en Nazaret. A partir de la aprobación, no sin dificultades, de su instituto la actividad de Magdeleine fue asombrosa y a los veinte años ya había reunido vocaciones de sesenta países de todos los continentes.
A sus Hermanitas les pidió que vivieran del trabajo manual, sin renta ni dotes. “Que a nadie se les ocurra llamarlas “reverendas madres”. Vivan, alójense y viajen como los más pobres; como Jesús que no perdió su dignidad al hacerse un pobre trabajador. Vayan preferentemente allí donde nadie va, donde la Iglesia no está todavía presente. Estén dispuestas a ir hasta el fin del mundo para llevar allí el mensaje del Evangelio y ser testigos de Cristo”.
Campeona del ecumenismo y del dialogo interreligioso, rodeada de gente musulmana, sin embargo afirmaba que “puede existir una amistad sincera, un afecto profundo entre personas que no son de la misma religión, ni de la misma raza ni del mismo ambiente social”. Eran afirmaciones y proclamas realmente audaces. La consigna de Magdeline para sus discípulas era “Háganse árabes con los árabes, nómadas con los nómadas, obreras con los obreros, adoptando su idioma, costumbres y mentalidad”.
Era sorprendente en aquel tiempo, mucho antes del Concilio, encontrar religiosas viviendo y vistiendo como los beduinos en pleno desierto del Sahara o trabajando como obreras en una fábrica de montajes eléctricos, viajando en roulotte con los gitanos, trabajando en ranchos de periferia, entre los esquimales o pigmeos de África.
Uno de los consejos de Magdeleine era: “No teman; vayan ligeras, aún más ligeras que las burbujas, en los rincones más lejanos y apartados sin mirar por atrás, para enterrarse como levadura en el corazón de las masas y así levantarlas”. Por todas partes le pedían a Magdeleine que se ocupara de colegios, hospitales, dispensarios…; y ella respondía: ”Nosotras tenemos un solo fin: hacernos iguales a los que el mundo desprecia para amarlos en plan de igualdad. Nuestra misión es desbrozar y sembrar. No seré feliz hasta que no haya encontrado a la tribu más olvidada del mundo, al hombre más pobre para decirle: “El Señor Jesús es tu hermano y me envía a mí para acompañarte”.
Cuando estalló la crisis de los curas obreros, Magdeleine obedeció al Papa pero dijo: “No permitiremos que se denigren a los curas obreros por parte de los que nunca han entrado en la problemática del mundo obrero. Es muy fácil para los que cómodamente se calientan al fuego en este crudo invierno, criticar la imprudencia apostólica de los que se arriesgan en algo nuevo y difícil”.
Su amplitud de horizontes era impresionante. Apuntaba a Rusia ya los países del Este europeo en tiempos de persecución. En sus viajes, sobretodo en el este y en Rusia, acompañada por unas Hermanas, usaba una casa rodante, llamada “Estrella fugaz”, equipada como una roulotte donde guardaba el Santísimo.
En 1979, a los 81 años, emprendió un viaje a China. A sus Hermanitas las encontramos en Palestina, en Afganistán a lo largo de 60 años, en Camerún, en la India y en todas las periferias más populosas del mundo, inclusive fuera de Roma en la zona de Tre Fontane donde en 1973 recibieron la visita de Pablo VI, su bienhechor. Hoy hay unas 300 Fraternidades esparcidas en los cinco continentes.
Lo que animó siempre la vida de Mgdeleine fue el Evangelio (“hay que retomar en manos el Evangelio palabra por palabra”) y la Eucaristía; su jornada empezaba con la adoración a Jesús Eucaristía en el sagrario y seguía en la calle (“no estoy tan cerca de Dios como cuando estoy en la calle”). Quería vivir pobre entre los pobres. Aspiraba a “gritar el Evangelio con la vida”. El 6 de noviembre de 1989 Magdeleine falleció a los 91 años cuando solo podía moverse en un sillón de ruedas. El 10 de noviembre, día de su funeral, se derrumbó el muro de Berlín como un signo de Dios quizás, en homenaje a esa mujer que tanto había hecho para el bien de esos pueblos, más allá del telón de acero.
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