El 9 de agosto pasado la organización nacional de los pueblos indígenas de Brasil (APIB) presentó una denuncia oficial a la Corte Penal Internacional de La Haya contra el presidente Jair Bolsonaro por los delitos de genocidio y ecocidio. Eso se debió, según la denuncia, a la incapacidad del sistema judiciario brasilero para investigar y juzgar los delitos que se cometen contra los pueblos indígenas.
Por su parte el obispo presidente del CIMI, Roque Paloschi, declaró: “El escenario que tenemos en Brasil es de total violación a los derechos humanos de los pueblos indígenas, que ya han sufrido a lo largo de 521 años el exterminio, la violencia sistemática: física, cultural y territorial. Es el propio estado brasileño que promueve estos atropellos, y ahora el mismo presidente de la república. Los derechos de los pueblos indígenas han sido conquistados después de mucha lucha, pero actualmente hay sectores interesados que promueven la intolerancia y la discriminación aprovechando la actual coyuntura política de desgobierno”.
Ha escrito Leonardo Boff: “El presidente Bolsonaro pone a Dios por encima de todos y lo tiene constantemente en sus labios, pero en la práctica lo niega en todo momento con su odio a los negros, a los quilombolas, a los indígenas, a los pobres. Su práctica niega a Dios y lo convierte en un ateo práctico y perverso. Es preferible un ateo ético que vive los valores de la justicia, la solidaridad, el cuidado del prójimo incluyendo a la naturaleza, a un cristiano indiferente a todos estos problemas. El presidente se ha acostumbrado a la mentira hasta el punto que no se sabe cuando dice la verdad o simplemente dice otra mentira. Nunca ha visitado un hospital para ver la dramática situación de los enfermos de pandemia y la muerte por asfixia de cientos de personas como ocurrió en Amazonia”.
En un duro manifiesto firmado por varias personalidades, incluido el arzobispo de Sao Paulo Odilio Scherer y otros líderes religiosos, se ha denunciado “una crisis sanitaria, social, económica y política de grandes proporciones”, se ha reclamado respeto a la Constitución y a elecciones democráticas libres en contra de posibles “aventuras autoritarias”. Inclusive Bolsonaro está perdiendo el crucial apoyo de los evangélicos que en 2018 lo votaron masivamente.
Según el Instituto Datafolha, el 70% de los evangélicos en la segunda vuelta de 2018 votaron por él, debido a su discurso de moral cristiana, derechos de la familia, lucha contra la corrupción y para impedir la victoria del Partido de los Trabajadores (PT). Pero su agresividad, su conducta en la pandemia, su defensa de la violencia y las armas, su aprecio por la dictadura, su uso de la religión para captar votos hacen que su popularidad haya bajado drásticamente.