
Murió el pasado 5 de julio el sacerdote jesuita indio p. Stan Swamy en un hospital de Mumbai, bajo custodia policial por haber sido trasladado allí el 28 de mayo desde la cárcel y haberse infectado del Covid. El sacerdote había sido arrestado y enviado a la cárcel en octubre del año pasado, con la acusación de conspirar contra el país al ser terrorista y comunista maoísta.
En realidad había dejado su cargo de director del Instituto de Estudios Sociales de los jesuitas y la enseñanza, para dedicar su vida (más de 30 años) a los que son marginados por la sociedad en la India, como son los tribales, los dalit, los indígenas.
Cuando lo arrestaron, estaba luchando por la libertad de tres mil jóvenes tribales que estaban en la cárcel con las mismas acusaciones que después lanzarían contra él. Por defender las tierras y los derechos de estas minorías, sobre todo de la comunidad indígena ADIVASI, fue repetidamente amenazado de muerte y las falsas acusaciones lo llevaron a la cárcel. Tenía 84 años y el mal de Parkinson. Le temblaban las dos manos y con dificultad podía alimentarse e higienizarse; en la cárcel se infectó también del covid 19.
Dos mil personalidades del país (académicos, escritores, periodistas, abogados, artistas, activistas…) firmaron un llamado público para la liberación de Swami y los obispos se entrevistaron con el ultranacionalista presidente de la India Narendra Modi. Intervino la ONU. Todo fue inútil.
En el mensaje decían los firmantes: “Rehusarse a liberar a una persona anciana y enferma, con movilidad limitada y ningún antecedente de violencia contra nadie, va más allá de cualquier comprensión. Se trata de una persona extremadamente gentil, honesta y desinteresada. Tenemos el mayor aprecio por él y su trabajo en favor de los más desheredados”.
Frente a la muerte de este sacerdote escribió el cardenal birmano Charles Bo presidente de los obispos asiáticos y en nombre de ellos: “Lamentamos la muerte de este mártir de los marginados y la tragedia desgarradora de un hombre inocente perseguido tan solo por hacer el bien. El padre Swamy ha seguido el camino no violento de Gandhi y Madre Teresa con un gran amor por los más pobres. Este es el último santo de los pobres de la India moderna. Extendió su sacerdocio a la calle y rompió el pan de la Buena Nueva de la dignidad humana y de la justicia social entre los humildes que desde hace tiempo viven un despiadado vía crucis por culpa de la avidez de las empresas multinacionales que trajeron el virus ecológico y por las leyes injustas del país. Ha muerto como un verdadero discípulo de Cristo”.
Para el funeral fue revestido de la casulla roja, como para los mártires, con el cáliz y el rosario en las manos. En un comunicado los jesuitas aseguraron que “en los últimos años en la India se ha dado una erosión de la democracia y cualquiera que se atreva a oponerse o criticar las políticas del gobierno, termina mal”.
El mismo Swamy pidió oraciones y envió un mensaje grabado que decía: “Lo que me está sucediendo no es a mí solo, sino que se da en todo el país. Estoy contento de formar parte de este proceso, porque no soy un espectador silencioso sino parte de este juego y estoy dispuesto a pagar el precio por ello, sea cual sea”. Dejó escrito: “Si no eres solidario con los que sufren y con los que son atropellados en sus derechos fundamentales, tu vida religiosa o tu humanismo es tan solo superficial”.
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