(aniversario): PÉREZ ESQUIVEL: a los 40 años del Nobel

El 13 de octubre de 1980 el argentino Adolfo Pérez Esquivel recibía el Premio Nobel de la Paz por su tarea humanitaria en defensa de los Derechos Humanos durante la dictadura militar, la que había comenzado en 1976 y aún permanecía en el poder. El pasado 13 de octubre en un video mensaje desde el Vaticano el papa Francisco se felicitaba con Pérez Esquivel “por tu testimonio en los momentos lindos pero también en los momentos dolorosos de la patria, por tu palabra, por tu coraje y por tu sencillez. Vos no te la creíste y eso nos ha servido a todos. Sos un Premio Nobel que sigue haciendo lo suyo con humildad”. En UMBRALES queremos destacar en Pérez Esquivel no solo su lucha sino ese testimonio del que habla el Papa: un testimonio humilde de cristiano comprometido.

DISCURSO EN OSLO
Dijo Pérez Esquivel en Oslo al recibir el premio el 11 de diciembre de 1980: “Soy una pequeña voz de los que no tienen voz, sin otra identificación que la de ser un hombre latinoamericano y cristiano”. Asumió el premio “en nombre de los pobres de América Latina, de sus angustias y esperanzas, de su hambre de paz y libertad, de su fe en Dios”. Hablando a los miembros del Comité Nobel siguió diciendo: “En las últimas décadas las Iglesias iniciaron un nuevo estilo de reflexión y acción pastoral: pensar la fe a partir del hermano que sufre, que es desposeído, del pobre. Son los rostros de nuestros obreros, campesinos, jóvenes y viejos, indígenas, imágenes del rostro de Nuestro Señor Jesucristo, el cual nos cuestiona y nos llama a un compromiso de amor a nuestros hermanos. Los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla asumieron como compromiso ineludible la opción preferencial por los pobres. De allí surgió un nuevo estilo de hacer teología y vivir la fe. En este trabajo concreto, como muchas otras personas y organismos cristianos, nosotros también estamos tratando de animar y aportar nuestro esfuerzo en pos de la libertad, la justicia, el abrazo fraterno entre los hombres y la reconciliación con Dios. Nuestra práctica es la acción no violenta evangélica. Tenemos esperanza porque creemos en Dios y en la Buena Noticia de Cristo; y creemos también profundamente en los valores de la persona humana. El orden social que buscamos de un mundo más justo y humano no es una utopía; ese mundo es posible”.
En este discurso se destaca cómo Pérez Esquivel apoya toda su lucha no en un partido político o en una ideología sino en su fe cristiana. Citó el sueño de paz de Isaías, a Pablo VI y el ejemplo del mártir arzobispo Arnulfo Romero. Los militares no querían darle el permiso a Esquivel de viajar a Oslo, hasta que las presiones internacionales se lo impusieron. Aprovechó entonces, después de recibir el premio, para viajar a distintos países; en Francia el cardenal François Marty lo recibió en la basílica de Notre Dame, abarrotada de gente, con todos los honores.

 

“OTRO MUNDO ES POSIBLE”
La dictadura tardó 36 horas en anunciar públicamente la noticia, desconcertada por el nombramiento de “alguien que nadie conocía”; y denunció una campaña de desprestigio contra Argentina. La cúpula de la Iglesia aclaró enseguida que ella no tenía nada que ver con el “Servicio de Paz y Justicia” (Serpaj), un organismo ecuménico que había fundado Esquivel; y guardó silencio sobre el premio. Decía en su comunicado: “Dicho organismo está relacionado más bien con el Consejo Mundial de las Iglesias, del cual recibe ayuda económica”.

La Conferencia Episcopal de Estados Unidos se apuró en ofrecer su apoyo a los obispos en defensa de Esquivel “hombre íntegro, de celo apostólico y compromiso con el trabajo por la justicia y la paz”. Se le contestó tres meses después que Pérez Esquivel no trabajaba con la Iglesia argentina y “no lo conocemos aquí tan bien como parece serlo en el exterior”.

