El brasilero Luiz Fernando Lisboa, obispo misionero de Pemba (Mozambique), repetidamente amenazado de muerte, ha sido retirado por el Papa y nombrado para otra diócesis en el estado do Espíritu Santo en Brasil con el título honorífico de arzobispo. El misionero pasionista desde hace 20 años trabajaba en Mozambique, había sido secretario de la Conferencia Episcopal y desde hace ocho años era obispo de Pemba, en la región de Cabo Delgado en el norte del país.
Desde el año 2017 esa región es devastada por terroristas, aliados del fundamentalismo islámico. El obispo Lisboa ha denunciado permanentemente los asesinatos, las fosas comunes, la decapitación de cabezas, la huida y el desplazamiento de miles de personas, sin respuesta por parte del gobierno central. Por el contrario recibió amenazas de expulsión, de secuestro de documentos, de muerte. En una entrevista había declarado: “Maputo (la capital, sede del gobierno) ha ignorado y negado esta guerra desde un comienzo; después ha prohibido que se hablara de lo que pasaba, presionando a los periodistas. Después que la Conferencia Episcopal condenó lo que estaba pasando (“el país parece no tener rumbo”), empezaron a echar barro a mi persona”.
Efectivamente hubo una campaña de difamación en los medios oficiales contra el obispo, simplemente porque denunciaba los atropellos a los derechos humanos. Como explicó en otra ocasión el obispo Lisboa: “Mozambique es uno de los países más pobres del mundo y el norte del país es más pobre todavía pero muy rico en subsuelo y por eso se da la invasión de las multinacionales y de los guerrilleros. No es una guerra religiosa, aún si los guerrilleros se proclaman yihadistas o de ISIS; es una guerra económica para apoderarse de oro, piedras preciosas, gas líquido…, y por eso matan a cualquiera y destruyen todo para que la gente huya y poder adueñarse del territorio. Ya son 700 mil los desplazados y se violan los derechos humanos sea por parte de los guerrilleros como del ejército nacional; la gente les tiene miedo a ambos”.
Lisboa logró hacerse oír en el Parlamento Europeo, tuvo contactos personales con el Papa pero frente a un posible y probable peligro de muerte, Francisco le pidió dejar el país. Lisboa, aún con mucho dolor, obedeció. “Los misioneros nunca estamos fijos en un lugar sino siempre estamos donde la Iglesia nos necesita, dispuestos a desmontar nuestra tienda y a montarla en otro lugar. La misión es de Dios; nosotros somos tan solo instrumentos en sus manos”, declaró.
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