David, Betsabé y Leonard Cohen

Todos conocemos al Rey David, sin lugar a dudas todo un personaje: un rey carismático, un verdadero profeta según san Pedro y el propio Jesús (Mt 22, 41-46  / Hch 2, 25-36). La lista de sus méritos es asombrosa. Desde muy joven, Dios lo había elegido para ser Rey de su Pueblo, cuando era un simple pastor, porque según se le dijo al profeta Samuel, él sería un elegido fiel a Yavéh (1Samuel cap. 16).

David llegó a estar en peligro de muerte más de una vez, pero mostró gran valor. Siendo apenas un jovencito se enfrentó a Goliat de Gat, un poderoso guerrero de dimensiones gigantescas al que ningún soldado de Israel se atrevía a combatir (1 Sam  Cap. 17).

Su prestigio en el pueblo era tal que el rey Saúl lo persiguió para asesinarle, pues sospechaba que se le había elegido para sucederle.

Pese a esto, él no levantó la mano contra el Rey Saúl pues prefirió antes que vengarse de él, respetar su investidura como “ungido de Yavéh” (a los reyes antes de coronarles se les consagraba con aceite perfumado. De ahí el título de “Ungido de Yavéh”. La palabra “ungido” se lee en hebreo como Mesías y como Cristo en griego). De esta forma David mostró un gesto muy grande de nobleza y de misericordia con su enemigo (1 Sam Cap. 24).

Una vez elegido, venció heroicamente a los filisteos, que habían derrotado a Saúl, y conquistó Jerusalén, haciéndola capital de su Reino. Trasladó con gran fervor el arca de Dios a la capital, y afirmó el culto a Yavéh en todo el país.

No se olvidó de los más humildes, y veló por el pueblo. El pueblo de Israel amaba a David.

Todavía más. El profeta Natán le anunciaría a David la promesa de que su familia sería elegida por Dios para heredar la promesa que él hizo a Abraham. Que Dios no olvidaría a su familia, y que siempre un descendiente suyo estaría ante el Señor (2 Sam 7, 1-16).

Justamente es por esta profecía que el pueblo de Israel (aún cuando los reyes de Israel ya no existían y el pueblo no era libre, sino que estaba sometido al imperio romano) creía que vendría un Mesías, un nuevo rey que sería descendiente de David. Por eso cuando Jesús entró en Jerusalén fue llamado “Hijo de David”, lo cual era verdad, pues José el carpintero era descendiente del Rey (Mt 21,9).

Pero, por si todo esto fuera poco, varios de los salmos, oraciones hermosas del Pueblo de Dios que se cantaban en el Templo de Jerusalén, habían sido compuestas por el Rey, que era un gran poeta, y también se lo consideraba un profeta.

Los salmos más hermosos se le atribuyen. ¿Quién no recuerda el salmo 23, en que el Rey compara a Dios con un Buen Pastor que vela por sus ovejas?

 

El lado oscuro de David

Pero después de todo, David era un hombre, y un hombre pecador.

Corrió un gran peligro, pues tantos triunfos y tantos reconocimientos se le subieron a la cabeza, y tuvo que ser probado en su amor a Dios y en su fe. Por eso sin lugar a dudas, Dios permitió que cayera en el pecado. No fue un pecado sin importancia, fue algo muy grave.

Cuenta el libro segundo de Samuel que David cayó en el pecado, en el pecado de lujuria y de  soberbia a la vez.

Era una noche muy calurosa, y contempló a una joven mujer bañándose en la azotea de su casa.

Era normal en la época. El clima de Israel en verano era sofocante, y la  gente prácticamente vivía en las azoteas de sus casas en esa estación, y comía, dormía y también se bañaba.

Si el rey hubiera sido discreto hubiera mirado para otro lado, pero la joven era muy bonita.

Así que se dejó tentar. Averiguó quien era, y supo que estaba casada con Urías el hitita. Urías era extranjero y sin embargo era parte del ejército de Israel, y era uno de sus oficiales más valientes y fieles al Rey. Probablemente era un prosélito. Así se les llama a los hombres que siendo de origen extranjero, se convierten al judaísmo y se hacen circuncidar. Todo un mérito.

Urías estaba luchando junto al ejército de Israel, bajo las órdenes de Joab, a quien David había puesto al frente de su ejército. Estaban sitiando la ciudad de Rabba, capital del reino del pueblo amonita, un pueblo enemigo de Israel. El Rey descansaba de la batalla en Jerusalén.

Si la chica hubiera sido soltera, el Rey podría haberla desposado, pues la poligamia estaba permitida en la época. Pero al ser casada, no tenía derecho alguno a tomarla por esposa.

Pero David la invitó a su palacio y se acostó con ella aprovechando la ausencia de Urías.

