(NUNCA sin el OTRO) LOS MÁRTIRES DE GUATEMALA

(la persecución olvidada)

El pasado 23 de abril en la diócesis de El Quiché (Guatemala) fueron beatificados diez mártires, siete laicos y tres sacerdotes, masacrados en odio a la fe entre 1980 y 1991. Presidió la celebración el cardenal guatemalteco Álvaro Ramazzini, amenazado también él en otras ocasiones de muerte y cuyo lema pastoral es: “Ay de mí si no evangelizo”.

El 6 de febrero de 1996 en su visita a Guatemala el papa Juan Pablo II recibía de manos de los obispos una larga lista con los nombres de catequistas y misioneros laicos que habían derramado su sangre por la causa del Evangelio. En aquella ocasión dijo el Papa: “Quiero rendir un caluroso y merecido homenaje a los centenares de catequistas que, junto con algunos sacerdotes, arriesgaron su vida e incluso la ofrecieron por el Evangelio. Con su sangre fecundaron para siempre la tierra bendita de Guatemala”. En Guatemala no se luchó contra la religión  cristiana, pero se eliminaron a los que profesaban la fe en Jesús y su Evangelio. Decía el p.Hermógenes Lopez: “Si mi misión es dar la vida, así lo haré; pero nunca me echaré atrás en las causas evangélicas que estoy defendiendo”. Después de haberlo asesinado mientras conducía su vehículo en una zona rural para celebrar misa en una comunidad, la policía trajo el cadáver a la comisaría del pueblo; pero la gente le arrebató el cadáver a la policía y a los bomberos y lo llevó a la iglesia y allí se quedó para custodiarlo hasta que llegara el cardenal Casariego.
Cuando el 10 de julio de 1980 fue asesinado el p. Faustino Villanueva, el pueblo recogió su sangre mezclada con arena y la llevó en procesión por el pueblo con suma veneración y en el momento del ofertorio de la misa la levantaron en alto ofreciendo a Dios también la sangre del sacerdote. El p.Juan Alonso a los feligreses que le pedían de huir para salvarse, como respuesta agarró con su puño fuerte la cruz que llevaba sobre el pecho y dijo: “Por El me  hice sacerdote”. Pocas horas después, yendo a celebrar la misa a otro pueblo con su moto montañesa, fue interceptado y asesinado.
Lo más memorable sin embargo de esa época fue la persecución y el martirio de numerosos laicos. Los aparatos de seguridad del Estado llegaban a las casas, apresaban a catequistas y agentes de pastoral y muchas veces los hacían desaparecer. En casi todas las aldeas los oratorios y capillas fueron cerrados por orden del ejército. No se permitían reuniones públicas; muchas de las capillas fueron incendiadas y destruidas. Un sector grande de la población huyó a la montaña para esconderse y sustraerse a las grandes redadas del ejército que castigaba a las poblaciones en búsqueda de la guerrilla. En determinado momento se dio una explícita persecución contra la Iglesia que había decidido animar una práctica pastoral a partir de la opción preferencial por los pobres, la defensa de sus derechos y la lucha por la vida; se la acusaba falsamente de infiltración marxista, apoyo y complicidad con  los guerrilleros. La persecución contra la Iglesia se dio sobre todo durante el gobierno del general Efraín Rios Montt que se creía enviado por Dios y era predicador activo de una secta fundamentalista proveniente de Estados Unidos y agresivamente anticatólica. El general fue juzgado por genocidio y crímenes de lesa humanidad, condenado  a 80 años de prisión y después indultado.

