La Espíritu Santa: un Dios con entrañas de mujer

primer plano de un fuego encendido en una estufa a leña. son astillas grandes y arden muy bien. la llama es bien amarilla y alta. hay poco humo.La primera vez que escuché llamar a Dios desde lo femenino fue en una misa en el Cerro. Celebraba un jesuita, un hombre que en su ser sacerdote tenía pequeños (grandes) gestos en la eucaristía que me mostraron una Iglesia diferente, y -sobre todo- una imagen de Dios que distaba mucho de la que tenía desde mi ferviente ateísmo anticlerical con el que llegué a la comunidad.

Rezaba así el buen cura: “…y Dios, que es buen padre y buena madre, nos bendiga…”. Simple, ¿no?, concreto, parece hasta insignificante la oración, y sin embargo en una eucaristía llena de mujeres, madres, hijas, tías, abuelas… cuánta importancia tenía. ¡Qué regalo reconocernos también creadas a su imagen y semejanza!

Este mismo sacerdote, acompañó una forma de compartir la Palabra, el saber, la intuición de la comunidad parroquial en sus misas -de la mano de una comunidad aguerrida y participativa como la de Ntra. Señora de Fátima-, que en lo personal me habló siempre de la Espíritu, de ese aliento femenino de Dios en nosotras, en nosotros.

En el templo se colocaron los bancos en círculo, para no ver sólo el altar, sino a nuestros/as hermanos/as, donde también habita Dios. Y él siempre después de comentar la Palabra, pasaba el micrófono a todos/as y cada uno/a de los/as fieles que quisieran también hacer su “pequeña homilía”. Como haciéndole sitio al viento de la Espíritu que pasa, y que es aliento de vida compartida desde la horizontalidad del don de la fe.

El Dios en el que creo, y que creo gracias a personas como este jesuita, es un Dios con entrañas de mujer. Y cuando fui adentrándome en el conocimiento del Dios trino, siempre me llamó la atención la figura del “Espíritu Santo”.

Ese personaje un tanto anodino, casi secundario por momentos, esbozado como una paloma blanca, que acaba siendo el principio y fin de todo lo que es Dios.

Es este personaje, la Espíritu quien estaba al comienzo de los tiempos, aleteando sobre el caos, poniendo orden y creando (Gen, 1: 2). Es esa persona de la trinidad que precede a Jesús, que anima a los profetas y las profetizas para que hablaran por boca de su Santo Espíritu. Y es el regalo que permanece hoy con nosotras, con nosotros dos mil años después, obrando, soplando, dando aliento y fuerzas cuando todo tiende a apagarse. (Juan, 14, 15:31)

Un Dios con entrañas de mujer

Una Espíritu Santa que porta y engendra vida en movimiento. Que sostiene los procesos infinitos de seres inacabados en busca de Dios. Que anima a quienes no tienen esperanza, fuerzas, fe. Que alimenta a quienes tiene hambre de justicia, y consuela a quien pierde lo poco que tiene por quienes no practican lo que profesan en su fe.

Una Espíritu Santa que busca la comunidad anclada en la horizontalidad de experiencias y saberes. Que espera la humildad y el encuentro entre quienes nos decimos hermanos y hermanas. Que enciende el fuego de los/as pequeños/as y les anima a alzar su voz.

Una Espíritu Santa que nos sueña plenas y nos concibe, incluye, define: mujeres. Que nos ve más allá del planchado de las estolas, y los detalles de los manteles, y de las flores, y los carteles.

Una Espíritu Santa que es Dios. Y que en su ser mujer, y su ser varón, ha venido a hacer arder el mundo entero con un soplo tan suave como abrazador.

Que podamos recibirle, hacerle sitio, dejar que sople donde quiera y como quiera. Y que la Iglesia, también madre, acoja hoy y siempre a la Espíritu que la parió.

 

Eliana Cedrés

Miembro Familia Espiritual Carlos de Foucauld