
El obispo más amenazado de México, Raúl Vera, al llegar a los 75 años dejó la diócesis de Saltillo. Su predicación social en contra del narcotráfico y la “ferocidad del neoliberalismo económico”, en defensa de migrantes, campesinos y mineros, prostitutas y homosexuales lo habían convertido en una persona incómoda tanto para el crimen organizado como para los poderes del estado y en un “paria” dentro de la jerarquía eclesiástica.
Como obispo participaba en manifestaciones públicas en la calle, a pesar de atentados y amenazas. Era ingeniero químico y había entrado en la Orden de los Dominicos. Su primer destino como sacerdote fue un pueblo de campesinos en el interior profundo del país. Escribió: “con ellos aprendí todo. Los Dominicos me habían enseñado la Biblia, los pobres me enseñaron a leerla”. Fue nombrado obispo auxiliar de Samuel Ruiz en San Cristóbal de Las Casas en el Chapas durante el levantamiento zapatista. Roma lo eligió más tarde como sucesor de Ruiz esperando un cambio de la pastoral diocesana, cosa que no ocurrió y entonces el papa Juan Pablo II en 2000 lo mandó como obispo a Saltillo, es decir a la otra punta del país. Vera obedeció, pero escribió: “Siempre estuvimos al lado de la justicia y no de la violencia; y defendimos que no es con la represión ni con los paramilitares que se logra la justicia. Los indígenas deben estar incluidos en la constitución como sujetos de derecho y no como menores de edad”. En Saltillo Vera levantó un albergue (“refugio Belén), el más grande del país, por el cual ya han pasado más de cien mil migrantes centroamericanos. Ha promovido organizaciones en búsqueda de los desaparecidos, por las víctimas del terrorismo y la violencia, por la defensa ambiental, por una pastoral LGBT. Frente a los 19 migrantes calcinados en Tamaulipas, no tuvo reparo en acusar a las autoridades de inoperancia y corrupción, exigiendo justicia para las familias. Dijo: “Los migrantes son un gran negocio para las mafias; es un tema doloroso, lacerante, cruel”. Sus denuncias estuvieron animadas no por intereses políticos sino por el amor cristiano al prójimo. En alguna oportunidad le pareció ser una voz en el desierto, pero con el tiempo constató que “la Palabra de Dios pega donde tiene que pegar”. No lo comprendieron muchos cristianos practicantes que escribieron sobre las paredes de la catedral: “queremos un obispo católico”. Su última batalla fue lograr que su sucesor no revierta los avances logrados por su Oficina de Derechos Humanos. Vera es quizás el último de los grandes profetas de América Latina en la huella de Sergio Mendez Arceo, Samuel Ruiz, Leónidas Proaño y tantos otros.
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