En general los obispos norteamericanos han mantenido silencio sobre las políticas sociales en muchos casos anticonstitucionales de Donald Trump, sobre la ruptura con Cuba, su terquedad en querer permanecer en el poder a toda costa, sobre su indebida injerencia en el Vaticano por el acuerdo con China, etc….
En el caso del nuevo presidente que se declara católico, la Conferencia Episcopal constituyó enseguida una comisión, presidida por el obispo de Detroit, para estudiar las futuras relaciones con el nuevo presidente; o quizás también para reconciliar una iglesia muy dividida y cuya imagen ha sido fuertemente dañada por las denuncias de abusos sexuales cometidos por clérigos. Según el arzobispo José Gomez de Los Ángeles, presidente de la Conferencia Episcopal, “el hecho de que Biden se declare católico y no se manifieste contra el aborto, provoca una situación compleja y crea confusión entre los fieles acerca de lo que la Iglesia realmente enseña”. A Biden ya se le impidió comulgar en alguna iglesia católica y es lo que amenazan algunos obispos. Para estos obispos el tema del aborto es una prioridad absoluta y la lucha pro-vida casi la única lucha que ha de movilizar a los católicos. Sin embargo el neo-cardenal afroamericano y arzobispo de Washington Wilton Gregory, se manifestó propenso al diálogo y declaró que proteger la vida no puede reducirse a un solo tema. “Hay amplias bases comunes en políticas sociales que también tienen que ver con la vida: epidemia, inmigración, racismo, justicia social, medioambiente, pena de muerte y cese de ejecuciones de personas en las cárceles, multilateralismo.., más allá del tema del aborto y de los casamientos entre personas del mismo sexo que rechazamos. Hay que subrayar los valores comunes para poder seguir dialogando. La Iglesia ha de involucrarse para colaborar con la nueva administración y dialogar tanto sobre los valores compartidos como sobre los temas conflictivos”. La de Biden al declararse contrario a la pena de muerte y a favor del aborto es evidentemente una contradicción (él dice que no aprueba personalmente el aborto pero lo tolera políticamente); sin embargo también el Vaticano parece convencido de que hay más cosas en común con él, de estilo y contenido, que con Donald Trump. Biden nunca renegó de su fe y tampoco usó su religión como instrumento político. Si para John Kennedy el problema era cómo presentarse como católico al pueblo norteamericano, para Biden ya no existe ese problema (y es un avance). El problema lo tiene con una parte importante de la Iglesia Local (obispos, curas, laicos) no solo por el aborto sino por tratarse de un catolicismo muy conservador, nacionalista y reticente en cuanto a las reformas y prioridades del papa Francisco. Entre los católicos hispanos el 67% apoyó a Biden y el 32% a Trump. Esto demuestra que la verdadera división no es por motivos teológicos, sino por el tema racial y las inmigraciones.
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