Betsabé pecó al aceptar al Rey, pero David tenía aún más culpa, pues él tenía un gran poder como Rey y esto posiblemente había hecho que la joven no se le resistiera.

De hecho, también muy probablemente Betsabé se enamorara del Rey. Fue un escarceo amoroso. El Rey lo trató de mantener en secreto pero no pudo. La chica quedó embarazada.

David intentó entonces disimular la cosa, en lugar de decir la verdad.

Así que hizo venir a Urías, lo invitó a su palacio para que le informara sobre la guerra.
Luego le invitó a retirarse a su casa y descansar y estar con su mujer.

David obraba así para que Urías pensara que el hijo que ella tendría sería suyo.

Pero las cosas no salieron como se habían planeado. Urías era muy honrado y fiel al rey, y le pidió que le enviara a la batalla nuevamente. No bajó a su casa, ni vio a su mujer. Se quedó en el palacio y no quiso pasar la noche con ella.

Por el contrario le dijo al rey: “El arca de Dios, Israel y Judá se alojan en tiendas. Mi jefe Joab y la guardia del Rey mi Señor, están acampando a pleno campo. ¿Yo voy a entrar en mi casa para comer, beber y acostarme con mi mujer? Juro por Yavéh que vive y por tu vida, que nunca haré tal cosa” (2 Sam 11, 11-12).

Ante esta situación, el Rey debería haber reconocido su traición ante este hombre tan justo y fiel al Rey, pero no tuvo el valor de hacerlo.

Así que envió a Urias a Joab, con una carta secreta en la que le ordenaba que pusiera a Urías a atacar la ciudad en la primera línea y que luego se retiraran  los soldados, y lo dejaran solo. De esta forma los amonitas le darían muerte. El pobre Urías nunca supo que en su mochila, y lacrada, llevaba una carta con su condena a muerte.

El jefe Joab era un hombre deshonesto, y se prestaba fácilmente a ejecutar las órdenes más cuestionables del rey. Así hizo todo lo que el rey le pidió y un hombre justo y fiel murió.

El rey se desposó con Betsabé luego que terminaran los días de duelo por su esposo.

Todo parecía haberse “solucionado”. Joab callaba, pues el rey sabía que tenía varias cosas turbias en su haber y no iba a hablar en contra del rey.

Pero a Dios no se le ocultó nada. Puede que podamos mentirle a los hombres, pero a Dios no.

Entonces el profeta Natán, el mismo que le había anunciado la bendición de Dios le mostró claramente lo que él había hecho.

Mediante una treta y la presentación de un hecho camuflado en el que un poderoso había abusado de su poder, hizo que el propio rey declarara que había abusado de su poder y merecía la muerte. El profeta le hizo ver que era él el culpable y que merecía ciertamente la muerte por el pecado que había cometido (2 Sam 12, 1-12).

“David exclamó entonces: ¡He pecado contra Yavéh! Natán le respondió: “Yavéh te perdona tu pecado, y no morirás. Sin embargo, puesto que con esto despreciaste a Yavéh, el hijo que te nació morirá” (2 Sam 12, 13-14).

El Rey acepta su pecado y está arrepentido sinceramente, y también hubiera aceptado pagar su culpa con la muerte. Pero Dios no quiere que muera, sin embargo le anuncia que el hijo que Betsabé había tenido con él, va a morir.

Esto nos repugna a nuestra sensibilidad actual, pero los pecados tienen consecuencias y aunque nos arrepintamos de haberlos cometido, quedan secuelas y graves daños, sobre todo más graves cuando el pecado ha sido muy grande.

 

El duelo y la reconciliación

El niño enferma gravemente, y el Rey se pone a hacer duelo por él.

Abandona sus ropas lujosas y deja de comer, se pasa orando por el bien del niño, y pide por él.

Ofrece su vida por el niño, pero no hay caso. El niño muere.

El rey entonces se pasa una tarde orando en la carpa Tabernáculo donde está el arca de Dios, y luego de eso se baña, se perfuma y come. Esto desconcierta a sus servidores que no entienden, y le dicen al rey: “¿Pero qué haces? Cuando el niño estaba vivo, ayunabas y llorabas por él, y ahora que ya está muerto te levantas y comes?

David respondió: Mientras el niño aún estaba vivo, ayunaba y lloraba, pues me decía, ¿quién sabe? A lo mejor Yavéh tendrá piedad de mí y salvará al niño. Pero ahora que está muerto  ¿para qué ayunar? ¿Puedo acaso hacer que reviva? En vez de que vuelva a mi, seré yo el que irá más tarde donde él” (2 Sam 12, 22-23).

Esto nos explica que David, aún después de todo, sigue confiando en Dios, y aunque no entiende sus motivos, los acepta y sigue creyendo en el Señor.

