Nos habíamos acostumbrado a llamar “paganos”, “infieles” e “idólatras” a millones de creyentes de otras religiones que sin culpa propia no han conocido a Cristo pero adoran a Dios siguiendo su conciencia y practicando su propia religión. El Concilio nos ha enseñado que Dios está presente de alguna manera también en esas religiones y en esas personas de buena voluntad con valores muchas veces comunes a los nuestros y con aportes valiosos de los que podemos aprender.
De eso se habló en la reciente Semana de Misionología en España sobre el tema del diálogo interreligioso. Llamó la atención la intervención del cardenal Cristobal Lopez de Rabat (Marruecos), proveniente de un país totalmente musulmán y que dijo: “Cuando se condena o se desconfía de los musulmanes en bloque, se comete un grave error. Tengo amigos musulmanes que darían la vida por mí. En vez de hablar tanto de los musulmanes, mejor sería hablar con ellos para conocerlos de veras. De los musulmanes he aprendido la omnipotencia de Dios y la importancia de la oración. Cristianos y musulmanes podemos convivir como hermanos y amigos. Juntos podemos construir lo que nosotros llamamos Reino de Dios y ellos “el mundo según Dios quiere”. La de ISIS ha sido y es una postura extrema y minoritaria, condenada por la mayor parte de los musulmanes. Son más los musulmanes muertos a manos de ISIS que los cristianos. Este fanatismo islamista se ha difundido en distintos países africanos, sobre todo en el Sahel, por motivos políticos y con distintos nombres. Hacen noticia en la prensa por sus crímenes, pero son grupos minoritarios; y hacen mal los medios de comunicación a darles trascendencia porqué con esta publicidad negativa ensombrecen el diálogo con los verdaderos musulmanes. Tampoco hay que invocar el criterio de la reciprocidad: si no nos dejan construir una iglesia en África, no le dejamos construir una mezquita en Europa. Si Dios tuviera ese criterio con los cristianos, nadie se salvaría. El cristiano debe amar como Dios ama y no buscar contrapartidas. El musulmán nunca leerá el Evangelio, pero podrá encontrarlo vivo en el testimonio de los cristianos. En el amor desinteresado está la clave del verdadero diálogo; hay que hablar con los musulmanes como amigos y personas apreciadas. No tenemos que enseñar sino dialogar, lo que significa saber escuchar y estar dispuestos también a aprender algo, sin renunciar de nuestra fe”.
Preguntado sobre la falta de sacerdotes y misioneros dijo: “Cuando me hablan de crisis vocacional o de crisis de la Iglesia, yo me río. Lo que hay son menos sacerdotes pero hay muchos más laicos comprometidos en la Iglesia. Gracias a la falta de sacerdotes hay ahora directores laicos de colegios católicos, gente que trabaja en catequesis, liturgia, pastoral de la salud, pastoral matrimonial y familiar, justicia y paz y lo hacen estupendamente bien. Como Iglesia debemos ser signo del Reino; para ser signo no importa el número y la cantidad sino la calidad. Y sabiendo que Dios es amor, su Reino está allí donde hay amor, justicia y paz. Lamentablemente existen lugares en los que hay mucha Iglesia, pero poco Reino”.
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