Cambio de lugares. Bienaventuranzas para un nuevo Chile

En medio de una multitud que caminaba por la Alameda, Jesús contemplaba a los que ahí se encontraban. Miró a su alrededor y vio a unos jóvenes que se encontraban encapuchados, les recordó a sus amigos pescadores, a Pedro, a Santiago, a Juan, que al igual que ellos, aunque sin capucha, los conoció reclamando por las situaciones de opresión romana en la que se encontraban. Mientras los miraba, divisó a unas familias que gritaban emocionadas, se les veía alegres, vio a un Padre que tomaba a su hijo en los brazos y lo alzaba sobre sus hombros, al verles, a su corazón llegaron recuerdos de sus caminatas por Galilea, se acordó de tantas familias con las que había compartido casa y mesa, que le habían recibido, recordó sus dolores pero también sus alegrías, recordó sus lágrimas pero más aún sus esperanzas.
A lo lejos se encontró con una mujer, llevaba un cartel que decía “Chile no te duermas nunca más”, mientras la miraba recordaba a una joven a la que sus padres desesperados pensaron que estaba muerta, recordó cómo le había tomado de la mano, y le había dicho “talita kum”, “niña, a ti te digo levántate”. Contempló a los jóvenes, a las familias, a las mujeres, a los ancianos. Se dirigió hacia el centro de una gran plaza, que la gente nombraba dignidad…
Ellos lo comenzaron a mirar, y Jesús dijo: Bienaventurados ustedes chilenos, pobres de espíritu, que han luchado día tras día para mostrar la solidaridad de los que sufren. Que han mostrado la caricia permanente del plato diario en las poblaciones más marginadas, que han querido buscar una esperanza viva para el presente y el futuro que vendrá. Miró a los observadores de derechos humanos, a los brigadistas de la salud, y tantos otros y otras que estaban ahí, y les dijo, bienaventurados ustedes que son limpios de corazón, porque ustedes en su hermano, en su hermana, encuentran a Dios, ustedes son los benditos de mi Padre, porque están con el que sufre y cuidan para que no vivan injusticia. Miró a unos que se encontraban a su lado, jóvenes de Sename, ancianos sin jubilación, enfermos sin salud, mujeres maltratadas, y les dijo bienaventurados ustedes que lloran, porque serán consolados.
Hoy en la esperanza que se construye hay un nuevo consuelo, hoy en la lucha que han comenzado resurge una oportunidad de cuidarnos entre los unos y los otros, entre las unas y las otras. No hay llanto que sea ajeno para mi Padre, ustedes son sus predilectos, él es el que llama por todas las calles de esta alameda, en cada casa de población, en cada departamento de este gran país, en cada casa de campo, para decirnos que podemos ser un nuevo Pueblo.
Luego con gran cariño miró a unos dirigentes, un grupo de organizaciones y unos que llevaban una cruz azul y les dijo: bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ustedes son llamados hijos de Dios, gracias por estar aquí, por buscar lo mejor para todos los demás, gracias por que la paz es más fuerte que la violencia.
Cuando todos y todas le miraban con cariño, a este Jesús en medio de la plaza, les dijo con fuerza, bienaventurado pueblo de Chile, porque tienen hambre y sed de justicia, porque han combatido el egoísmo del que se atribuye las cosas para el mismo, y han pensado en sus hijos e hijas, abuelos y abuelas, han pensado en un presente y en un nuevo futuro, ustedes serán saciados, porque Dios está con ustedes. Nuevamente vio el cartel que la mujer llevaba en sus manos “Chile no te duermas nunca más”, cerró los ojos, y alabó al Padre por revelarse en los pequeños y sencillos, y dijo: Chile no estás muerto, Chile a ti te digo…Ven Levántate.

María José Encina Muñoz.
Hermana Comunidad Adsis