Dios se reconciliará con David, y luego de la unión con ella nacerá Salomón, quien  sucederá al Rey en el trono.

Queda de este incidente el hermoso salmo 51 según la versión griega o 50 según la versión latina del Antiguo Testamento. Tal vez la  más hermosa oración de arrepentimiento y petición de perdón a Dios que hay en las Escrituras.

Esta historia es dramática y profundamente conmovedora, pero queremos añadir un comentario, que tal vez sea el más profundo y poético que un cantautor contemporáneo haya hecho sobre este episodio bíblico.

Es la canción “Haleluya” mencionada así en el idioma hebreo que es una expresión conocida en los salmos, y la unión de dos palabras: “Halel Yavéh”  que significa “Alaben a Yavéh”. La compuso Leonard Cohen, un cantautor canadiense de origen israelí.

Es muy  conocida, y se popularizó cuando Bon Jovi la interpretó y apareció en la película animada “Schreck”.

Nosotros ofrecemos ahora la traducción de esta canción.

 

“Hallelujah” Letra y música de Leonard Cohen.

 

Escuché que había un acorde secreto que el Rey David tocaba y que agradaba al Señor.

Pero a ti no te interesa la música ¿Verdad?

Bien, va así, la cuarta, la quinta, el menor baja, y el mayor se eleva.

El Rey desconcertado compone Aleluya.

 

Aleluya, Aleluya, Aleluya, Aleluya.

 

Bien, tu fe era cierta pero necesitabas demostrarla,

La viste bañarse en el techo, y su belleza, y la luz de la luna, te derrocaron.

Ella te ató a su silla de la cocina, rompió tu trono, y te cortó el pelo, 

y con tus labios, ella dibujó el aleluya.

 

Aleluya, Aleluya, Aleluya, Aleluya.

 

Cariño, estuve aquí antes, he visto esta habitación, y he caminado en este piso.

Solía vivir en soledad antes de conocerte.

He visto tu bandera en el arco de mármol, pero el amor no es una marcha de victoria,

es un frío y roto Aleluya.

 

Aleluya, Aleluya, Aleluya, Aleluya.

 

Bien, había un tiempo en el que me permitías saber lo que realmente pasaba abajo.

Pero ahora nunca me lo muestras.

Pero recuerda cuando me presenté a ti, y la santa paloma, también se presentó, 

y cada respiro que hicimos fue Aleluya.

Bien, tal vez haya un Dios arriba, 

pero todo lo que he aprendido del amor, fue como dispararle a alguien que desenfunda más rápido.

No es un llanto lo que escuchas en la noche, no, es alguien que ha visto la luz, es un  frío y roto aleluya.

 

Aleluya, Aleluya, Aleluya, Aleluya.

 

Aleluya, Aleluya, Aleluya, Aleluya.

 

Aleluya, Aleluya, Aleluya, Aleluya.

 

Acerca de la canción

La primera estrofa es el Rey David que habla y le explica a su amante Betsabé cómo ha compuesto la canción que más le agrada al Señor, y hasta le dice cómo poner los dedos en las cuerdas para poder ejecutar los acordes del Aleluya.

Incluso parece que bromea cuando le dice:  “¿Pero a ti no te interesa la música, no es cierto?”

En la segunda estrofa habla Dios, y le dice al Rey. “Tu fe era cierta pero necesitabas demostrarlo”

Luego describe cómo ella le doblegó y rompió su trono. Como le cortó el cabello.

Esto es una alusión a la caída en desgracia de Sansón, juez de Israel que fue engañado por una mujer llamada Dalila que le cortó el pelo, haciéndole violar su consagración a Dios, y que le hizo perder la fuerza y caer en manos de sus enemigos.

El Rey está enamorado, pero ha perdido su trono y su poder por la mujer que le cautivó.

Ya no es el rey aplaudido y tenido por justo.

David descubre su fragilidad y su flaqueza, así se da cuenta de que ha pecado, y que él que se creía invencible ha sido vencido por el amor de una mujer.

Dios no lo aplaude pero le enseña una lección de humildad.

Creerse invencible no le sirvió de nada. Lo perdió todo.

La tercera estrofa es lo que dice Betsabé  confesándole la soledad que sentía antes de conocerlo, y como le ama, pero ella reconoce que el amor no le ha hecho del todo feliz, que le ha acercado al Rey pero que no es una marcha victoriosa. Su acción no le enorgullece, sólo puede salir de su corazón un roto aleluya.

La última estrofa nos habla del rey desahogándose ante Dios.

