
La de los “santos de la puerta de al lado” es una expresión usada por papa Francisco para indicar a los santos anónimos, simples cristianos que viven generosamente su fe en lo cotidiano. Es el caso de un trabajador, Wenceslao Pedernera que, gracias al martirio, fue beatificado el año pasado. El 25 de julio pasado se ha conmemorado a los 44 años el aniversario de su martirio.
Su hija mayor Maria Rosa lo recuerda así en una entrevista a la revista Tiempo Latinoamericano: ”Yo no estaba en Sañogasta (La Rioja) cuando lo mataron y no podía creer que estaba muerto; solo cuando exhumaron el cuerpo lo reconocí. Me costaba perdonar como él me había recomendado. Era un hombre no solo cariñoso como padre, sino solidario con todos. Hacía favores sin mirar a quien y sin cobrar nada. De lo que sembraba en el campo, tenía en el patio de la casa cajones para que la gente se llevara lo que necesitaba. Era muy exigente con nosotras para que no faltáramos a la escuela; y teníamos que levantarnos a las tres, cuatro de la mañana para salir a las siete y poder llegar a la escuela a tiempo. Sufrimos después de su muerte, sobre todo mamá, porque mucha gente no compartía lo que él hacía y no aprobaba la beatificación. Hasta tuvimos miedo de que les hicieran daño a sus restos que habían quedado en la iglesia de Sañogasta. Su sueño era formar cooperativas rurales y colaborar con el obispo Enrique Angelelli. En las reuniones leía el Evangelio. Pero se había difundido la calumnia de que eran comunistas, guerrilleros. El ejemplo que nos ha dejado fue su lucha por los derechos de los más humildes. También mi mamá, Coca, fue amenazada y la semana después de la tragedia, tuvimos que mudarnos a la casa paterna de ella. También mi madre fue una mártir en vida porque se desvivió para no hacernos faltar nada y por enfrentar hostilidades y envidias”.
Pedernera había trabajado como peón rural, delegado sindical; fomentó la sindicalización de los peones rurales y se integró al Movimiento Rural Diocesano de La Rioja. Tanto él como Coca eran catequistas en una capilla y con otras familias se reunían en su casa para leer la Biblia. Una persona no identificada amenazó de muerte a Wenceslao, pero él minimizó la cosa. Hasta que a la mañana del domingo 25 de julio de 1976 golpearon a la puerta tres tipos armados y apenas Wenceslao sacó el pasador de la puerta lo ametrallaron en el acto. Tenía 39 años. Quedó tendido sangrando en el suelo y mientras su mujer salía a pedir auxilio, le decía a su hija Maria Rosa que tenía que perdonar, no guardar rencor ni odio; que él los perdonaba. Llevado al hospital de Chilecito, falleció a las tres de la tarde del mismo día. Uno de los sicarios de la dictadura militar todavía vivo y responsable directo del asesinato es el gendarme Eduardo Abelardo Britos, prófugo en Paraguay.
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