El sacerdote español Javier Sanchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero, hace estas reflexiones para Religión Digital: “Normalmente no se cree que un preso pueda llegar a rescatarse ni a nivel jurídico, ni por los guardianes de la cárcel, ni por la misma sociedad ni por la gente común. Prueba de ello es que los antecedentes pueden seguir vigentes por varios años incluso después de haber cumplido la pena, impidiendo volver a una vida normal…
… La cárcel y su problemática, los presos y su vida son temas que no se venden en ninguno de los espectros políticos; públicamente nadie dice nada sobre estos argumentos. No se piensa que detrás de cada preso hay una persona humana con una problemática distinta; que detrás de cada uno de ellos hay unos familiares que siguen sufriendo cada día y por años el estigma social de tener un familiar preso. Siempre que se piensa en los presos, enseguida brota la idea de que algo habrán hecho por encontrarse allí; por lo tanto si están en la cárcel es porque se lo merecen. Estas afirmaciones se dan inclusive dentro de nuestras comunidades cristianas. La palabra “cárcel” solo sigue siendo signo de delincuencia, no de recuperación; y solo interesa cuando hay alguna fuga o problema de corte negativo. Los presos son los que merecen ser castigados para que los buenos tengamos seguridad. Se los cataloga como “mantenidos” tal como se hace con los que hacen cola para recibir una ayuda del estado y no morirse de hambre en tiempos de pandemia o por falta de trabajo. Hablar de la cárcel sigue siendo un tabú del que mejor no hablar, para evitar quedar mal con la gente bien. Ni imaginamos la soledad de los presos que dura años y protestamos por estar cerrados en casa unos meses por la pandemia. Jesús ha tomado partido por los excluidos, los marginados, los pecadores y a todos les ha dado oportunidad para rehacer su vida y empezar de nuevo. Sus palabras más duras fueron para los fariseos que se creían los buenos y despreciaban a los que consideraban como los malos (Lc 18,9-14). Frente a Dios todos somos pecadores perdonados. Así se autodeclaró el papa Francisco frente a los presos de la cárcel de Palmasola (Bolivia) el 10 de julio de 2015. Hay que ver a las personas por encima del delito cometido y creer en sus posibilidades. La realidad penitenciaria es desconocida por la sociedad y por muchos católicos; allí hay muchas personas decididas a cambiar su vida y que solo buscan un apoyo, una palabra cálida, de aliento y confianza”.
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