…una reflexión acerca de cómo vivimos la llegada de la ancianidad
Por Roberto Torres Collazo

El anciano Chendo tiene 85 años, de cabello blanco como la nieve, de cuerpo encorvado y delgadito, de lentos movimientos, tiene diabetes, problemas respiratorios y ha sido operado del corazón. Reside con su joven hija María, su marido Juan y su nieta adolescente Rosita en una gran ciudad. El problema para esta familia es que Chendo chava mucho como decimos en Puerto Rico, es decir, molesta, incomoda mucho con sus constantes pedidos.
Chendo pasa buena parte del tiempo en su cama debido a su edad y delicados problemas de salud. Todo lo pide: las medicinas, la comida, el café, el agua, que lo ayuden a bañarse, que le cambien las sábanas de la cama, mientras su familia vive protestando de todos los reclamos y pedidos de Chendo. Las expresiones en voz alta y a veces en voz baja son: “¡Que muuuucho jode este viejo!” “¡Dios mío cuándo este viejo se morirá!” “¡No puedo ahora estoy en el celular!” “Estoy viendo TV” “Voy para una fiesta! “Tengo que ir a trabajar”.
A Chendo le gusta escuchar en su viejo Radio las carreras de caballos. Si un alma de Dios, vecino o amiga, lo acompaña al mercado, aprovecha para jugar en la agencia hípica boletos para las apuestas; aunque sea dos dólares. Un buen día Juan recibe una llamada telefónica de la agencia hípica donde decía que Chendo se había pegado con ¡un millón de dólares!. La explosiones de emociones no se hicieron esperar. Juan mirando al cielo, con los brazos en alto y gritando ¡somos millonarios!, María y su hija bailaban de alegría, se besaban y abrazaban muchas veces. Los gritos de júbilo eran tantos que los vecinos se enteraron. Mientras Chendo celebraba también aceptando besos y abrazos.
Todo cambió. La hija de María comienza a atenderlo de buena gana, hasta frecuentemente le hace regalos como comprar helado para después de las comidas, se sienta en su cama para escuchar las anécdotas del abuelo, su nieta lo ayuda a bañar, Juan y María le piden que por favor cuando cobre el premio que les compre una casa un carro nuevo. Chendo le promete que así será. Chendo era el rey de la noche a la mañana. Todo era en tono de voces suaves y bajito: “¿Deseas algo papi?” “¿En qué puedo servirte?” “¿Quieres hoy tu comidita favorita?” “Viejo estoy para tí”.
Su nieta Rosita le pidió un viaje por Europa con todo pago. Cosa que Chendo también le prometió. Ella no lo podía creer, que su sueño se le cumpliría tan pronto en la vida. Su nieta le compra nueva ropa interior, revistas sobre caballos, lo lleva a recortar su cabello, le dice lo mucho que lo quiere y le da sus medicamentos. En otra ocasión también le pide al abuelo: “Abuelo, cuando termine mis estudios de secundaria quiero montar un salón de belleza, ¿Verdad que me compraras uno?”, “Si hijita, claro, tu sabes que tu eres la querida de abuelo”.
Un domingo en la mañana creyendo que toda su familia dormía, sin hacer el menor ruido tomó sus espejuelos y llamó por teléfono a su amigo que trabajaba en la agencia hípica, en voz baja agradeció haber mentido llamando a su familia para anunciar que él se había llevado el premio. Para su mala suerte, en ese preciso momento salía del baño su nieta y logró escuchar detrás de la puerta la conversación. Corrió al cuarto donde dormían sus padres y les dijo la verdad.
El anterior relato está inspirado en la obra teatral “Como Chava Chendo” del gran director y dramaturgo argentino Carlos Ferrari. En la vida real hay muchos Chendos y Chendas también, que son marginados, ignorados, abandonados, maltratados psicológica o físicamente por parientes. Hay hijos e hijas que viven distante que rara vez o nunca llaman a Chendo para saber de su salud o si necesita algo. Y si lo tratamos bien, los recordamos quizás en el Día de los Padres o Navidad… el resto del año nada. No faltan también aquellos hijos que nunca buscan a sus ancianos padres pero cuando necesitan….. A veces si el viejo (como le llamamos cariñosamente) tiene una herencia, aunque pueda ser pequeña, no faltará quien entre hermanos o hermanas se la peleen pero cuando él estuvo anciano y enfermo no hicieron nada por él. Y no faltan los que en vida nunca se preocuparon por su padre o madre, pero sin embargo cuando fallece corren a llorar y con ataques sentimentales al velorio. Vale recordar las palabras del Efesios 6, 1-3: “Honra a tu padre y tu madre, que es el primer mandamiento con promesa para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra”.
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