El padre Rutilio Grande había sido formador del clero y cuando fue nombrado párroco rural de Aguilares, se dedicó a llevar a la práctica las enseñanzas del Concilio y de Medellín, promovió las comunidades eclesiales de base, los delegados de la Palabra, defendió los derechos de los campesinos frente a los atropellos de los terratenientes.
Decía: “La sociedad tiene que ser como una mesa grande, con manteles largos para todos, donde para todos haya que comer y un lugar para sentarse”. Y añadía: “El cristiano no tiene enemigos sino hermanos y por más que otra vez vendan a Cristo por unas monedas, no los odiamos”.
Rutilio Grande tenía 48 años y mientras viajaba en jeep con dos laicos campesinos sus colaboradores, para rezar misa en una localidad, el 12 de marzo de 1977 fue objeto de una emboscada y los tres fueron ametrallados; sus cuerpos se encontraron llenos de balas. Un cura colombiano, el padre Mario Bernal, párroco de Apopa, que también luchaba en favor de los campesinos había sido detenido, encarcelado y torturado y finalmente expulsado.
El padre Rutilio el 13 de febrero de 1977 apoyó una manifestación en favor del padre Bernal y en la misa denunció estos atropellos en lo que fue llamado “el sermón de Apopa”. Decía: “Es peligroso, prácticamente ilegal, ser cristianos hoy en nuestro país. Mucho me temo que pronto el evangelio y la biblia no podrán entrar en nuestras fronteras, porque sus páginas son subversivas. Mucho me temo que si Jesús de Nazaret volviera como en aquel tiempo bajando de Galilea a Judea, es decir de Chalatenango a San Salvador, me atrevo a decir que no llegaría, con sus homilías y acciones, hasta Apopa. Lo detendrían allá, a la altura de Guazapa; lo pondrían preso y lo llevarían a la Junta Suprema por anticonstitucional y subversivo, revoltoso, judío extranjero y lo volverían a crucificar. ¡Ay de ustedes hipócritas que del diente al labio se hacen llamar católicos y por dentro son inmundicia y maldad y crucifican otra vez al Señor en el humilde trabajador del campo!”.
Con estas palabras Rutilio firmó su sentencia de muerte. El arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero, su amigo, acudió a celebrar el funeral y dijo: “Si lo han asesinado por lo que hizo, yo tengo que seguir por el mismo camino”. Después pasó horas escuchando a los campesinos locales y el domingo siguiente suspendió todas las misas en la arquidiócesis; tan solo él celebró misa en la catedral con la presencia de 150 sacerdotes y cien mil feligreses. Por no obtener justicia por el crimen, se negó a participar definitivamente en todos los actos oficiales del gobierno. Romero decía de Rutilio: “Ha sido nuestro primer mártir”. En la inolvidable película “Romero” se destaca su amistad para con Rutilio y el influjo que tuvo este sobre aquel.
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