
Con estas palabras el papa Francisco se adhirió a los festejos de la Unesco el 8 de julio para el cumpleaños n.100 del famoso filósofo y sociólogo francés Edgar Morin. El Papa habló del destacado escritor y científico como de “un testigo privilegiado de los profundos y rápidos cambios de nuestra época y un atento observador de los posibles riesgos de la humanidad…
…Promovió la ciencia con conciencia, pidió que el progreso de la ciencia y la tecnología se diera junto con el progreso moral e intelectual para evitar catástrofes, una renovación de la democracia, una política de civilización centrada en el hombre y no en el dinero, más colaboración entre los pueblos, una sociedad más justa y humana con lazos de convivencia y solidaridad”.
Morin, de origen judío, se declara no creyente; fue miembro del partido comunista de joven pero se alejó del partido en 1949 y fue expulsado en 1952 por haber condenado los horrores estalinistas.
Morin respeta las religiones. Escribe: “Todos los esfuerzos para erradicar la religión han fracasado. La religión es una realidad antropológica. La contribución de las religiones para salvar el planeta es indispensable”.
El 27 de junio de 2019 fue recibido por el papa Francisco en el Vaticano y dijo de él: “Francisco representa lo más elevado en la conciencia del destino de la humanidad” y lo aprecia porque ha vuelto a hablar de los pobres (“en Europa los hemos olvidado”).
Es admirador de la encíclica “Laudato si” y afirma: “Vivimos hoy en una especie de desierto del pensamiento y nos hemos olvidado de la que el Papa llama “casa común”, expresión ya usada por Mijail Gorbachov. Hace falta tener hoy una mirada global como en este texto muy bien pensado, donde se dice que todo está conectado y se habla de ecología integral. Es un texto humanista, pero no en el sentido de que el hombre tome el lugar de Dios, lo que sería totalmente insensato. Creo que esta encíclica es el punto de partida para una nueva civilización. Con la pandemia hemos sido condenados a reflexionar sobre nuestra vida, sobre nuestra relación con el mundo y sobre el mundo mismo, sobre nuestro destino común. Hasta ahora la reducción de las distancias no ha favorecido un diálogo entre los pueblos; por el contrario se ha vuelto al cierre identitario en sí mismo de cada país. Vivimos en un gran mercado planetario que no ha sabido suscitar anhelos de fraternidad entre los países. Con la pandemia, nunca como hoy tomamos consciencia de la necesidad del otro. ¿Sabremos sacar las lecciones de esta pandemia, logrando la regeneración de la política, una real protección del planeta, una mayor humanización de la sociedad?”.
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