El país más pobre de América Latina no se ha repuesto todavía del terrible terremoto del 12 de enero de hace 11 años en el que murieron 300 mil personas. Muchas ruinas, aún de iglesias, siguen formando parte del panorama actual. Pero lo más grave es la situación económico-social.
Los obispos han dicho que el país “está al borde de la explosión; lo cotidiano para el pueblo es la muerte, los asesinatos, la impunidad, la inseguridad. Las autoridades han de escuchar los gritos de angustia del pueblo; demasiada gente está muriendo en el país pero llegará un día el juicio de Dios”. Al presidente Jovenel Moise que después de los cinco años de su mandato quiere seguir gobernando y lo hace por decreto, le pidieron “respeto a la ley electoral y a la constitución. Nadie está por encima de la ley y la constitución y todo el mundo quiere que Haití sea un estado de derecho”. También la Conferencia de Religiosos envió una carta abierta al presidente en ocasión del aniversario de la visita al país de Juan Pablo II: “Los pastores le han invitado claramente a estar a la altura del momento y hacer el gesto adecuado. Pero lo único que parece interesarle es seguir en el gobierno a toda costa sin tener en cuenta las demandas legítimas del pueblo que protesta en la calle. ¿De qué sirve aferrarse al poder cuando más de la mitad de la población vive en una situación de inseguridad alimentaria crónica? Somos testigos privilegiados de la miseria de nuestro pueblo a lo largo y ancho del país, pero usted parece ignorarla. Según la ONU hay cuatro millones de personas en situación límite por falta de alimentos. Somos al mismo tiempo testigos y víctimas de demasiada delincuencia, demasiada injusticia, demasiada desigualdad. No se ha tomado ninguna decisión seria para aliviar el sufrimiento de la población. Juan Pablo II había dejado dicho: “Algo tiene que cambiar aquí. Los pobres tienen que recuperar la esperanza”.
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