LOS NUEVOS BEATOS

Entre los nuevos beatos se destaca la figura de Nicolás Tum Castro que iba de casa en casa manteniendo viva la fe, rezando con la gente el rosario y compartiendo la Palabra de Dios. Era un indígena catequista y ministro de la Eucaristía. A mediados del año 1980 habían prohibido las reuniones y celebraciones en las capillas y ya quedaban pocos sacerdotes. Nadie se animaba a ir a las iglesias por miedo a ser denunciados como terroristas. Sin embargo el trabajo pastoral logró mantenerse gracias a los catequistas. Decía Castro: “Si no nos dejan reunirnos en la capilla, lo haremos en la montaña, en las cuevas o de noche en nuestras casas. En este tiempo de persecución, necesitamos más que nunca del Cuerpo de Cristo para que nos de fuerzas”. A escondidas dejaba su aldea para emprender un viaje, una jornada de a pie, buscando hostias consagradas en la parroquia de Cobán y las envolvía en un pañuelo grande en su morral entre tortillas de maíz para que no las descubrieran y las llevaba a sus comunidades. Simulaba ir al mercado de un pueblo de Alta Verapaz, caminando más de 35 km  a pie. Varios catequistas hacían lo mismo y enterraban en su propia casa la Biblia que estaba prohibida y sobre ella colocaban flores y una vela, y de noche rezaban con la familia memorizando textos bíblicos. El 12 de noviembre de 1980 a las 11 de la noche unos hombres armados derribaron la puerta de la casa de Nicolás Castro y en el patio de su propia casa descargaron sobre él siete balazos que destrozaron  toda su columna vertebral. Cuando se fueron los soldados él no había muerto todavía; llamó a su familia y  le dijo a la esposa: “Cuida muchos de nuestros hijos. No llores por mí; voy a morir, pero sé que voy a resucitar”. Empezó a rezar el Padre Nuestro pero no pudo terminarlo: “..santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad..”, y aquí expiró.
Es impresionante la historia del niño catequista, ahora beato, Juan Barrera Mendez, llamado “Juanito”. Tenía 12 años. Su familia y él eran de la Acción Católica. Juanito era un indígena campesino que todos los domingos participaba de la misa; enseñaba el catecismo de primera comunión y presidía el rezo del rosario. Cuando llegaron los helicópteros del ejército y los soldados empezaron a registrar casa por casa, mientras los demás lograron escapar él cayó en sus manos. Se lo llevaron a orillas de un río y allí empezaron a torturarlo  sin piedad haciéndole heridas con cortes de cuchillo en los pies; después lo hicieron caminar por las piedras rústicas del río, le cortaron las orejas, le quebraron las piernas y le dispararon acribillándolo. En la noche los miembros de la comunidad le dieron allí mismo cristiana sepultura.
Reyes Us era un campesino indígena quiché, catequista y cooperativista, servidor de la Iglesia y del pueblo. Organizaba las comunidades luchando por la defensa de las tierras y el derecho de todos a  la salud y a la educación. Vivía y actuaba siempre en nombre de la Palabra de Dios; salía a visitar a los enfermos, los atendía y ayudaba a las familias a trasladarlos al hospital. Fue asesinado a  pocos metros de su casa. Anteriormente había  reunido a su familia y les había dicho: “Yo estoy perseguido y cualquier día me van a matar. Lo que quiero es que ustedes se amen y ayuden mutuamente”. Era el mismo legado de Jesús a sus discípulos en la cena de despedida.
Al obispo Juan Gerardi le destrozaron la cabeza con un bloque de cemento. Había sido obispo de El Quiché y más tarde obispo auxiliar de la capital. Fue un fuerte defensor de los Derechos Humanos  y había elaborado, acompañado por un prestigioso equipo y con el apoyo de la Conferencia Episcopal, el Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica en un documento en cuatro tomos titulado: “GUATEMALA NUNCA MÁS”. Allí se comprobaba cómo el 93% de las masacres durante la guerra interna había sido obra de los militares y paramilitares, y el 3% de los guerrilleros. Esa guerra fratricida había empezado en 1960 y duró hasta 1996 con 200 mil asesinatos, 45 mil desaparecidos y un millón de desplazados. Según el sacerdote guatemalteco Omar Carrera “cientos de catequistas y gente de  Iglesia, quizás miles, fueron asesinados por anunciar el evangelio, vivir el amor y denunciar las injusticias”. En una carta a los obispos de Guatemala en 1984 el papa Juan Pablo II escribía: “No puedo dejar de recordar que entre las víctimas de la violencia y el odio en Guatemala se encuentran innumerables evangelizadores de la cruz y de su mensaje de caridad: sacerdotes, religiosos y religiosas y, sobre todo, catequistas y ministros de la Palabra. Cuando esta historia reciente sea presentada a las generaciones futuras, ¿será posible dar a conocer en sus páginas la larga lista de nombres de tantos catequistas y generosos sembradores de la Palabra de Dios que en el cumplimiento de su misión cayeron víctimas del odio fratricida? Me inclino con reverencia ante el sacrificio de estos humildes y valientes trabajadores de la viña del Señor que incluso han llegado a derramar su sangre por el Evangelio”.

Primo Corbelli