Él se presenta con sus dudas, e incluso le dice que no sabe lo que pasa, pero le pide que recuerde que cuando se presentó ante Dios, lo hizo en armonía con Él delante de su “santa paloma”

Aquí Cohen recuerda al Espíritu Santo que en la iconografía cristiana es representado como una paloma blanca.  Así se muestra que el Espíritu de Dios estuvo en David.

El Rey desea estar de vuelta con el corazón limpio ante Dios, sin mentiras ni disimulos, sin la soberbia que le hizo caer.

También se da cuenta que no ha aprendido mucho sobre el amor, y que pensaba que lo sabía todo.

Habla de su inexperiencia y su fragilidad.

Cómo pretender ganar un duelo a pistola (alusión al lejano Oeste) con alguien que sabe desenfundar mucho más rápido.

“No es un llanto lo que escuchas en la noche, no es alguien que haya visto la luz. Es un frío y roto Aleluya”

El Rey no sabe siquiera si su corazón es del todo sincero, pero ora al Señor, y de su corazón sale un frío y roto Aleluya. No es el aleluya triunfal que entonó al ganar sus batallas o derribar a Goliath.

Es el llanto del pecador arrepentido, que no sabe si será perdonado, pero que sigue confiando en el amor del Señor.

Cohen nos está explicando lo difícil que es ser auténtico cuando decimos que amamos a alguien en verdad.

No sabemos el alcance de nuestras palabras, ni siquiera sabemos si somos del todo sinceros.

Y ante nuestros pecados muchas veces corremos el riesgo, no de ser castigados por Dios solamente, sino de no saber si podremos perdonarnos a nosotros mismos, por nuestra soberbia, y nuestras faltas de amor y sinceridad.

Pero la estrofa que se repite:  “Aleluya” significa que a pesar de todo creemos que vale la pena amar a pesar de que podemos equivocarnos, y sobre todo vale la pena confiar en el Señor, pues de él viene el amor, y por eso le alabamos porque sabemos que  Él no nos fallará.

Muchos analistas han dicho que esta no es una canción religiosa.

Depende de lo que se entienda por religión.

Tal vez esta interpretación plantee que el Aleluya no es aquí más que una exclamación de júbilo o de dolor.

Pero…..  ¿Dónde empieza lo religioso, y dónde lo humano?  Puede separarse la fe, o la búsqueda de Dios del amor humano.

No creo que a Cohen le interese distinguir eso.

En nuestra cultura racionalista y secularizada, no nos damos cuenta de que el amor humano es, se tenga o no se tenga fe, manifestación del amor de Dios.

¿Quién nos ha dado la capacidad de amar, y quien nos creó a su imagen?

Estos comentaristas sabrán mucho de música, pero no entendieron nada si quitan a Dios de esto.

David era un creyente, y para entender al Rey y sus sentimientos, tan bien como lo hizo Cohen, hay que mirar su vida desde la fe.

 

¿Quién es Leonard Cohen?

Leonard Norman Cohen fue un poeta, novelista y cantautor canadiense.

Era judío religioso, y su nombre de religión fue Eliezer Ben Nissan Hacohen.

Nació en Montreal, Canadá pero en el área anglófona.

Su madre Marsha Klonisky era hija de un rabino llamado Salomón Klonisky. Su padre era Nathan Cohen, administraba una tienda de ropa, pero falleció cuando él tenía 9 años, su vida fue sacrificada. Su familia era de origen Lituano, y sus abuelos emigraron a Canadá desde Polonia a causa de las persecuciones contra los judíos. Sí, las había incluso antes de los nazis.

En sus libros, así como en sus canciones trató temas muy trascendentales, como la fe religiosa, la política, el aislamiento de las minorías.

Acudió a la Roslyn Elementary School y a la Westmont High School donde aprendió música y poesía. Frecuentaba bares y lugares no muy recomendables, pero donde pudo apreciar a poetas callejeros, cantantes y codearse con muchas personas.

Allí leía públicamente sus poesías. En estos momentos fue donde escribió sus mejores canciones.

Sus profesores de poesía le animaron a publicar sus poemas, y lo hizo en la revista literaria  CIV.

Tuvo que trabajar duro desde joven, para costearse sus estudios, pero fue muy perseverante.

Llegó a estudiar en la Universidad de Columbia.

La poesía que más le inspiró, según dijo, fue la de Federico García Lorca.

Su calidad como poeta fue muy grande, lo que le valió el premio Príncipe de Asturias en el año 2011.

Tras su fallecimiento en el año 2016, fue incluido en el Salón de la fama del Rock and Roll de Estados Unidos, y en el salón de la Fama Musical de Canadá. Recibió la Orden de Canadá; y la Orden Nacional de Quebec. En el ámbito musical  cultivó el Folk Rock, el Pop Rock y el Blues.

También fue miembro de la Academia Estadounidense de Arte y Ciencias.

Eduardo Ojeda

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