Sin embargo Esquivel era un católico práctico y amigo de obispos como Justo Laguna, Jorge Casaretto, Jorge Novak, Miguel Hesayne, Jaime de Nevares. Este último había sido el único que lo había propuesto desde Argentina, pero las que oficialmente presentaron su candidatura, estando él en la cárcel, fueron dos mujeres católicas irlandesas: Betty Williams y Mairead Corrigan, ambas Premio Nobel de la Paz 1977. En su discurso en la Casa de Nazareth de los religiosos pasionistas de Buenos Aires dijo: “Yo no soy un político, simplemente soy un cristiano” y habló de los “rostros sufrientes de Cristo en América Latina”, los mismos que había presentado el documento de Puebla. Se sentía como representando a los pueblos sufridos de la Patria Grande y se declaraba apóstol de la no violencia por priorizar “valores cristianos esenciales como la dignidad de cada ser humano por ser hijo de Dios y hermano o hermana en Cristo”. Se declaraba defensor de los derechos humanos avasallados sea por la derecha como por la izquierda; por eso no ahorró sus críticas también al régimen castrista.

 

LOS “DESAPARECIDOS”
La historia de Pérez Esquivel empieza desde lejos. Escribe: “Provengo de una familia pobre y marginada, de un padre emigrante y viejo pescador en Pontevedra (España) que llegó a estas tierras para comer un pedazo de pan que no había en Galicia. Tengo un origen muy pobre del cual no reniego y desde la fe me comprometí a caminar con los pobres. Muchas veces me acosté sin comer. Vendí diarios en el tranvía, fui cadete de oficinas, peón de jardinería. Fuí educado en un asilo de niños huérfanos por las Carmelitas Descalzas, unas monjitas severas y a la vez llenas de ternura”. De grande se graduó en la universidad de La Plata como arquitecto y escultor y enseñó por 25 años en distintas escuelas y en la misma universidad. Esquivel también es pintor y es conocido por todos el mural del Vía Crucis Latinoamericano.
En los años sesenta empezó a trabajar con grupos cristianos para el cambio social, en la línea no violenta de Gandhi y Luther King. En 1977 fue detenido por la policía federal argentina, torturado y encarcelado sin juicio por 14 meses, seguidos por otros 14 meses de libertad vigilada. Le habían quitado hasta un libro espiritual del hermano Carlo Carretto (“Cartas del desierto”) por ser subversivo. Escribió: “La oración era mi aliento espiritual y mi sustento. La oración de abandono a Dios Padre del hermano Carlos de Foucauld me acompañó en todo momento. Me preguntaba cómo Dios permitía todas estas maldades. Cuando me torturaban estaban presentes en mi cabeza las palabras de Jesús en la cruz: ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’. Pero estos, sí sabían lo que hacían. Solo con el tiempo comprendí las palabras de Jesús. Como para burlarse de mí, al apagarse las luces al anochecer pasaban en los parlantes la canción de Roberto Carlos: ‘Ven, sube a la montaña a recibir la ley del Reino…’”.
Esquivel fue uno de los primeros que presentó durante la dictadura militar la denuncia del asesinato del obispo Enrique Angelelli y encaró el tema de los desaparecidos. Las famosas palabras que Juan Pablo II pronunció desde el balcón de San Pedro el 28 de octubre de 1979 sobre los “desaparecidos” en Argentina, tomaron al gobierno militar y a la Iglesia totalmente por sorpresa. Es que Pérez Esquivel se había encontrado con el Papa anteriormente y le había entregado un dossier sobre los “desaparecidos”, palabra que se difundió después por todo el mundo. Fue uno de los primeros en pedir la apertura de los archivos de la Iglesia Católica que se refiere a la dictadura.
Cuando Helder Cámara, el obispo latinoamericano más vapuleado por los obispos argentinos, tuvo por fin la autorización para desembarcar en Argentina en 1989, ya en democracia, el único que lo esperó en el aeropuerto fue Esquivel.
El Premio Nobel, acompañado desde hace 65 años por su esposa Amanda Guerreño, se ha mantenido fiel y coherente con sus principios porque “no hay punto final en la construcción de la justicia y de la paz, sino que es una tarea que no da tregua”. 

                         Primo Corbelli

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