El 6 de diciembre pasado fallecía a los 80 años de un tumor pulmonar en Montevideo el dos veces Presidente de la República doctor Tabaré Vazquez. Era médico oncólogo y nunca había dejado de atender a sus pacientes aún estando en el gobierno. Fue elogiado a nivel internacional por su lucha contra el tabaquismo y la Philips Morris. Es recordado por haber vetado el aborto, fiel a su juramento hipocrático, en Uruguay el 14 de noviembre de 2008.
Dijo en el decreto: “Hay consenso en que el aborto es un mal social que hay que evitar. Sin embargo en los países en los que se ha liberalizado el aborto, los abortos han aumentado. La legislación no puede desconocer la realidad de la existencia de una vida humana en su etapa de gestación, tal como de manera evidente lo revela la ciencia. El verdadero grado de civilización de una nación se mide por cómo se protege a los más necesitados y más débiles. Hay que rodear a la mujer embarazada de la indispensable protección solidaria en vez de solicitarle el aborto”.
Estuvo casado con María Auxiliadora Delgado, mujer de fe católica practica, muy vinculada a los Salesianos y fallecida en julio de 2019. Mujer muy sencilla y de bajo perfil, siempre puso por arriba de la política sus roles de esposa, de madre y abuela. No ocultaba su fe en público; en la residencia presidencial en ocasión de la Navidad sabía soltar la balconera con la inscripción: “Navidad con Jesús”. Vazquez estuvo casado con ella 55 años y tuvo con ella tres hijos, más otro adoptivo. Dijo de ella: “Yo sin María Auxiliadora no hubiera sido nada; dejó una familia maravillosa y un ejemplo de vida inigualable”. En una de sus últimas entrevistas, se le preguntó sobre religión. Vazquez siempre se profesó agnóstico, pero llegó a decir: “A veces creo que hay Dios, a veces creo que no hay; que somos una ventanita que se abre a la vida y salimos al escenario. Pero muchas veces quiero, desearía que hubiera Dios. Hasta allí pude llegar”. Vazquez, que era un político de la izquierda democrática siempre recordaba una frase que le había dicho Juan Pablo II: “Un gobernante, antes que de izquierda o de derecha, debe ser profundamente humano”. Su último deseo expresado en una entrevista: “Me hubiera gustado disminuir un poco más la pobreza extrema y terminar con esos ranchitos de nylon y chapas o de bloques porque los conocí de adentro”. Los obispos de la CEU lo definieron “un hombre dialogal y respetuoso, capaz de jugarse hasta las últimas consecuencias por sus principios y convicciones, defensor incansable de la vida. Supo dirigir los destinos de la patria con profundo sentido democrático, atento siempre a las necesidades de los más vulnerables”.
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